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Yung Beef, la voz de la generación contra todo: “Somos cucarachas en el sistema”

“Mi único enemigo es Jesucristo”, proclama Yung Beef desde el escenario del local madrileño La Riviera. Le lanzan un sujetador desde las primeras filas. El público, que llena la sala (entradas agotadas), alza los brazos y mueve las manos en un ritual que todos conocen. Es la primera fecha (el pasado 9 de enero) de la gira de presentación del último disco del músico granadino, Gangster Original. Los asistentes son mayoritariamente veinteañeros y treintañeros, una mezcla de modernos y de gente proveniente de la periferia. Bailan, perrean, vociferan las canciones. El ambiente es eléctrico y cargado. “Su mensaje antisistema me representa”, apunta entre el público Omar, 22 años, de Orcasitas, zona obrera de Madrid. “Me gusta su forma de expresarse, coloquial y muy sensata. Me siento identificada con sus letras”, señala Claudia, de 18 años, llegada al concierto desde San Agustín de Guadalix, una localidad al norte de la capital. Las dos no se pierden lo que pasa en el escenario. El músico granadino se ha convertido en altavoz de una generación azotada por dos crisis, desconfiada y con una radical desconexión con el discurso oficial. Su forma de trabajar independiente, retorciendo las reglas, su lucha contra la poderosa Spotify, su discurso anarquista y su estilo musical de choque, que combina trap, pop y ritmos latinos, le posicionan como referente para la gente joven y como un sujeto incómodo para los que controlan un sistema que él dice detestar.

Tres días después del recital de La Riviera Yung Beef está sentado en su casa de Salobreña, en la costa granadina. Son las cinco de la tarde. Vestido de negro, enjuto y con el rostro decorado con varios tatuajes (lo que ya se denomina el “estilo yungbifero”), se lía un cigarro de marihuana mientras rumia la respuesta a la primera pregunta. ¿Su único enemigo es Jesucristo? “Lo dije en el concierto un poco de broma. No quiero faltar al respeto a nadie. Pero todo lo que nos dicen que está bien resulta que está mal. ¿Cuánta gente ha matado Dios según la Biblia? Millones de personas. A partir de ahí que la gente decida quién es el bueno y quién el malo. Detesto el sistema y cómo nos utiliza. Si todo esto es en nombre de Dios, sea cual sea ese dios, yo voy con el demonio. Tampoco adoro al demonio ni tengo una religión, pero es el juego que existe en la vida. Tengo a familiares que están presos por tonterías y hay gente que hace cosas malas de verdad y está en la calle. Por eso no creo en este sistema”.

Spotify me hace boicot y no apoya mis canciones porque soy independiente. Pero eso va a cambiar. Yo también me sé los trucos del puto capitalismo

Momentos antes, Fernando Galvéz, Yung Beef (Granada, 32 años), ha aparecido en el salón de su casa con su hijo Romeo, de cinco años, en brazos. Uno de los tatuajes de su cara es el nombre del niño. Lo deja en un sillón en otra habitación mientras entra a verlo un amigo de la misma edad. Se ponen a jugar en el suelo de inmediato. “Anoche tenía la rodilla un poco hinchada. Pero hoy ya está mejor. Estaba jugando con otros niños y se tropezó. Un pequeño esguince sin más. Pero le gusta que le coja. Se hace el importante. Me dice: ‘Llévame”, sonríe el músico. Una imagen de padre que quizá choque en un artista indómito y de biografía afilada.

Nació en el barrio granadino del Albaicín. De familia humilde, vivió con su madre y su padrastro y se curtió en la calle. Cuando se dispuso a trabajar, con 18 años, estalló la crisis económica de 2008, la que marcó a su generación. “Todos te decían: ‘Imposible, tú no vas a trabajar. Hay gente con varias carreras que no va a encontrar empleo, así que tú, que eres un desgraciado que no sabes hablar…”, describe. Trapicheó “vendiendo droga” hasta que decidió buscarse la vida en otros países. Sus seguidores apuntan que Motriles, una canción suya de 2015, describe un problema familiar que tuvieron él y su padrastro con la justicia que acabó con una condena penal: “Sigo esperando el juicio por la estafa. / Qué pereza, Damn. / Que no sé nada, señora jueza. / Ahora soy cantante, soy reguetonero. / Es por eso que el piquete está a fuego”. Vivió en Marsella y en Londres, donde trabajó de lavaplatos. Paralelamente llenaba su cabeza de sonidos: el hip hop, la música urbana, la electrónica… Y comenzaba a subir canciones a internet como Kefta Boyz. “Con 24 años todavía estaba fregando platos en Londres; bueno, ya era más un cocinero de combate. Estaba muy bien, me gustaba. Pero la música me acompañaba siempre. Me fui de vacaciones a Barcelona, vi todo el movimiento musical y flipé”.

