La noche empezó ruda. Donald Trump subió a la tribuna de la Cámara de Representantes para pronunciar el anual discurso del estado de la Unión, una de esas fechas cumbre de la agenda de un mandatario estadounidense, y negó el saludo a la presidenta de la Cámara y tercera autoridad de la nación, Nancy Pelosi. El republicano se dirigía al país en unas circunstancias excepcionales, a un día de recibir el veredicto —previsiblemente absolutorio— en el juicio político por el escándalo de Ucrania impulsado por los demócratas, con Pelosi a la cabeza. A partir de ahí, durante una hora y 18 minutos, el presidente hizo lo más parecido a un mitin de sello trumpista, presumiendo de economía, sacudiendo a la inmigración y con toques de show televisivo. Al terminar, Pelosi rompió los folios del discurso de Trump con evidente desprecio. Cuando la prensa le preguntó después por qué, la veterana política respondió: “Porque era algo cortés considerando la alternativa. Qué discurso tan sucio”.
Y así es como esta cita solemne de la agenda del Capitolio exhibió el nivel de hostilidad en el que se encuentra la política estadounidense. Trump es el tercer presidente de la historia de Estados Unidos que pasa por un impeachment, pero el primero que lo hace mientras busca la reelección. El discurso del estado de la Unión marcó una suerte de inicio de su campaña electoral, si es que en algún momento la ha cesado, adicto como parece a los mítines y a las frases gruesas.
“Los años de decadencia económica han terminado. Los días en los que usaban a nuestro país, se aprovechaban de él, e incluso era despreciado por otras naciones, han quedado atrás”, enfatizó. Reiteró su promesa de retirar las tropas de Irak, aseguró que en un año habría construidos hasta 800 kilómetros del polémico muro en la frontera con México y sacó pecho por la muerte del poderoso general iraní Qasem Soleimani, mediante un ataque con drones. También acusó a las ciudades santuario (las que evitan perseguir a los inmigrantes irregulares sin delitos) de favorecer la delincuencia y aprovechó para atacar los programas de los precandidatos demócratas, acusándoles de pretender “dar la sanidad gratis” a los extranjeros sin papeles.
La tensión se podía cortar con unas tijeras. Después de que Trump evitase estrecharle la mano, Pelosi presentó al mandatario sin ceremonias: “Miembros del Congreso, el presidente de Estados Unidos”, dijo secamente, en lugar del habitual: “Miembros del Congreso, tengo el gran privilegio y especial honor de presentarles al presidente de Estados Unidos”. Mientras Trump hablaba, en ocasiones, Pelosi sonreía mientras negaba con la cabeza. La crispación ya se manifestó horas antes. Congresistas populares como la joven izquierdista Alexandria Ocasio-Cortez o Ayanna Pressley, ambas miembros de ese cuarteto de nuevas legisladoras peleonas conocidas popularmente como el squad (el escuadrón), decidieron ausentarse de tan señalada cita en protesta por el “desprecio” del mandatario al Congreso.
Desde la izquierda, Donald Trump, Mike Pence y Nancy Pelosi. VIDEO: REUTERS
Trump está acusado de abuso de poder a raíz del caso de Ucrania y obstrucción al Congreso por torpedear la investigación relacionada con ese presunto crimen. El mandatario ha empezado a hablar sobre las nueve de la noche. En menos de 24 horas, cerca de esa sala de plenos, la mayoría republicana de la Cámara alta le iba a exonerar, pese a que varios de los senadores de su propio partido reprobaron su actuación. El presidente maniobró, directamente y también a través de intermediarios, para forzar a que la justicia ucrania anunciase investigaciones sobre sus rivales políticos demócratas, en especial el precandidato presidencial Joe Biden, y presuntamente llegó a utilizar la entrega de ayudas militares como moneda de cambio.
La presencia de Juan Guaidó, invitado especial al acto, fue unos de los escasos momentos de tregua en el Capitolio. Trump le reconoció como “único verídico presidente de Venezuela”. Tanto Pelosi como el vicepresidente, Mike Pence, y buena parte de la Cámara se alzaron a aplaudirle. “[Nicolás] Maduro es un dirigente ilegítimo, un tirano que trata con brutalidad a su pueblo. Pero su mandato de tiranía quedará aplastado y roto”, dijo el republicano. El reconocimiento generalizado supuso un importante espaldarazo al político venezolano en un momento de desgaste, cumplido ya más de un año desde que se juramentó presidente, pero sin que Maduro haya abandonado el poder.
Trump, el presidente que llegó a la Casa Blanca tras años de estrella de la telerrealidad, proporcionó momentos de puro entretenimiento televisivo. Como cuando sorprendió a la esposa y a los dos hijos de un militar con el regreso a casa de este, el sargento de primera Townsend Williams, después de siete meses en Afganistán. O cuando Melania Trump entregó de forma inesperada la medalla presidencial de la libertad al locutor de radio conservador Rush Limbaugh, enfermo de cáncer.
Cerca de esa sala de plenos, al día siguiente, le espera el veredicto final. La mayoría republicana del Senado le garantiza previsiblemente la absolución. Lo que no está claro, a siete meses de las elecciones presidenciales, es el efecto que este proceso puede tener en las urnas a finales de año. La buena marcha de la economía sostiene la popularidad del mandatario en su máximo (49%) y en las últimas semanas, ante sus bases, se ha colgado varias medallas en política exterior: la tregua comercial con China, la reforma del tratado con México y Canadá y la muerte de Soleimani. Este martes por la noche se declaró autor de una suerte de resurrección estadounidense: “En tres escasos años, hemos hecho trizas la mentalidad decadente de América y el recorte de miras del destino de Estados Unidos”. Los republicanos le ovacionaban y pedían un segundo mandato: “¡Cuatro años, más, cuatro años más!”. Al terminar, Pelosi rasgó los papeles.
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