797 kilómetros muy divertidos para Pogacar y Roglic

Primoz Roglic, el pasado mes de marzo en la París-Niza.
Primoz Roglic, el pasado mes de marzo en la París-Niza.DPA vía Europa Press / Europa Press

Cuando la Vuelta al País Vasco, ahora denominada Itzulia, estaba en sus albores, uno de los cronistas del periódico organizador, el rotativo bilbaíno Excelsior, era un zaragozano que había jugado en el Barça en 1915, que fue juzgado y absuelto por deserción en un tribunal militar africano, y que después se exilió en el barco Winnipeg, en el que más de un millar de intelectuales españoles viajaron a Chile. Entrevistaba, en la edición de 1928 a Ricardo Montero, mientras el campeón se tomaba una taza de caldo. “Si Peñacerrada no basta, queda El Perdón… para los que lleguen conmigo a Laguardia”. Confianza sin límites del ciclista abuelense, que hablaba mientras se tomaba un caldo de pollo. La misma confianza que demuestran en cada carrera Tadej Pogacar y Primoz Roglic, casi cien años más tarde. No lo dicen, pero lo hacen.

En el centro de Bilbao, frente al edificio del Ayuntamiento que todavía conserva en su fachada la bandera del Athletic, que hoy parece más lacia que hace unos días, se verán las caras de nuevo los dos fenómenos eslovenos que acapararon las portadas en el pasado Tour. El ganador inesperado y el segundo en el podio, desbancado el penúltimo día, se enfrentan, en principio, a una contrarreloj corta pero vertiginosa, diseñada por Roberto Laiseka, el héroe de Luz Ardiden, con una subida inicial al monte Artxanda, de casi tres kilómetros, un descenso a toda velocidad hacia el corazón de Bilbao, y la ascensión final a una pared de 500 metros que comienza en la Plaza del Gas, allá donde durante décadas estuvo la fábrica que suministraba electricidad a la Villa; que después fue escenario de conciertos multitudinarios en las fiestas de Bilbao y ahora es un espacio tranquilo y familiar por donde pasarán los ciclistas hacia las chimeneas del parque Etxebarria, en Begoña, superando rampas de hasta el 21% de desnivel.

Los organizadores habían previsto la etapa como colofón de la edición de 2020, que no se celebró por la pandemia. Iba a ser una crono más larga, pero no deseaban que, como inicio, marcara diferencias demasiado grandes entre los favoritos, así que tomaron la decisión de recortarla.

Pogacar llega como nuevo a la salida de Bilbao, “emocionado por intentar la victoria en el País Vasco”, descansado después de hacer un parón tras la Tirreno-Adríatico, pasar por el túnel del viento para mejorar sus prestaciones aerodinámicas y atender compromisos con los patrocinadores, que se agolpan alrededor del jovencísimo ganador del Tour. “Está bien, está muy bien”, asegura su director, Josean Fernández Matxin. “Ganó la Tirreno, luego el UAE Tour, descansó después y aquí viene a ganar también, además acompañado de un equipo potente”.

Él y Roglic jugarán al ataque; los demás intentarán defenderse y aprovechar cualquier resquicio. Hace dos años ganó Ion Izagirre, que acude con un Astana potente, y vuelve a ser candidato, como Mikel Landa, tercero en la Tirreno, que se conoce el recorrido y el percal, y no se fía de la pareja eslovena, escoltados ambos por sus potentes escuadras. Ni del resto, claro. De Adam Yates, líder del Ineos, acompañado por Carapaz; de Michael Woods o de Bauke Mollema. O de las avispas de los demás equipos, que siempre pululan por un recorrido que encara un final en rampa en la segunda etapa que acaba en Sestao; otro en un alto de montaña en la tercera, con final en Llodio; la cuarta, que termina en Hondarribia, con Erlaitz, de primera categoría a 20 kilómetros de la meta; la penúltima, que finaliza en Ondarroa después de un recorrido de sube y baja, y la última, el sábado próximo, con la tradicional subida final al Santuario de Arrate. 797 kilómetros muy divertidos si así lo disponen Pogacar y Roglic.

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