30º aniversario de la Expo 92: “Fueron seis meses de una burbuja mágica”


El 20 de abril de 1992, pasadas las 12 del mediodía, se inauguraba la Exposición Universal de Sevilla. Desafiando escepticismos, durante los seis meses siguientes, el complejo de la isla de La Cartuja se convirtió en el escaparate del salto hacia la modernidad de España, asombrando al mundo al superar todas las expectativas, no solo de público —pasaron 18 millones de visitantes―, sino en cuanto a participación de países (112), organizaciones internacionales (83) y empresas.

En ese éxito popular, las comunidades autónomas a través de sus pabellones, que combinaban una arquitectura innovadora con unos contenidos originales y de calado, tuvieron mucho que ver. Cinco de sus comisarios: Antonio Rodríguez Almodóvar, de Andalucía; Javier Mateo, de Aragón; Eduardo Méndez, de Asturias; Alfonso Bañón, de Navarra y Pedro Bordes, de Canarias recuerdan 30 años después, en una conversación con EL PAÍS, lo que supuso ese acontecimiento, que califican de histórico. Más allá de las miles de anécdotas con las que se interrumpen constantemente, es un ejemplo, coinciden, de cómo aparcando diferencias políticas y aunando esfuerzos y cooperación se pudo hacer de España un referente internacional, concitando, además, el interés y la aprobación general del público.

Pregunta. Los preparativos de la Expo 92 estuvieron rodeados de escepticismo, de dudas sobre si se iba a llegar a tiempo ¿Durante la organización de sus pabellones, fueron conscientes de la trascendencia y de las consecuencias de no cumplir con las expectativas?

Pedro Bordes (P. B.). Éramos conscientes de lo bien que se estaba haciendo a pesar de lo políticos.

Alfonso Bañón (A. B.). El proceso de aceleración se produjo en el tramo final. Entre el mes de septiembre de 1991 y marzo del 92 fue exponencial.

Antonio Rodríguez (A. R.). Con el rabillo del ojo mirábamos a los demás, porque el proceso de aceleración no fue solo el de la obra, sino el de la ambición de los contenidos. Con el pabellón de Andalucía me dijeron que querían algo simbólico, pero cuando llegó el concurso público vimos que otros pabellones, como el de Canadá o Japón, estaban disparados, eran una cosa tremenda y yo les dije que éramos los anfitriones y que íbamos a hacer el ridículo, así que ampliamos las bases. Fue una carrera a contrarreloj a ver quién hacía más.

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Javier Mateo (J. M.). Nosotros tuvimos la visita de Marcelino Iglesias, que entonces era el presidente de la Diputación de Huesca, a finales de febrero y en el edificio teníamos un follón de ruido y me preguntó si creía que íbamos a llegar a tiempo. Le garanticé que sí. En la Expo cada calle tenía un responsable y todo el mundo tenía el plan de fechas supercontrolado.

Fue una relación singular entre las distintas autonomías”

Alfonso Bañón

A. B. Hubo una coordinación muy por encima de lo que estábamos acostumbrados habitualmente en este tipo de organizaciones. Los 18 [los comisarios de las 17 Comunidades Autónomas más el del pabellón de España] tuvimos reuniones mensualmente. Fue una relación singular entre las distintas autonomías. Para empezar, éramos territorios con unos criterios políticos totalmente distintos: había del PP, del PSOE, nacionalistas… Las reuniones muchas veces tenían que ver con lo que le pedíamos cada una al pabellón de España.

Eduardo Méndez (E. M.). Al pabellón de España todos le exigíamos por igual, sin colores políticos.

A. R. Superamos los colores políticos. Pero nosotros.

A. B. Sí. Fuimos capaces de que todos los políticos se pusieran de acuerdo.

P. ¿Cuánto grado de autonomía respecto de esos intereses políticos tuvieron?

E. M. Todo el mundo se plegó a las circunstancias. Lo importante es que había que hacerlo bien. Mi presidente [Juan Luis Rodríguez-Vigil Rubio] siempre fue muy mirado y empezó poniéndome el tope del gasto en 300 millones de pesetas, pero luego vio las dimensiones y acabamos en más de 1.000.

