La pobreza extrema crece por quinto año consecutivo en América Latina


Las tornas cambiaron en 2015. Tras una fuerte disminución de la pobreza en América Latina y el Caribe en el primer tramo de la década en curso, el avance pasó a retroceso. Lejos de interrumpirse, esta dinámica continúa: la carestía extrema volverá a repuntar este año y sumará ya un lustro encadenando retrocesos en uno de los indicadores clave para entender la merma en el bienestar de las capas con menos recursos de la población latinoamericana, para las que la movilidad social es muy limitada. La región cerrará 2019 con un alza de siete décimas en el índice general de pobreza —que pasa de afectar al 30,1% de la población al 30,8%, según las cifras publicadas este jueves por la Cepal, el brazo de Naciones Unidas para el desarrollo en el subcontinente— y de ocho décimas en su variable extrema —la más acuciante, que sube del 10,7% al 11,5%—.

“Es muy preocupante y enciende fuertes señales de alerta, en especial en un contexto regional marcado por el bajo crecimiento, emergencia climática, aumento y mayor complejidad de la migración, y profundas transformaciones en la demografía y el mercado de trabajo”, subrayan desde el organismo con sede en Santiago de Chile. La estadística, que ve la luz en plena ola de protestas en varios países latinoamericanos —entre ellos, el propio Chile— para exigir medidas sociales y un combate frontal contra la desigualdad, se traduce en cifras aún más impactantes cuando se traslada al terreno de los números absolutos: seis millones de personas pasarán a engrosar las filas de la pobreza extrema este año, un grupo que crecerá hasta los 72 millones. La pobreza general aumenta en idéntica cuantía: 191 millones, frente a los 185 del ejercicio pasado. La gravedad del dato crece si se aumenta el periodo de cálculo: de cumplirse las estimaciones, la región cerrará 2019 con 27 millones de personas pobres más que en 2014. Casi todas ellas —26 millones—, en situación de carestía extrema.

El cambio de tendencia en la evolución de la pobreza y la pobreza extrema ha sido achacado, desde muchos ámbitos y casi en exclusiva, al final del boom de los productos básicos, en los albores de la década que ahora termina. Una verdad solo parcial, como subrayan los técnicos del organismo con sede en Santiago de Chile, que introducen una narrativa complementaria. “El fin del auge de las exportaciones de materias primas y la consiguiente desaceleración [económica] cambió la tendencia a partir de 2015. [Pero] el proceso se agudizó por la disminución del espacio fiscal y las políticas de ajuste que afectaron a la cobertura y la continuidad de las políticas de combate a la pobreza y de inclusión social y laboral”, deslizan en su último Panorama social de América Latina. Los “importantes” avances de principios de la década se produjeron, además de en un contexto económico más favorable, en un entorno político “en el que la erradicación de la pobreza, la disminución de la desigualdad, la inclusión y la extensión de la protección social ganaron un espacio inédito en la agenda pública” de la región.

La imagen fija fluctúa notablemente entre países. Una parte importante del repunte de la pobreza extrema en el último lustro es imputable a dos: Brasil, por mucho el más grande de la región, con una población que ya cabalga por encima de los 210 millones de personas; y Venezuela, una nación sumida en una profundísima crisis política y económica que —según las cifras del propio régimen de Nicolás Maduro— se ha comido al menos la mitad de su PIB. La tendencia en el resto del subcontinente fue hacia un muy leve recorte en el porcentaje de población con ingresos insuficientes para cubrir las necesidades básicas, “aunque [la reducción] fue a un ritmo más lento que entre 2008 y 2014”.

Desigualdad a la baja, pero sin políticas fiscales activas 

En una dinámica algo mejor que la dibujada por los índices de pobreza, el de Gini —el más común para medir la desigualdad en el mundo— ha proseguido una línea claramente bajista, aunque a un ritmo notablemente menor que en el primer tramo de la presente década: si entre 2002 y 2014 la brecha entre los estratos de menor renta y los de mayores ingresos se reducía a razón de un 1% anual, desde 2014 lo ha hecho a un ritmo del 0,6%. La inequidad, en fin, sigue campando a sus anchas en América Latina, por mucho, la región más desigual del globo y en la que el desarrollo del Estado de bienestar no está, ni mucho menos, entre las principales prioridades de la mayoría de Gobiernos.

La Cepal recupera uno de sus lemas clásicos —”crecer para igualar e igualar para crecer”— para recordar, en palabras de su secretaria ejecutiva, Alicia Bárcena, que “la superación de la pobreza no solo exige crecimiento económico: este debe estar acompañado por políticas redistributivas y políticas fiscales activas”. Las mayores mejoras en la desigualdad —medida por el índice de Gini— se producen en Bolivia, El Salvador y Paraguay y, en menor medida, en Colombia. En el lado contrario, Brasil ve cómo la dispersión de ingresos aumenta notablemente, con el peor reparto de renta entre el 1% más acaudalado —que obtiene casi la tercera parte de la riqueza generada en un año— y el 99% restante.

Más clase media, pero con una estructura piramidal y vulnerable

La mejor noticia del informe, uno de los que peores nuevas trae de cuantos publica la Cepal, es el progresivo fortalecimiento de los estratos medios de renta: si en 2002 menos del 27% de los latinoamericanos quedaban enmarcados en ese grupo y seis años después eran algo más del 36%, en 2017 —el último ejercicio para el que hay datos disponibles— esta cifra había crecido hasta el 41%. En paralelo, en esos 15 años, los estratos más bajos de la escala pasaron de suponer el 71% a bajar del 56% y los altos —con ingresos superiores a las 10 líneas de pobreza—, aumentaron del 2,2% al 3%.

“Acceder a la clase media”, advierte el organismo, no trae consigo “automáticamente” la superación del límite de la pobreza monetaria de cada uno de los países de la región. “Es fundamental reconocer que existe un segmento de la población en la región que, pese a haber superado este umbral, se encuentra en una situación de alta vulnerabilidad y riesgo de volver a esta situación”. Sobre todo, cierra, si cae en el desempleo, una amenaza que crece en tiempos económicos sombríos como los que hoy vive América Latina y el Caribe.


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