El hombre estaba exultante. Por fin había llegado. Después de años de plumilla en las secciones políticas de la prensa de París, después de más de una década de tertuliano en programas de máxima audiencia, después de publicar libros superventas y ser condenado varias veces por incitación al odio racial, una sonrisa de oreja a oreja cruzaba el rostro de Éric Zemmour (Montereuil, 63 años) mientras levantaba los brazos en señal de victoria. Desde el martes, el polemista de extrema derecha ya es candidato oficial a las elecciones presidenciales de abril de 2022 y este domingo celebró un mitin en el parque de exposiciones de Villepinte para poner en marcha la campaña.
El ambiente era enfebrecido: más de 12.500 personas electrizadas por su candidato, una exhibición de fuerza tras semanas flaqueando en los sondeos. Y caldeado. Un portavoz de Zemmour denunció que un hombre se había abalanzado sobre el candidato cuando este se dirigía al escenario y le causó una lesión en la muñeca, informa la cadena BFMTV. Hubo altercados en el exterior, detenidos, y algunos simpatizantes del polemista agredieron a un pequeño grupo de militantes de SOS Racismo.
Zemmour desveló en el mitin el nombre del partido en el que se apoyará la complicada tarea de alcanzar el poder, un nombre con resonancias medievales y españolas: Reconquête, o reconquista. Colocó en el centro del mensaje la dialéctica entre amigos y enemigos exteriores e interiores, con especial fijación en los periodistas. Se presentó a sí mismo como el hombre providencial que salvará Francia de la guerra civil y la extinción. Y apeló a los votantes de la derecha tradicional y de Marine Le Pen —la líder indiscutible de la extrema derecha hasta que en septiembre Zemmour irrumpió en la arena electoral y empezó a subir en los sondeos— a unirse a él.
La gran misa zemmouriana marca el tono de la campaña. Pese a que ha dejado de figurar entre los favoritos para disputarle la presidencia al centrista Emmanuel Macron, cuenta en todos los sondeos con más de un 10% de votos —un resultado inimaginable antes del verano, cuando su candidatura era una hipótesis remota— y su tema casi exclusivo, la inmigración, monopoliza el debate político francés.
”Si me detestan, es que os detestan a vosotros. Si me desprecian, es que os desprecian a vosotros”, clamó Zemmour. “Mis adversarios quieren mi muerte política. Los periodistas quieren mi muerte social. Los yihadistas quieren simple y llanamente mi muerte”.
Antes de comenzar el mitin, un equipo del programa Quotidien, de la cadena TMC, tuvo que marcharse tras ser acosada por los zemmourianos. “Todo el mundo detesta Quotidien”, gritaban. Más tarde, cada vez que en el discurso Zemmour citaba a los periodistas, el público les abucheaba mientras agitaba las banderas francesas.
La técnica —el nosotros contra ellos— no es nueva. Parece plagiada de Donald Trump, presidente de Estados Unidos entre 2017 y enero de 2021. Lo particular, en el caso de Zemmour, es que hasta hace unos meses él mismo perteneció al gremio periodístico. Y es en los diarios —el conservador moderado Le Figaro— y en las cadenas de televisión —hasta septiembre era la estrella de la cadena CNews, propiedad del grupo Vivendi— donde consolidó su influencia y obtuvo una legitimidad vedada a otros ultraderechistas.
Una diferencia notable con Trump y con Marine Le Pen es el público. Trump y Le Pen atraen a votantes de clase trabajadora. Entre el público de Zemmour abundaban personas que podrían encontrarse en mítines de la derecha clásica en Francia o en sindicatos de estudiantes conservadores: veinteañeros universitarios.
Tanguy Picard, de 26 años y doctorando en química de Grenoble, vino a Villepinte con traje, chaleco y corbata. “Vengo para ver a alguien que puede ser presidente de la República. Hay que dar ejemplo”, dijo este lector de los ensayos del candidato sobre el pasado glorioso de Francia. “Sus libros son libros de historiador antes que de político, y es lo que me gusta: un hombre de cultura haciendo política”.
Uno de los problemas de Zemmour es el elitismo: no puede resistirse a citar un autor clásico y habla el lenguaje de los periodistas y escritores de París. Le cuesta conectar con las clases populares, vivero de votos de Le Pen.
Los otros enemigos designados por Zemmour son los políticos: la izquierda, pero también Macron (”un gran vacío, un abismo: en 2017 Francia eligió la nada”, dijo sobre él) y la derecha moderada de Los Republicanos, cómplices, según su visión, de “la gran sustitución”, la teoría de tintes conspiratorios y racistas según la cual la población con antepasados europeos está siendo sustituida por extranjeros musulmanes.
Zemmour dijo en el mitin que los franceses viven bajo el miedo del “gran desclasamiento, con el empobrecimiento de los franceses, el declive de [la] potencia [de Francia] y el hundimiento de la escuela”. El segundo miedo es el de “la gran sustitución con la islamización de Francia, la inmigración de masa y la inseguridad permanente”.
”¡Z, Z, Z!”, gritaban sus seguidores, mientras él prometía frenar la gran sustitución con su nuevo eslogan: “La reconquista está lanzada. La reconquista de nuestra economía, de nuestra seguridad, de nuestra identidad, de nuestra soberanía, de nuestro país”. La campaña no será fácil para Zemmour y sus probabilidades de clasificarse a la segunda vuelta son hoy pequeñas. Pero este domingo, el “pequeño judío bereber”, como se describe a sí mismo, se veía feliz ante la multitud y las banderas, mientras levantaba los brazos y saboreaba una primera, pequeña victoria.
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