Dicen que lo que ocurre en el cuarto de baño nos da la medida exacta del espíritu de una fiesta. De su éxito, y de cuánto y cómo se divierten los invitados. La décimo séptima Bienal de Arquitectura de Venecia, que acaba de inaugurarse con un año de retraso, es una fiesta extraña por celebrarse en un momento pandémico. Y también porque de entre todos los pabellones hay uno que no esperábamos, pero que concentra todo el espíritu del evento en un espacio muy reducido: el de sus baños públicos.
Quienes accedan a ellos, descubrirán en primer lugar que se ha eliminado de sus puertas la antigua distinción entre hombres y mujeres. Pero esto es solo una pequeña parte de lo que allí sucede.
Todo parte de un proyecto conjunto de tres arquitectos e investigadores, la italiana Matilde Cassani y los españoles Ignacio G. Galán e Iván López Munuera. The Restroom Pavillion (literalmente, el pabellón del cuarto de baño), encuadrado en la sección oficial de la Biennale, tiene la particularidad de desplegarse dentro del retrete público de los Giardini, ubicado entre los pabellones belga y holandés. Su objetivo es promover la reflexión acerca de cómo los excusados constituyen arquitecturas que ponen de relieve muchos de nuestros conflictos y preocupaciones actuales. Por ejemplo, el modo en que gestionamos la compleja cuestión de los géneros. O la necesidad de una relación más equilibrada con el medio ambiente.
“Solemos creer que los cuartos de baño son instalaciones neutrales pero, sin que nos demos cuenta, en ellos tienen lugar muchos debates y confrontaciones de ideas”, avanza Iván López Munuera, que además participa este año con un texto para el pabellón de Rusia. Como investigador está a punto de obtener su segundo doctorado en Arquitectura en la Universidad de Princeton, y su labor académica se ha centrado especialmente en las arquitecturas del sida y el VIH.
No ha podido viajar a Venecia para el montaje del proyecto, pero en videoconferencia desde su domicilio de Nueva York detalla para ICON Design sus orígenes y desarrollo: “Los tres comisarios habíamos incorporado previamente los cuartos de baño en nuestras respectivas investigaciones”, explica. “En mi caso, aprecié que en los años ochenta, en los inicios de la crisis del sida, los baños de las discotecas reunían gente de lugares muy diversos y que pertenecían a la comunidad LGTB, lo que contribuyó a cohesionarlos. En algunos de ellos ya aparecía la idea de fluidez de género”. El trío presentó sus ideas a Hashim Sarkis, decano de la Escuela de Arquitectura del MIT y comisario de esta edición la Biennale, que les dio luz verde.
El lema elegido por Sarkis, “¿Cómo viviremos juntos?”, formula una pregunta que está dando lugar a un sinfín de respuestas en la ciudad de los canales, desde el enfoque polifónico del gabinete de curiosidades en el que se convierte el pabellón español comisariado por los jóvenes Domingo González, Andrzej Gwizdala, Fernando Herrera y Sofía Piñero hasta los vídeos accesibles vía código QR que componen un pabellón alemán por lo demás completamente vacío. El evento colateral de Catalonia in Venice, titulado air/aria/aire y centrado en los problemas de calidad del aire, da incluso un giro al interrogante para convertirlo en otro: “¿Cómo sobreviviremos juntos?”.
Las cuestiones medioambientales y nuestra convivencia con otros seres humanos y no humanos figuran en el centro de muchas de estas propuestas, pero también aparecen con recurrencia factores como género, religión, raza, capacidades, higiene y salud, y por supuesto los estrictamente económicos. Todos ellos se reúnen en el pabellón de los cuartos de baño, comenzando por la declaración de intenciones que supone el borrado de la división binarista en la señalética.
“Pero no se trata simplemente cambiar el letrero de los baños y que dejen de ser para hombre o para mujer”, advierte López Munuera. “A nosotros no nos interesa limitarnos a aportar una solución, sino que queremos transmitir que la arquitectura puede ser un agente generador de cambio, y que la propia sociedad y los marcos gubernamentales tienen que abrazar esos cambios, ya sea dejando atrás esa idea de binarismo o contemplando otras geografías, otros sujetos”.
La operación de “arquitectura blanda”, como la definen sus autores, continúa con una instalación de banderas en el exterior: “Es un guiño irónico a los pabellones nacionales, ese concepto en el que se basa la Bienal y que también discutimos”. Asimismo, superpone al alicatado interior unos vinilos adhesivos de formas curvas que funcionan como ventanas a distintas realidades de la ciudad que se desarrollan, de manera más o menos velada, en el escenario de sus cuartos de baño.
En ellos se habla por ejemplo de los gatoli, el sistema de alcantarillado veneciano, que desde el siglo XVI permite excluir los desechos del espacio de coexistencia humana a costa de contaminar las aguas de los canales y alterar su hábitat. O del trastorno que durante décadas han supuesto para la Serenissima los gigantescos cruceros repletos de turistas: a la ciudad no solo han acudido millones de turistas humanos, sino también un pasajero tan silencioso como activo, el alga Undaria pinnatifidia, nativa de Japón, que llegaba adherida en los cascos de los cruceros para reproducirse masivamente en su destino y colapsar las tuberías poniendo en peligro su correcto funcionamiento (un problema similar al que amenaza la pesca del atún de almadraba en Cádiz.
También se hace referencia al caso de Alex Hai, aspirante transgénero a gondoliere que desafiaba las normas de las asociaciones profesionales, operativas desde la Edad Media, que solo permiten la concurrencia de candidatos masculinos. Tras señalar el trato discriminatorio que por su condición sufrió al ser excluido de la selección, actualmente trabaja como gondolero privado para un hotel.
Pero el proyecto aún prosigue con una intervención en el otro gran espacio de la Bienal, el Arsenale. Bajo el título Your Restroom is a Battleground (tu cuarto de baño es un campo de batalla), los tres comisarios han concebido allí un conjunto de dioramas (“una especie de casa de muñecas gigante”, en sus palabras) que ilustran distintos casos de estudio reales sobre cómo los excusados se han convertido en lugares de protesta o activismo político. Así ocurrió en un Starbucks de Philadelphia cuando, en 2018, Donte Robinson y Rashon Nelson, dos clientes negros que mantenían allí una reunión profesional, fueron arrestados por pretender usar sus baños, a los que se les había denegado el acceso bajo el pretexto de que no habían consumido nada servido por el establecimiento. Y con la intervención de las Naciones Unidas tras el terremoto de Haití en 2010 que, debido a una ineficaz gestión de las aguas residuales, generó una epidemia de cólera que ponía sobre la mesa los fuertes desequilibrios del mapa geopolítico global. Como también con el caso de la activista china Li Maizi, que inició el movimiento Occupy Men’s Room para solicitar que se modificaran los criterios de diseño de los baños públicos con el fin de evitar las largas colas que se producen en los de mujeres.
Estos son solo algunos de los debates que abre la intervención de Cassani, Galán y López Munuera utilizando los servicios públicos como escenario físico y conceptual. “Los baños definen quién es el sujeto privilegiado de cierta arquitectura, porque en ellos todo el mundo tiene contacto”, concluyen. Así que son también un entorno en el que estamos abocados a vivir juntos, y por ello nos toca pensar cómo hacerlo del modo más justo posible”.
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