Lo que encontró en las inmediaciones del Macba fue una escena underground de chavales de futuro incierto que se habían decantado por un estilo urbano, de letras de combate con condimentos del hip hop, la música jamaicana y latinidad. El trap, en su versión en español. Unas letras agresivas infladas de autotune, un modificador de voz utilizado como un instrumento más. “Para cantar trap has tenido que vender droga en la calle”, acotó en su momento Beef, tirando del repertorio petulante que se gasta el género. Sus letras hablan de lealtad, mafia, droga, la vida en la calle, de combatir al poder, de amor, de sexo, de humildad.

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SuscríbeteEl cantante, en su concierto de La Riviera (Madrid) el pasado 9 de enero.

En 2014 Yung Beef fundó junto a otros tres artistas el grupo más influyente del trap español, PXXR GVNG (pronúnciese Poor Gang). Fue el primero del género en fichar por una multinacional, Sony. En una jugada absolutamente inédita en la música española, el cuarteto entregó un disco mediocre, Los pobres (2015), para ridiculizar a la industria comercial. El mito Yung Beef (un nombre inspirado en la canción de la artista pop Lana del Rey Young and Beautiful) ya había comenzado. Desde entonces, los chavales siguen su pista musical a pesar de lo bifurcada que está y de su voraz producción. Ha publicado una veintena de trabajos largos en cinco años, seis en los últimos 12 meses, que ha culminado con Gangster Original, su disco más accesible.

Seguramente ha contribuido a limar su estilo el traslado a la relajada Salobreña, donde lleva dos años viviendo después de una temporada (turbulenta) en Barcelona y otra (más turbulenta) en Madrid. Desde su casa, construida en una colina, se disfruta de un hermoso atardecer con vistas al mar. El inmueble es de generosas dimensiones, pero sin avasallar. Se encuentra rodeado de otras viviendas similares, apreciadas por los turistas cuando llega el verano. Hay una pequeña piscina, sin agua en el momento de nuestra visita.

El músico ha cambiado recientemente de colaboradores. Desde hace un año sus personas de confianza son Marisa Asensio, una veterana de la escena granadina, exmanager de Mártires del Compás y en la producción de Espárrago Rock; y Alex Fatt, productor, músico y agitador musical puertorriqueño que tiene un estudio de grabación en Estados Unidos y quiere montar otro en España. Entre los dos y otro par de personas intentan encauzar la creatividad del músico y templar sus impulsos, cosa nada fácil en un artista al que le motiva el caos. También tratan de controlar a la cantidad de gente interesada que se le acerca de forma bastante habitual. “Es otra forma de trabajar. No se gasta en promoción, ni siquiera se fabrican discos físicos. Fernando publica una canción en las plataformas a las tres de la mañana o un vídeo y al día siguiente suma miles de escuchas que le reportan dinero directamente”, señala Asensio, que ha trabajado con las pautas convencionales y ahora se adapta a las nuevas. La mayoría de los ingresos del cantante llegan de las escuchas en las diferentes plataformas: Spotify, YouTube, Tidal… Del directo también, pero menos. “Artísticamente es ya un icono, porque fue de los primeros que arrancaron el trap en español. Me deja impresionado la facilidad con la que crea las canciones y el sentimiento profundo que hay dentro. En lo personal tiene un gran corazón, que demuestra ayudando a mucha gente”, asegura Fatt. Los dos se encuentran en la casa durante la visita de los periodistas, además del hijo del músico, el amigo del pequeño y la pareja del artista, amable y discreta a partes iguales.