J. M. La Expo 92 empezó con una dimensión y terminó con otra mucho mayor. A parte de que el sector de la construcción estaba desmadrado. Se estaba cobrando lo no escrito porque era Sevilla, pero también Barcelona con los Juegos Olímpicos.

A. R. Con el rabillo del ojo mirábamos a Barcelona. En medio estaba el pabellón de Cataluña, el del País Vasco y hacíamos de interlocutores con los nacionalismos para ver cómo íbamos a equilibrarlo todo y pusimos un poco de mano izquierda todos y salió muy bien.

P. ¿Cómo se organizaron los contenidos? Porque una de las características de los pabellones de la Expo es que tanto el continente, los edificios, como el contenido estaban en perfecta sintonía.

P. B. Había que guiarse un poco por el lema de la Exposición que era la Era de os Descubrimientos.

E. M. En mi pabellón hice lo que me dio la gana. A la Sociedad Estatal de la Expo 92 le tenías que presentar el proyecto para la supervisión, pero a mí nunca me pusieron pegas.

J. M. La Sociedad Estatal [de la que Mateo también fue responsable] tenía un comité de expertos que marcaba los criterios y luego el reto era dotarlo de contenido.

A. B. Navarra tuvo claro que no podíamos ir como Fujitsu y tener una superproducción en 3D. Lo que queríamos vender era un espacio agradable, el frescor del río, de las hayas, un buen vino y una chistorra y el restaurante lleno.

La sensación fue la de estar viviendo una cosa impresionante”

Pedro Bordes

P. La incorporación de la gastronomía también fue un gran éxito.

E. M. El de Asturias marcó pauta (risas). Ninguno tuvo las colas que tuvo el nuestro.

P. ¿Hubo muchos piques de este tipo entre ustedes?

J. M. No solo no nos picábamos, sino que colaborábamos. Los días de honor de cada comunidad, cada pabellón cedíamos dos azafatas al que le tocaba celebrar porque ese día estaban desbordados.

A. B. Nos echábamos muchas manos. Recuerdo llamar a nuestros directores y comentarles que nos venía una visita de compromiso y que si nos podían hacer hueco en el restaurante…

Imagen del lago de la Expo y de los pabellones de las Comunidades Autónomas, en 1992.RTVE (Europa Press)Apuesta de riesgo

P. La mayoría venían de la empresa privada, pero ninguno tenía experiencia en ferias o exposiciones de este tipo. ¿Cómo se prepararon?

J. M. En Exposiciones Universales no había casi experiencias. La última había sido la de Japón en 1970 y luego se celebraron otras en Brisbane y Vancouver.

A. R. Yo pude ir a Vancouver, pero la mejor idea la saqué de Disney World. Tenían un cine circular y me informé de que en Francia había un cineasta que hacía películas de ese tipo y lo llamé. La gente salía de nuestro pabellón emocionada con la proyección. Los andaluces vieron Andalucía como nunca antes se la habían vendido.

La gente conectó instintivamente con la modernidad de España”

Antonio Rodríguez-Almodóvar

A. B. Yo era un chaval que acaba de entrar a trabajar en una empresa privada y Fernando Redón [arquitecto y director del pabellón de Navarra] me llamó para incorporarme al proyecto. Me advirtió de que eran dos años y luego me quedaría en la calle, pero no me importó.

J. M. Esa parte fue la peor. Había dos tipos de trabajadores. Los funcionarios que iban en comisión de servicio y que después de la Expo regresaban a sus puestos de trabajo y los mercenarios, los que dejaron su trabajo. Muchos de ellos después se quedaron sin nada.

P. B. La gente entonces tenía 40 años y estar allí era una oportunidad. Yo cuando empecé a oír hablar de la Expo sabía que iba a ir como visitante y cuando me dijeron de venir a trabajar, dejé lo que estaba haciendo y me vine.

A. R. Era una apuesta de riesgo. Mucha gente luego se quedó en la calle.

P. ¿Ese sería uno de los contrapesos agridulces?

A. B. Nosotros teníamos el problema de vender la Expo en nuestro propio territorio y para mí eso fue de las cosas más complicadas. Teníamos un presupuesto de 900 millones de pesetas y era un momento muy difícil para venderlo, sobre todo políticamente.

