Estos días comienzan a resonar palabras casi olvidadas, o, mejor dicho, palabras que evocan pasados dolorosos y que, en este presente, de nuevo, vuelven a escucharse. Líderes y lideresas indígenas de Latinomérica reclaman a golpe de tuits y comunicados una intervención real de los Estados ante la amenaza de la pandemia, apelando a la protección de sus derechos, el derecho a la vida, en un desesperado intento para que su olvido no se traduzca en un genocidio. Sí, genocidio. Esta es una de las palabras que se puede leer y escuchar en sus intervenciones diarias desde hace semanas, ante la impasividad de los estados y agencias.
Haciendo un repaso general por los artículos, escritos y tuits sobre las experiencias que están sucediendo en relación con los pueblos indígenas y el impacto de la covid-19, parece indudable que existen dos hechos evidentes: por un lado, las visiones más críticas sobre la gestión de los gobiernos y que insisten en reivindicar el ejercicio de derechos y, por otro, aquellos enfoques paternalistas que centran todas las soluciones en la ayuda nacional e internacional que debería llegar.
Un artículo reciente hablaba sobre cómo las comunidades indígenas de Brasil se enfrentaban a la pandemia “con miedo y reglas propias”. Su principal conclusión era que “algunos grupos étnicos están organizándose para recibir donaciones del Gobierno”. Otro de los documentos publicados desde una Agencia Internacional de las Naciones Unidas ofrece una serie de consejos para sobrellevar el confinamiento si se es indígena. Estos consejillos son tales como, aprovechar el tiempo para “reconectar” con su lengua de origen o aprender a realizar trabajos de artesanía, actividades y acciones que no sólo desempeñan habitualmente, sino que forman parte de su identidad y, por lo tanto, lejos de ser aficiones, responden a la defensa de sus derechos culturales.
Hablemos claro: los Estados ni han estado, ni están, ni se les espera en los territorios indígenas de América. De ahí que lo de esperar a recibir donaciones gubernamentales y consejos innecesarios, además de rezumar un proteccionismo rancio, clasista y racista por todas partes, es una vieja quimera de quien pretende seguir creyendo en el Estado moderno latinoamericano. Y, si encima hablamos de un país como el Brasil de Bolsonaro y sus políticas de exterminio hacia las comunidades resulta evidente que lo último que esperan y quieren dichos pueblos es al Estado.
Lo máximo que han hecho países como Colombia o Perú ha sido decretar la prohibición de entrar en territorios indígenas a cualquier persona que no pertenezca a ellos, lo cual no está mal, aunque es innecesario o tardío, ya que estos pueblos han cerrado sus regiones a los foráneos a lo largo y ancho de sus territorios por todo América. Ellos llevan sufriendo y lidiando con sus propias pandemias infligidas por los Estados desde hace siglos: violencia, impunidad, desnutrición, enfermedades extractivas, energéticas, hídricas, aculturación…
Paradójicamente, este encierro histórico pone en valor la autonomía de estos pueblos, la importancia de mantener sus territorios para garantizar su supervivencia y sus contribuciones valiosas al mundo occidental. Una vez más, los indígenas vuelven a demostrar al mundo que sus sistemas tradicionales de autogobierno y esas economías de subsistencia tan denostadas por todos los estudiosos y adoradores del capitalismo están mejor preparadas que las ciudades tan (in)sostenibles en las que insistimos en encerrarnos para vivir el resto del mundo.
Lo máximo que han hecho países como Colombia o Perú ha sido decretar la prohibición de entrar en territorios indígenas a cualquier persona que no pertenezca a ellos, lo cual no está mal, aunque es innecesario o tardío
Así lo sigue reconociendo el que fuera ministro de Energía y Minas en Ecuador, Alberto Acosta, cuando afirmaba recientemente la necesidad de mirar hacia las culturas indígenas para lograr modelos económicos más sostenibles como una de las respuestas a la covid-19. Y así, también, es reivindicado por una colega wayuú (pueblo indígena de Colombia) cuando explica la importancia de la continuidad de sus actividades diarias relacionadas con la economía o la salud: salir a buscar los chivos, ir a recoger agua a sus jagüeyes o recurrir a sus prácticas ancestrales de salud para tratar determinadas enfermedades. El gobierno nacional de la Alta Guajira, por ejemplo, lanzó la idea de confinar a los indígenas enfermos en un centro cerrado. Esto supondría, primero, no dar alcance a toda la población (en vastos territorios, ¿quién puede desplazarse fácilmente hasta un lugar concreto?) y, segundo, trastocar las tradiciones del cuidado de la persona enferma en el hogar.
Al mismo tiempo, se demuestra la extrema vulnerabilidad que siguen teniendo a la influencia de los actores externos. Así lo expresó la presidenta del Foro Permanente de Cuestiones Indígenas de la ONU, Saami Anne Nuorgam, en su comunicado del pasado abril al pedir a los Estados que informen a los pueblos indígenas de los efectos de la pandemia, les protejan respetando sus sistemas de salud intercultural, respeten sus derechos de autodeterminación para mantenerse aislados y se proteja de manera especial a las personas mayores, ya que juegan un papel transcendental en las culturas indígenas (no así en nuestro mundo occidental tan desarrollado), y a los pueblos en aislamiento y contacto inicial por las consecuencias dramáticas que siempre tienen las enfermedades procedentes del exterior.
En términos similares se expresa la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en su resolución sobre Pandemia y derechos humanos en las Américas, resaltando la necesidad de informar en sus idiomas propios y proteger respetando sus culturas.
La pandemia ha logrado algo que estaba, ya, en el corazón de las utopías más que en la razón de la realidad cotidiana de los territorios indígenas: ellos han reforzado el control de sus tierras y de las decisiones que implementan dentro de ellas. No faltan quienes solo piensan en sus proyectos empresariales y en quienes le pagan la nómina, como el Instituto de Ciencia Política Hernán Echavarría Olózaga en Colombia, que sin salir del estado de alarma en el país ya están demandando al Gobierno, sin vergüenza ni tapujos, procedimientos abreviados para evitar que la consulta previa “frene” el desarrollo. El oportunismo de la versión más agresiva del capitalismo neoliberal no va a desaprovechar esta pandemia para intentar minar los derechos indígenas.
Quién sabe si la pandemia se va a convertir en el Armagedón que necesitan los pueblos indígenas en América para que definitivamente se respeten sus culturas y derechos humanos. Porque, como dice uno de los grandes dirigentes e intelectuales que sigue batallando en Colombia, a riesgo de su propia seguridad, Armando Valbuena, “solo la unidad, territorio, cultura y autonomía nos han de dar los elementos de volver al origen con nuestras instituciones milenarias en salud, justicia, ordenamiento del espacio vital, espíritus y deidades para sobrevivir a la covid-19”.
Para un europeo de clase media descreído y racional, estás palabras de Valbuena pueden sonar del todo naif. Sin embargo, esconden mucha más complejidad de la que podemos asumir en tiempos de pandemia, ya que vuelven a incidir en lo que siempre han dicho y siguen defendiendo los pueblos indígenas: las claves para su supervivencia y desarrollo están en los propios pueblos indígenas, y en que los Estados y demás actores interesados respeten sus derechos de autogobierno y autonomía como única forma de tener un futuro común.
Adriana Ciriza y Mikel Berraondo son expertos en Derechos Humanos y Pueblos Indígenas y Empresas, en el Departamento de Innovación Social de Zabala Innovation Consulting
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