Retrato de Yung Beef tomado en su casa de Salobreña (Granada).Fermin Rodriguez

Uno de los proyectos más importantes de Beef es la discográfica que fundó en 2016, La Vendición (con v), donde edita sus canciones y sirve de plataforma para lanzar a artistas nuevos. El músico mueve los brazos mientras habla y se gusta: “Internet lo ha cambiado todo. Trabajamos para nosotros, no para señores con traje que no entienden de música y solo buscan explotarte. Somos la resistencia al dinero. Yo odio el dinero, hermano. Lo tengo, pero lo odio. Lo podemos quemar delante de la gente. El dinero lo utilizo como una resistencia a todos los que me están vacilando de dinero. Por eso me pongo estas cadenas [las que le cuelgan del cuello, muy llamativas, que las amarra con la mano], para decir que nosotros también podemos hacer dinero. Y eso que para mí las cadenas son ahora mismo en mi vida una carga. Soy muy hippy. Estoy bien en la naturaleza, con mi perro, mi niño. Pero me las pongo para que sepan que con su dinero y sus tonterías a esto no van a llegar. A la magia no se puede llegar con dinero”, proclama.

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Para la historia del movimiento urbano español está un debate que organizó el festival Primavera Sound en 2018 donde él y C. Tangana se enzarzan en una discusión sobre cómo alcanzar los objetivos. Tangana abogó por hacer la revolución desde dentro del sistema y con las mismas armas (fichó por Sony, multinacional que editó su exitoso El Madrileño), y Beef prefirió desplegar su artillería desde la independencia. “Me gusta el disco de C. Tangana. Creo que es muy lógica su evolución. Los dos somos personas que vamos mucho más allá de una pelea. No tenemos la verdad absoluta, pero somos dos posiciones claves en el sistema. Él es trabajador, valiente, fuerte de mente… Aguanta la presión con elegancia. Es un adversario digno. Me motiva”, explica alzando la barbilla. Y continúa: “Spotify, empresa que pertenece a las multinacionales, me hace boicot y no apoya mis canciones porque soy independiente. A mí me da igual que me boicoteen porque yo ya llego a mucha gente. Pero me sabe mal por los grupos de La Vendición, que sí necesitan de ese apoyo. Eso me mata. Pero eso va a cambiar. También yo sé los trucos del puto capitalismo. Ahora estoy poniendo temas en TikTok, la gente los escucha y se los está pidiendo a Spotify. Ahora no me dan apoyo, pero la gente, que es lo importante, no yo, va a pedirles que nos pongan. Y eso es imparable. Nosotros somos cucarachas en el sistema”. Con la simbología del resistente insecto Beef quiere enfatizar lo difícil que resulta combatirlos.

Durante la larga charla despliega frases como “no me fío de nadie, hermano”, “si no hubiera humildad en el mundo, todo estaría destruido”, “todos los jueces están corruptos” o “dinero no quiero más, pero cultura sí”. “Lo más parecido que puedo ser es un anarquista. Todo lo que sea reprimir me parece malo. Tenemos que cooperar. Si esa mentalidad no está en el sistema no lo puedo apoyar”, declara en un discurso similar al del punk español de los ochenta y al de los grupos españoles de hip hop de los noventa. Admite sentirse identificado con La Polla Records, Los Planetas, Mucho Muchacho, El Club de los Poetas Violentos, Robe Iniesta, Kiko Veneno, Pata Negra, Ray Heredia… “A clásicos como Serrat o Sabina los respeto, por supuesto, pero para mi gusto son un poco pastelosos”, remacha.

El dinero me está dando ahora muchos problemas. Con mi familia, con la gente que quiero… Mi familia no tiene una educación para tener dinero

Beef es objeto de deseo de festivales relevantes como Sonar o Primavera Sound, donde se le contrató para que programara un escenario. También las marcas de ropa le persiguen en su afán de reivindicar la nomoda y la indumentaria de la calle. El cantante ha protagonizado campañas para Calvin Klein y ha desfilado en París. “La industria de la moda siempre se ha sentido atraída por lo que a priori le resulta ajeno: desde el punk al atuendo de los pescadores. La diferencia es que las estrellas del trap tienen interés por la moda. Y Yung Beef en particular, con un estilo muy definido. El trap es un estilo que integra la moda como símbolo de estatus”, analiza Dani García, responsable de la revista de moda Icon.