A. R. A mí me tocó venderlo en las siete provincias andaluzas y no me recibían a pedradas porque era yo [risas]. Les explicaba que se trataba de un plan de modernización para todo el país, no solo para Sevilla…

Vista de La Cartuja y los pabellones de las Comunidades Autónomas en la Expo 92.Luchar contra el escepticismo

E. M. Es que también hubo que vendérselo a los propios sevillanos.

J. M. Cogía un taxi para venirte al recinto y te decían: ‘¿Pero qué hacéis?, esto no va a estar nunca, no avanza, es todo mentira…`

En cuanto terminaron los Juegos Olímpicos, aquí se desbordó todo y los fines de semana de septiembre y octubre fueron de colapso”

Javier Mateo

P. B. Yo hice la mili en Sevilla en el 80 y cuando volví para la Expo la calle Torneo era un muro. La apariencia de Sevilla cambió mucho, no tuvo nada que ver.

P. ¿Estaban preparados para el éxito que supuso la Expo?

E. M. Como la fama que tenía era que iba a fracasar, el asombro y la maravilla se multiplicó.

J. B. Entre la gente que vinimos de Canarias a trabajar la sensación fue la de estar viviendo una cosa impresionante.

E. M. Aquello fue como un sueño que no se va a volver a repetir. Fueron seis meses de una burbuja mágica.

A. R. La gente conectó instintivamente con la modernidad de España en el concierto internacional. España se ponía de largo e incluso el modelo de la Transición.

J. M. Cuando estaba en la Sociedad Estatal recibía visitas y les enseñaba la maqueta y les iba señalando las puertas y el aforo de cada una. Yo lo decía porque estaba en el guion, pero para nada te lo creías. Pero en cuanto terminaron los Juegos Olímpicos aquí se desbordó todo y los fines de semana de septiembre y octubre fueron de colapso.

A. B. Recuerdo que cuando volvimos de un viaje a Japón y EE UU para preparar los contenidos os pregunté que cómo ibáis a gestionar las colas en los pabellones y me respondisteis: ‘¿Colas?. Jajaja’. Al final tuvimos que habilitar sombras laterales en los pabellones porque no estaban previstas.

A. R. Es curioso que el fervor popular liquidó el escepticismo oficial por la vía de los hechos.

E. M. Y por encima de todo también hay que rendirle homenaje al pueblo de Sevilla. Fue la principal munición.

P. ¿Cuál fue para vosotros el secreto del éxito?

A. R-A. Todo funcionó como un reloj.

El fervor popular liquidó el escepticismo oficial”

E. M. España entró en la modernidad. Cada comunidad, cada país… Fue un orgullo. España demostró que fue capaz de hacer un evento de este tipo.

J. M. Y también el reconocimiento internacional. Los grandes pesos pesados del mundo de la política y de la cultura vinieron aquí y eso tuvo un eco.

E. M. Y luego el problema de la seguridad. Estuvimos todo el tiempo esperando al atentado de ETA.

Una sintonía irrepetible

P. ¿Dirían que este ha sido el proyecto más importante de sus vidas?

P. B. Yo no he trabajado tanto en mi vida.

Esa confraternización entre comunidades que yo viví ahora no existe”

Eduardo Méndez

A. B. Fue brutal, pero lo más gratificante. De hecho, me casé con una sevillana que era azafata de mi pabellón.

P. Treinta años después, ¿queda algo de ese espíritu? ¿Creen que puede extrapolarse como ejemplo de cómo esa unidad que lograron es garantía de éxito?

E. M. Habría que recordarlo como ejemplo de futuro, pero esa confraternización entre comunidades que yo viví ahora no existe.

J. M. Fue la primera vez que se estuvieron juntos los 17 presidentes autonómicos. Salvo la reunión de La Palma y las telemáticas por la pandemia no se volvieron a juntar nunca.

A. R. La propia disposición de los pabellones de las comunidades en torno al largo y mirando al de España fue la ejemplificación del Título VIII de la Constitución. Nosotros estábamos en perfecta sintonía y la gente lo vio. Se demostró que era posible ponerse de acuerdo en un momento trascendente de la vida de España. Tengo mis dudas de que eso hoy sea posible.

E. M. La relación que nosotros teníamos fue creando una armonía.

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