La historia de un país, vista de cerca, mientras se fragua, puede resultar tediosa, hasta vulgar. En las dos semanas que ha durado el tercer juicio a un presidente desde la fundación de Estados Unidos se ha visto a senadores haciendo crucigramas y aviones de papel, dormitando y metiendo caramelos de contrabando en la sala. Las sesiones, maratonianas, han mostrado lo prosaicas que pueden llegar a resultar las horas cruciales de una nación, sobre todo cuando el desenlace lleva tiempo escrito.
Pasadas las cuatro y media de la tarde de este miércoles, Donald J. Trump, el presidente número 45 de Estados Unidos, quedó absuelto de los dos cargos que pesaban sobre él. Esta vez, nadie hacía garabatos, se removía en la silla o miraba al infinito como en las interminables jornadas previas. La votación fue rápida, apenas pasó de los 40 minutos. Uno a uno, cada senador respondió en voz alta “culpable” o “no culpable” -algunos poniéndose en pie- sobre los llamados artículos del impeachment.
Luego, la sala se vació enseguida, los demócratas se fueron con caras largas, pero no hubo grandes expresiones de nada, ni de júbilo ni de pesadumbre. En 10 minutos parecía que allí dentro no había sucedido nada, porque probablemente ya no quedaba mucho por suceder. Este ha sido el impeachment más partidista vivido hasta ahora.
La condena y consiguiente destitución del presidente requería el apoyo de dos tercios del Senado, 67 de los 100 senadores, y los republicanos (con 53 escaños) se mantuvieron como una fortaleza. Solo Mitt Romney, el senador de Utah que fue candidato presidencial en 2012, un político mormón muy crítico con Trump, anunció que lo condenaría en el cargo de abuso. “El presidente es culpable de un terrible abuso de la confianza pública”, dijo en un breve discurso que tuvo que interrumpir en ocasiones, aparentemente emocionado. Se convirtió así en el primer senador de la historia en votar por la destitución de un presidente de su propio partido.
De nuevo, la historia. Esta empezó con la denuncia de un informante procedente de los servicios de inteligencia, en un escrito del 12 de agosto pasado, y combustionó rápido. El 24 de septiembre, la Cámara de Representantes, en manos demócratas, anunció la apertura de una investigación previa.
El mandatario estaba acusado de abuso de poder por supuestamente presionar a su homólogo ucranio, Volodímir Zelenski, para lograr que la justicia ucrania anunciase dos investigaciones que perjudicaban a sus rivales políticos demócratas, utilizando para ello incluso la congelación de 391 millones de dólares (unos 355 millones de euros) en ayudas militares y una invitación a la Casa Blanca. Una de las pesquisas tenía como protagonistas a Joe Biden, precandidato demócrata, y al hijo de este, Hunter, por su trabajo en una empresa gasista en ese país, Burisma, cuando el padre era vicepresidente. La otra tenía por objeto una teoría desacreditada según la cual desde Ucrania se habría lanzado una campaña de injerencia en las elecciones presidenciales de EE UU de 2016 para favorecer a los demócratas.
La instrucción de este proceso ha mostrado todo un entramado de diplomacia paralela al servicio del presidente en la que su abogado personal, Rudy Giuliani, ha desempeñado un papel fundamental, transmitiendo los mensajes de presión del mandatario a funcionarios del país.
Mientras, la defensa republicana se ha elevado como un muro inquebrantable. Varios senadores del partido reconocieron en los últimos días que los hechos denunciados son ciertos, pero consideraron que no ameritaban un impeachment, como hizo el senador Lamar Alexander. O que eran “vergonzosos”, pero aun así lo absolverían, como confirmó Lisa Murkowski. Otros, como Marco Rubio, consideraron sencillamente que, independientemente de su justificación, una destitución en este momento no respondía al interés general del país.
Se han pronunciado duras frases en las audiencias. Un embajador estadounidense, Gordon Sondland, llegó a asegurar que había presionado a Ucrania siguiendo las órdenes del presidente. Otra diplomática, Marie Yovanovitch, enfrentada al mandatario, ha relatado cómo le llegaron a advertir de que “cuidara sus espaldas” y se marchara de Kiev, donde encabezaba la Embajada de EE UU, “en el siguiente avión”. Y a través del resumen de una llamada entre Trump y Zelensky, los estadounidenses han visto a su presidente pedir el “favor” de las investigaciones y ofrecer la ayuda de Giuliani.