Iago Fernández, director de contenidos de Gen Playz (RTVE), fue de los primeros periodistas en dar visibilidad a Beef en medios grandes. “Cuando publicamos en Tentaciones [suplemento de EL PAÍS] aquel vídeo titulado La entrevista a Yung Beef más larga jamás realizada. muchos compañeros periodistas comentaron que les sorprendía verle decir cosas sensatas o inteligentes. Creo que Fernando ha sabido aprovecharse siempre de esos prejuicios absurdos que genera su personaje y usarlos a su favor”. Beef es protagonista (y reclamo en la portada) del libro El Trap. Filosofía millennial para la crisis en España (Errata Nature, 2019), escrito por el filósofo Ernesto Castro.

Además del respaldo de gente joven, Yung Beef seduce a veteranos del rock español, como Los Planetas, con los que colaboró en la canción Islamabad. El líder del grupo granadino, Jota, cuenta por teléfono: “Me parece uno de los artistas más interesantes que han salido en mucho tiempo. Con un lenguaje nuevo, con una forma de hacer las cosas radical e independiente. Es un genio y su último disco, Gangster Original, una obra maestra”. Yung Beef escucha los halagos y los encaja “con humildad y felicidad”.

Desarrolla la idea de otro de los principios que comparte con sus seguidores, el desapego al dinero: “He tenido muchas maneras de ganar dinero. Y no ha cambiado mi felicidad. He sido igual de feliz cuando he estado en trabajos de mierda que ahora mismo, ¿sabes? El dinero no importa, es cómo sepas disfrutar la vida. En un barrio la gente vive con microeconomía, que está fuera del sistema, y eso funciona mejor que un puto barrio de ricos, en el que se odian todos. Es más: el dinero me está dando ahora muchos problemas. Con mi familia, con la gente que quiero… Mi familia no tiene una educación para tener dinero. Es como si te tocan millones en la lotería. Al final nos volvemos locos, ¿sabes? Para la gente que es feliz viviendo con poco tener mucho puede ser un problema. A mí me genera un estrés y una ansiedad que preferiría la otra posición, ¿entiendes? Tengo miedo a no utilizarlo con la responsabilidad correcta”.

Otro momento de su concierto de La Riviera en el festival Inverfest, donde presentó su disco ‘Gangster Original’. / DANIEL UNSAIN (Inverfest)Daniel Unsain

Una temática recurrente en sus letras es la droga. “Es importante para la música, al menos para mí. Es como comer pizza y coca-cola. Es algo que liga, hermano. La música coloca y la droga es música. No molesto a nadie. Es bajo mi responsabilidad. Siempre he tenido mucha curiosidad, pero también mucho respeto”, expone. Otra cosa que choca para el que no esté habituado a su música es la utilización reiterativa del término “puta”. Lo explica: “Es un recurso estilístico. No es lo que digas, sino cómo lo digas. Es mi manera de hablar y de cantar. Hablamos así entre nosotros y lo hacemos con cariño. También me lo llamo a mí. Es para marcar los ritmos, como cuando un rapero americano utiliza nigger [negro, de forma despectiva]”. La gente que le conoce habla de su generosidad. El día del concierto de Madrid llegó con una cazadora comprada en París “nada barata” y se la regaló a un amigo. “Me encanta tu cazadora, hermano”. “¿Sí?, pues para ti”, respondió el músico. “Hay mucha gente a mi alrededor que tiene problemas, algunos están en la cárcel. Pueden necesitar algo y me apetece responder. Por eso me gusta tener solvencia, pero lo demás me la suda. Estoy igual de bien en la puerta de la discoteca que dentro”, señala.

Su hijo Romeo le reclama y sale un momento a atenderle. La madre es la cantante La Zowi, otro de los puntales del género urbano español. “Estamos separados, pero hemos llegado al punto de no utilizar términos como ‘custodia compartida’. Nos entendemos. No creo que la policía sea la solución. Hay que tener paciencia, comprensión y comunicación. Eso no te lo da la policía. Las órdenes son para los soldados”, asevera.

Le preguntamos si se ha hecho más responsable con la paternidad. “No, yo sigo igual. Siempre he sido muy responsable. Si he tenido un niño es porque soy muy responsable”. Y sonríe.

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