La economía se rige por unas pocas certezas y un buen número de factores volátiles. En el primer grupo, mucho más magro, se pueden enmarcar al menos dos hechos recientes: que la guerra comercial entre Estados Unidos y China ha lastrado la economía mundial —en 2019 el crecimiento global quedó por debajo del 3%— y que un puñado de países ha sacado —en mayor o medida— tajada de la rencilla entre las dos mayores potencias del planeta. Son México, Taiwán, Vietnam, India, Brasil y hasta Chile, naciones que, ajenas al ruido de sables, han sabido jugar sus cartas como proveedores alternativos en plena escalada de la tensión. Ahora, la tregua sellada la semana pasada ejerce el efecto contrario: la economía mundial respira aliviada, pero un ramillete no menor de países o bloques económicos empiezan a hacer cálculos sobre el golpe que les supondrá, en distintos sectores, el principio del fin de las hostilidades entre Washington y Pekín, entre ellos Brasil, Australia, Japón y la UE.
“El compromiso de China de comprar más productos y servicios a EE UU provocará un aumento artificial de la cuota de mercado estadounidense y distorsiones comerciales que dañarán a otros países”, sentencia Alessandro Nicita, especialista de Naciones Unidas en comercio internacional y autor de uno de los estudios más completos sobre los ganadores de la guerra comercial. Y es que, aunque “una parte sustancial” de estos nuevos compromisos adquiridos por Pekín serán cubiertos por el aumento de su propia demanda interna —dado el crecimiento del 6% previsto para los dos próximos años—, el reequilibrio de algunos mercados dejará damnificados por el camino.
En el sector primario, donde según los cálculos de Nicita el golpe será más duro, “algunos países latinoamericanos como Brasil (soja y pollo), africanos (algodón) y Australia (carnes y cereales) tendrán más difícil vender a China”. En manufacturas, la Unión Europea, Japón y Corea del Sur tienen todas las papeletas de llevarse la peor parte por su dependencia de los sectores aeroespacial —aviones de fuselaje ancho— y automotor. En energía, el aumento de compras chinas de gas y carbón estadounidense golpeará a Qatar y, de nuevo, a Australia. Y en servicios, un ámbito del que se ha hablado mucho menos durante toda la guerra comercial, los grandes perjudicados serán la propia UE a 27, el Reino Unido y Singapur. El técnico de Naciones Unidas, en cambio, descarta problemas de calado para México, Vietnam y Taiwán.
En la misma línea, Anabel González, profesora del Peterson Institute y exdirectora de Comercio y Competitividad del Banco Mundial, subraya el “riesgo” que entraña el pacto para terceros países que son competidores de EE UU en el mercado chino, como Brasil con la soja y sus derivados —nicho en el que el gigante latinoamericano se expone a un efecto péndulo tras el auge exportador de los últimos meses— o la UE en los sectores de maquinaria industrial, vehículos, productos farmacéuticos, aeronaves o dispositivos médicos.
Europa ansiaba la conclusión de unas hostilidades que empezaban a desgastar su economía, ya de por sí al ralentí: sin ser una de las partes implicadas, el cruce de aranceles estaba empezando a causar algo más que rasguños en motores clave como Alemania. Pero la paz sellada entre ambos países, lejos de resolver la cuestión, puede aportar un nuevo quebradero de cabeza en el bloque comunitario. La primera fase del acuerdo podría tener un coste de 11.000 millones de dólares (9.900 millones de euros) para las empresas europeas, según un estudio del Kiel Institute, que señala que la cuota de mercado de EE UU en China aumentará del 10% de 2017 al 15%, mientras que la de la UE bajará del 16% al 15%. Y Berlín puede ser, precisamente, una de las capitales más golpeadas.
“Las exportaciones de productos manufactureros de EE UU y de Europa a China son muy parecidas. Las más importantes para ambos son productos químicos, componentes de automóviles y componentes de aeronaves”, explica la investigadora de Bruegel y economista jefe para Asia-Pacífico de Natixis, Alicia García-Herrero. “Para que China pueda cumplir con los compromisos adquiridos con EE UU en el reciente acuerdo comercial, en el que solo en manufacturas tiene que importar alrededor de 80.000 millones más, no queda otra que reducir las importaciones de la UE”.
Limar asperezas
El pacto entre Washington y Pekín no suprimió los aranceles en vigor que, en ambos casos, escalaron desde verano de 2018 hasta alcanzar un gravamen medio del 21%. Ambas partes deberían llegar a ese estadio si logran limar asperezas tras la primera fase. En el pacto, China se compromete a reformas para eliminar barreras a empresas extranjeras, en especial en el sector financiero, y a aumentar en 200.000 millones de dólares (180.000 millones de euros) las importaciones de productos agrícolas e industriales estadounidenses en los próximos dos años.
Las repercusiones del pacto entre China y EE UU para la Organización Mundial del Comercio (OMC), árbitro del comercio mundial cuya parálisis pone en jaque las relaciones comerciales multilaterales, inquietan en Bruselas. “La UE apoya iniciativas que ayuden a abrir mercados y a reducir las tensiones comerciales, siempre que respeten las reglas multilaterales del comercio”, advierte un portavoz de la Comisión Europea. “El diablo está en los detalles”, sostuvo el comisario de Comercio, Phil Hogan, tras conocer la firma del acuerdo. “Tendremos que evaluar si cumple con la [normativa de la] OMC”.
Impulso a los republicanos
y otro revolcón a la OMC
El recuento de potenciales daños que se podrían derivar de la tregua comercial entre los dos gigantes mundiales no solo corresponde a las capitales. El pacto entre Estados Unidos y China supone una potente inyección de popularidad para los republicanos, que pueden venderlo como una victoria de cara a las elecciones presidenciales de noviembre, en las que Donald Trump se juega la reelección ante un rival demócrata aún por determinar. Y, de paso, un nuevo hito en la erosión de la ya de por sí muy debilitada Organización Mundial del Comercio (OMC), que vive sus horas más bajas, en gran medida por la beligerancia de la Administración Trump hacia uno de los mayores símbolos del multilateralismo y de la globalización. El acuerdo vulnera una de las claves de bóveda de la normativa del organismo. Así lo cree la profesora Anabel González, que fue ministra de Comercio de Costa Rica entre 2010 y 2014: “La obligación de comprar productos a un determinado país en detrimento de otros es contraria a las reglas de no discriminación de la organización. El acuerdo es un paso más que transforma el sistema de comercio de uno basado en la fuerza de las reglas a uno basado en la ley del más fuerte”.
Ante esta pérdida de relevancia de la OMC, la UE ha maniobrado granjeándose en Davos el apoyo de 16 países, entre ellos China, Brasil, Canadá y Australia, para establecer un sistema temporal de resolución de disputas comerciales, ante el bloqueo de EE UU a la renovación del tribunal de apelación que en el seno del organismo comercial se encarga de esas tareas. Sin ese tribunal, los países han de resolver sus conflictos de forma bilateral, fórmula que ha usado Estados Unidos para la tregua con Pekín.
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