La corta carrera política del líder centrista Yair Lapid, que acaba de asumir el reto de formar Gobierno en Israel, está jalonada de sacrificios. Hace dos años dio un paso atrás para ceder el liderazgo del centro a Benny Gantz, entonces un popular exgeneral sin experiencia política. Ahora está dispuesto a ofrecer el cargo de primer ministro al derechista Naftatli Bennett, a quien dobla en número de escaños en la Kneset (Parlamento), con tal de dar un giro al equilibrio de fuerzas israelí.
Campeón de los laicos y reformista radical, célebre presentador de televisión hasta que en 2012 decidió dar el salto a la política, Lapid afronta a los 57 años el desafío de encabezar una alianza de casi toda la oposición para descabalgar del poder a Benjamín Netanyahu, de 71 años, el gobernante que durante más tiempo ha estado al timón del Estado judío.
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“Hace falta un Gobierno que refleje que no nos odiamos unos a otros”, defendió el candidato centrista la semana pasada tras recibir del presidente del Estado de Israel, Reuven Rivlin, el mandato de conformar un Gabinete con mayoría en la Kneset tras el fracaso de Netanyahu, cabeza de lista del Likud, la fuerza más votada en las elecciones del 23 de marzo. Fueron las cuartas desde 2019.
“Después de dos años de parálisis política, la sociedad israelí está sufriendo. Un Gobierno de unidad no es un compromiso ni un último recurso; es un objetivo que necesitamos”, remachó Lapid, líder la segunda formación con más sufragios —Yesh Atid (Hay Futuro, en hebreo)— en un mensaje público. Llamaba a forjar una coalición de hasta ocho partidos para dar respuesta a la crisis económica derivada de la pandemia y a las amenazas a la seguridad en Oriente Próximo.
Es una tarea hercúlea. Después de años de estrategia de oposición a ultranza frente a Netanyahu, Lapid ofrece un perfil de consenso y moderación. Abandonó el Ejecutivo del líder del Likud —en el que se desempeñó como ministro de Finanzas entre 2013 y 2015— y le desafió cinco veces en las urnas.
El jefe de filas de Yesh Atid cuenta por ahora con el aval de 56 de los 120 escaños de la Kneset. Tiene tras de sí a su propio partido, a dos formaciones conservadoras escindidas del Likud, al Partido Laborista, a Meretz (izquierda pacifista) y a cinco diputados de la Lista Conjunta (coalición árabe que representa a la principal minoría israelí). Pero sin los siete escaños de Yamina, el partido nacionalista conservador de Bennett, no alcanza la mayoría de 61 votos exigida para la investidura.
Radical laico
Lapid es un radical laico que defiende la solución de los dos Estados para el conflicto con los palestinos. Pero tiene que pactar con Bennett, un derechista religioso partidario de la anexión a Israel de gran parte de Cisjordania, y cuya primera opción de alianza ha sido el bloque de Netanyahu, junto con los ultraortodoxos y la extrema derecha. Para convencerle de que se sume a una coalición con la izquierda y los partidos árabes, Lapid le ha tenido que ofrecer que dirija el Gobierno en primer lugar hasta la mitad de la legislatura, cuando ambos rotarían en el puesto de primer ministro.
Antes del 2 de junio, cuando expira el plazo para que forme Gobierno, tendrá que consumar un pacto entre partidos históricamente enfrentados: una misión que se presenta casi imposible. Primero deberá restañar las heridas del centro, tras el pacto que Gantz suscribió hace un año con Netanyahu para integrarse en su Gobierno.
La fragmentación de la derecha, que ya no se presenta en un bloque monolítico en torno al Likud, le ofrece una ocasión sin precedentes para intentar apear del cargo a un primer ministro que ha forzado las repeticiones electorales con tal de seguir blindado ante la justicia en el juicio por corrupción en su contra, al tiempo que ha polarizado a la sociedad.
Hijo de un superviviente del Holocausto que emigró a Israel desde la extinta Yugoslavia antes de ser también periodista y ministro, Lapid exhibe un programa reformista en la línea del presidente francés, Emmanuel Macron. Sus ejes son la lucha contra la corrupción y contra la preponderancia de los ultraortodoxos, que representan a un 12% de la población, frente a la mayoría laica.
A su paso por el Gobierno impulsó la incorporación al servicio militar de los estudiantes de las yeshivas (escuelas rabínicas), del que estaban eximidos. “Nosotros no odiamos a los jaredíes [ultraortodoxos], pero ya no podemos mantenerlos”, advirtió entonces sobre la obligación de que todas las comunidades del país soporten las mismas cargas. Los ultrarreligiosos, que se han caracterizado en la pandemia por desobedecer las normas sanitarias, se dedican casi en exclusiva al estudio de la Torá, y reciben subvenciones del Estado para poder mantener a sus amplias familias.
Estrella de televisión y de la prensa escrita
Después de haber presentado durante años el programa estrella de televisión del fin de semana, y de escribir columnas en Yedioth Ahronot, el diario hebreo de mayor difusión, Lapid dio la sorpresa en las elecciones de 2013. Boxeador aficionado, ha dejado de lado su habitual indumentaria informal para adoptar el traje de parlamentario y estadista que aspira a abrir un nuevo periodo político en Israel tras la prolongada hegemonía de un líder polémico, aunque de talla indiscutible, como Benjamín Netanyahu.
En sus comparecencias ante la prensa internacional, Lapid suele ofrecer un perfil liberal y favorable a un acuerdo con los palestinos. Si logra formar Gobierno, su alianza con Bennett y con otros dirigentes de la derecha le obligarán previsiblemente a virar hacia el pragmatismo del statu quo: el inestable equilibrio en el que se mantiene Israel de puertas para adentro y frente al mundo.
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