Este juicio habla de la política de EE UU, pero también de su sociedad. Ninguno de los senadores ha sentido que el voto de este miércoles pueda arruinar su carrera política. Y Trump, desde que el procedimiento comenzó, ha visto llegar el índice de aprobación al máximo de su presidencia (49%), según Gallup, gracias sobre todo a la buena marcha de la economía. También la aprobación de Bill Clinton, en plena bonanza y con la Operación Zorro del Desierto, se había disparado al 73% poco antes del veredicto de su impeachment por el caso Lewinsky (en 1998).
Las señales que envían los votantes pesan en lo que ocurre en el Capitolio y el apoyo a la destitución de Trump tampoco superó nunca la barrera partidista de los votantes: los demócratas se mostraban abrumadoramente a favor y los republicanos en contra.
La diferencia entre Trump y Clinton es que este último llegó a pasar miedo cuando se descubrieron sus mentiras, sintió que podía llegarle el día que le llegó a Richard Nixon -cuando popes de su partido llamaron a su puerta para comunicarle que le retiraban su apoyo- y pidió perdón. Al final, fue absuelto con el apoyo también de algunos republicanos. Nixon, acorralado, dimitió justo antes de que la Cámara de Representantes aprobase la acusación y le enviase a juicio al Senado.
América es un poco más cínica desde el Watergate. El libro Impeachment. Una historia americana recuerda que antes de aquel escándalo, más de la mitad de los estadounidenses respondía en encuestas que confiaban en que los presidentes hacían “lo correcto” y esos porcentajes nunca se han recuperado.
Nadie pedirá perdón en este 2020 ni hará examen de conciencia. Al poco de la votación, el presidente publicó en su cuenta de Twitter un vídeo que simulaba portadas de la revista Time con futuras fechas de reelección: Trump 2020, Trump, 2024, Trump 2028…
El primer impeachment de la historia, el del demócrata Andrew Johnson (1868), acabó con la conclusión de que una disputa política no debía juzgarse como un delito; en el de Clinton se produjo un debate nacional sobre la esfera privada y pública de un mandatario, sobre el grado de gravedad de mentir a la nación. ¿Qué reflexión ha hecho EE UU con el caso de Trump? Es difícil identificarlo.
El juicio, una vez en la Cámara alta, se ha cerrado con rapidez y sin la declaración de algunos testigos que los demócratas creían vitales y que Trump había vetado, porque tampoco en eso la oposición ha encontrado apoyo en los republicanos. El torpedeo al proceso en la Cámara de Representantes, la fase inicial del procedimiento, le ha supuesto el cargo de obstrucción. “La verdad es el gran asterisco en la absolución del presidente”, dijo el líder demócrata del Senado, Chuck Schumer. “El asterisco dice que fue absuelto sin [presentar] hechos. Fue absuelto sin un juicio justo. Y significa que su absolución virtualmente no tiene valor”, añadió. Cada impeachment, se ha dicho mucho en Washington en estos meses, marca la pauta a las presidencias del futuro.
Los padres fundadores eran conscientes de que el presidente iba a acumular tanto poder que había que dotar a la Constitución de un instrumento para destituirlo bajo determinadas circunstancias. Este miércoles, un Senado fracturado, con los republicanos abrumadoramente a favor y todos los demócratas en contra, decidió que Trump complete los 349 días que le quedan de mandato. En la víspera, durante el discurso del Estado de la Unión, este se mostró confiado y agresivo. “Hoy, la farsa de intento de juicio político tramada por los demócratas acabó con la completa reivindicación y exoneración del presidente”, dijo la Casa Blanca. El 3 de noviembre de 2020, en las elecciones presidenciales, se someterá al impeachment definitivo en un clima de enorme polarización. En la calle, no hubo barullo, ni grandes protestas. No las ha habido en todo el juicio.
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