20 años del Centenariazo: “¿La fiesta? ¡Primero habrá que jugar!”


Ahora es el seleccionador de Argentina, pero aquel 6 de marzo de 2002, hace 20 años este domingo, Lionel Scaloni era un polvorilla que se paseaba en calzoncillos sobre el césped del Santiago Bernabéu, desatado, icono deportivista de una final inolvidable. Se acababa de subir al larguero de la portería del fondo norte del coliseo madridista y cuando recuperó el resuello acertó a decir: “Pasarán los años y se seguirá hablando de este partido”. Es así. Veinte años después la final de Copa del Rey entre Deportivo y Real Madrid sigue vigente en una memoria futbolera que la identifica como el Centenariazo, la noche en que a la fiesta del cumpleaños número 100 del entonces nominado por la FIFA como mejor club del siglo XX llegó un invitado de provincias, se comió la tarta y se llevó el regalo.

Visto con el paso del tiempo puede parecer una heroicidad, pero también ese tamiz sirve para concluir que el Deportivo estaba en la cima futbolística de su historia, al nivel de un rival que alineaba a Zidane, Figo, Raúl y Roberto Carlos. Durante el mes anterior, el equipo que adiestraba Javier Irureta había ganado en Vigo al Celta, que era el líder de la Liga. Y venía de solventar un doble duelo en Champions contra la Juventus, con la que empató en Delle Alpi y a la que superó en Riazor. Una semana después de ganar la Copa, otra victoria, esta vez en Highbury contra el Arsenal, se identifica como la mayor exhibición futbolística del equipo.

Pero el recuerdo siempre remite al Bernabéu y a una cita única. “Lo que me queda es la alegría y el orgullo del triunfo y no el regusto de haber estropeado ningún festejo”, rememora Mauro Silva, el mejor jugador de aquel partido, comparado en la crónica que firmó Santiago Segurola en este periódico con Obdulio Varela, el charrúa al que apodaban El Negro Jefe, caudillo del triunfo mundialista de Uruguay contra Brasil en 1950, el Maracanazo.

Varela arengó a los suyos antes de saltar ante 200.000 almas brasileñas: “No piensen en toda esa gente, ni en el ruido, no miren para arriba. El partido se juega abajo, Los de afuera son de palo”. Mauro Silva lideraba con el ejemplo. Sergio, hoy entrenador del Cádiz, había marcado para el Deportivo a los seis minutos de partido. Tras sacar de centro Scaloni atropelló a Raúl, que salió trastabillado y se trabó con Mauro, al que encaró. El ahora presidente de la federación paulista de fútbol le agarró por el pecho. No se le recuerda en otra semejante en su modélica carrera. Su amigo Roberto Carlos le separó, pero para entonces el meta Molina había recorrido 40 metros para encararse con Raúl. “Que una persona tan respetuosa como Jose reaccionase así sirvió para que todos se diesen cuenta de que íbamos en serio”, sostiene Mauro Silva.

En los días previos se deslizó el programa de festejos de aquel cumpleaños para el que la Federación ofreció a la casa blanca albergar la final, y se debatió sobre las simpatías madridistas del Gobierno, entonces con José María Aznar al frente. Florentino Pérez tomó la palabra: “Sólo hay dos ministros socios del Madrid: Mariano Rajoy y Pío Cabanillas”, un gallego y un hijo de gallego. No arregló precisamente los resquemores. Tampoco lo logró que pregonase los resultados de una encuesta encargada por su club y que resolvía que el 49% de los españoles eran del Real Madrid.

El Deportivo se convirtió en el club de la mitad más uno. Y sus futbolistas cargaron las baterías de la motivación en los destinos que visitaron antes de la cita. También cuando nada más llegar a Madrid escucharon al alcalde Álvarez del Manzano lanzar un ruego a los seguidores del rival. “Pido que tras la victoria tengamos sentido común y que nadie se suba a la Cibeles”. Así fue.

La previa fue frenética. En la mañana del partido surgió un problema inesperado en el cuartel general del Deportivo, en la calle José Abascal. Los jugadores amagaron con un plante por una discusión por el número de entradas destinadas a sus familiares. “Si no pueden entrar al campo no jugamos”, aseguraron algunos de los pesos pesados del equipo. Al final aparecieron las entradas. “Se hubieran llenado tres Bernabéus”, explicaron los federativos. Pero el hecho de jugar en casa convirtió el partido en uno más para el seguidor madridista.

Para los 25.000 gallegos que se desplazaron a Madrid no lo era. Antes de que los equipos saliesen a calentar, mientras los aficionados blancos se movían de manera rutinaria hacia el estadio, el fondo norte era blanquiazul. Djalminha, que era suplente, entró a la caseta para dar un aviso a sus compañeros: “¡Tíos. Ahí fuera está media Coruña!”. Poco antes había tenido una conversación con Flavio Conceiçao, también reserva, pero del Real Madrid. Habían jugado en Palmeiras y Deportivo. Le preguntó cómo podían hacer para tomar algo después del partido. “No voy a poder. Tengo que ir a la fiesta”, le contestó, ingenuo, Flavio. En la conversación estaba Fran, que gallegueó: “¿La fiesta? Hombre… ¿Primero habrá que jugar!”.

“Hay cosas que estaban bien atadas y pronto se desataron”, había advertido, entre la ironía y la prevención, Vicente del Bosque, entrenador madridista. Diego Tristán marcó el segundo gol antes del descanso y en el Bernabéu solo se escuchaba “que bote Riazor”. Pero en el receso Javier Irureta lanzó un aviso en la caseta deportivista: “Chicos, habéis hecho una primera parte magnífica, pero lo más duro está por venir”. El Madrid apretó. Lo hizo ante la portería en la que estaba la afición blanquiazul porque Fran, que había ganado el sorteo en el saludo entre capitanes, desechó la opción de sacar y eligió campo. Había sido una sugerencia de Lendoiro a Irureta y el capitán la aplicó. Raúl descontó (1-2) con algo más de media hora por jugar, pero el Deportivo se llevó la Copa, la segunda de su historia. El graderío blanquiazul estalló en un cántico dedicado a los anfitriones: “¡Cumpleaños feliz!”. Todavía hoy en Riazor se canta a la Copa “que 100 años durará”.

El rey Juan Carlos identificó a Irureta en los saludos protocolarios. “Siempre te veo por la tele con las gafitas y el chicle”, le dijo. “Eres un fenómeno”, le replicó el entrenador. La Copa la alzó Fran, que después recordó cómo cada vez que tenía descendencia ganaba un trofeo. Dos meses antes había nacido su hijo Nico, hoy jugador del Barcelona. El reto de encontrar un lugar para festejar la victoria tuvo una resolución sencilla. En un asador, no lejos del Bernabéu, se había reservado un ágape para un equipo de fútbol. El Deportivo se comió la cena que encargó el Madrid y a las siete de la mañana un disc-jockey exhausto cerró la cabina de su discoteca mientras un Augusto presidente se movía en la pista cantando: “Vivir na Coruña que bonito é, andar de parranda e durmir de pé”.

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