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¿Y si los campesinos persisten? Contrapuntos de Julio Boltvinik y Armando Bartra | Artículo

Julio Moguel

I

La Feria del Libro del Palacio de Minería abrió la posibilidad para la presentación de un libro ejemplar. Coordinado por Julio Boltvinik y Susan A. Mann, Pobreza y persistencia campesina en el siglo XXI se pudo leer en español –bajo el sello de Siglo XXI Editores–, después de que ya en 2016 había podido leerse en inglés bajo el mismo título. Los presentadores en Minería fueron Enrique Semo, Víctor Suárez y Julio Moguel.

El tema no es menor y cruza una parte importante del debate abierto en torno a cómo entender esa terca persistencia del campesinado y “de lo campesino” en un espacio-tiempo en el que algunos teóricos de otros tiempos pensaron que ya habrían desaparecido (Roger Bartra, entre los más conspicuos)

Aquí me detengo en uno de los puntos centrales del libro, y sólo en la argumentación-debate entre dos autores: el que se da entre el ya mencionado Boltvinik y Armando Bartra.

II

¿Por qué en lo que va del siglo XXI los campesinos del planeta siguen siendo tan numerosos, y, siendo mayoritariamente pobres, persisten?
Boltvinik se posiciona bien desde la entrada: “La persistencia [del campesinado] no sólo es funcional sino indispensable a la existencia de las empresas agrícolas capitalistas”.

Mi posición […] es que la pobreza campesina está determinada por la estacionalidad agrícola, que se manifiesta en requerimientos de trabajo desiguales a lo largo del año, concentrados en la siembra y en la cosecha, y por el hecho de que en el capitalismo los precios incorporan (como costos) sólo las jornadas efectivamente trabajadas y pagadas. Al concurrir los productores campesinos a los mismos mercados en que participan las empresas capitalistas, y actuar en ellos como tomadores de precios, los precios de sus productos sólo pueden remunerar los días efectivamente trabajados. Es decir: el costo social de la estacionalidad es absorbido por los campesinos, lo que los lleva a vivir en condiciones de pobreza permanente y los convierte en proletarios errantes en busca de ingresos adicionales.

Otros elementos entran a alimentar los argumentos de Boltvinik, pero son secundarios con respecto a este primer posicionamiento. Por ello me quedaré allí, a riesgo de ser esquemático. Pero baste agregar, para el objetivo de este artículo, cuál es una de las conclusiones “prácticas” principales que el autor desprende de sus tesis: la de que, como sucede en algunos países del “Primer Mundo”, se requeriría que en los países del “Tercer Mundo” la sociedad en su conjunto asumiera, vía pagos estatales de subsidios, los costos de la fuerza de trabajo que el campesinado aplica fuera de los tiempos de siembra y de cosecha, circunstancia que permitiría la reproducción de este importantísimo segmento poblacional de nuestras sociedades sin las condiciones actualmente imperantes de pobreza.

III

Armando Bartra entra al quite para marcar sus propios posicionamientos. Un primer elemento resulta decisivo: si ante una creciente demanda de productos agrícolas el precio de éstos, a diferencia de lo que sucede en la industria, está determinado por los costos de las tierras “peores” de cultivo (de más baja calidad y de menor productividad), se generará una renta diferencial para el conjunto de los propietarios-productores capitalistas que se encuentren produciendo en mejores condiciones que aquellas. Es decir: los capitalistas que producen en las peores tierras se conformarán con la ganancia media, mientras que los mejor posicionados se embolsarán un diferencial de ganancia bajo la modalidad de una renta. Mas si las tierras peores son producidas por un “ente productivo” que no reclama para sí una ganancia media de inversión capitalista, léase en este caso el campesino, entonces podrá entenderse el porqué este “ente” referido puede ser funcional al capital, pues beneficia al conjunto de los consumidores y, si no al capitalismo terrateniente, sí “al resto del capital”.

Pero la mecánica relativa a la renta de la tierra no es el único elemento por el que el campesino es una “clase” funcional al capital. Nos dice el propio Bartra en otro de sus textos:

A diferencia del obrero, el campesino se inserta en el sistema por mediaciones múltiples y heterogéneas, donde se combinan la extracción del excedente a través de la compraventa de bienes y la generación de plusvalía a través del trabajo asalariado; mecanismo que se entreveran y complementan desplegándose de diferentes maneras en el mercado de tierras, de productos, de servicios, de trabajo, de dinero.

IV

Bartra discrepa de Boltvinik en que la absorción por parte del campesinado de los costos de la estacionalidad agrícola explique el aspecto central del asunto.

A diferencia de Armando, decíamos, Julio considera que “la política correcta para los países del “Tercer Mundo” incluye de manera importante un sistema de subsidios que les permita eliminar de sus espaldas la carga de los costos ya mencionados de la estacionalidad agrícola.

Frente a este orden de prioridades, Armando considera que los subsidios no son “malos” –para aliviar en algo la pobreza campesina–, pero se requiere poner los acentos en el despliegue de “estrategias de diversificación” productiva que se ubiquen en la propia cancha de “la condición campesina”. ¿Se requeriría para ello inventar algún modelo productivo que, bajo alguna línea de acción gubernamental, definiera políticas públicas de apoyo que mitigara los pesos y daños generados por la explotación del campesino? No hay modelo externo a construir desde el planteamiento de Bartra, pues el “sistema de la milpa” puesto en marcha desde siglos por los propios campesinos ofrece algunas de las claves propias y naturales del referido “modelo”.

¿Son excluyentes las posiciones prácticas de Bartra y Boltvinik? De ninguna manera. A una buena política de subsidios para el campesinado tendría que seguirle –o acompañarlo– una vía campesinista reconstructiva, de base asociativista. Donde aquellos subsidios benditos no terminen por generar algunos de sus –conocidos– efectos malditos, a saber: los que tienden a crear una de esas dependencias estado-clientelares que den al traste con toda perspectiva “apropiadora” autonomista.

Julio Moguel

Economista de la UNAM, con estudios de doctorado en Toulouse, Francia. Colaboró, durante más de 15 años, como articulista y como coordinador de un suplemento especializado sobre el campo, en La Jornada. Fue profesor de economía y de sociología en la UNAM de 1972 a 1997. Traductor del francés y del inglés, destaca su versión de El cementerio marino de Paul Valéry (Juan Pablos Editor). Ha sido autor y coautor de varios libros de economía, sociología, historia y literatura, entre los que destacan, de la editorial Siglo XXI, Historia de la Cuestión Agraria Mexicana (tomos VII, VIII y IX) y Los nuevos sujetos sociales del desarrollo rural; Chiapas: la guerra de los signos, de ediciones La Jornada; y, de Juan Pablos Editor, Juan Rulfo: otras miradas. Ha dirigido diversas revistas, entre ellas: Economía Informa, Rojo-amate y la Revista de la Universidad Autónoma de Guerrero.

*La opinión aquí vertida es responsabilidad de quien firma y no necesariamente representa la postura editorial de Aristegui Noticias.




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