“De Centroamérica no emigramos: huimos”



Vanessa Escoto cambió Tegucigalpa por Madrid hace seis años. Seguía los pasos de su madre, que ya vivía y trabajaba en España. “No tenía trabajo, la situación económica no era buena y había mucha inseguridad”, dice esta mujer hondureña de 31 años aprovechando que el bebé al que cuida por las mañanas ya se ha dormido. En unas horas entrará a su segundo trabajo, apoyando a sus compatriotas en trámites migratorios. Tras haber traído a sus dos hijos, ya está en trámites para conseguir la nacionalidad. “Ha ido mucho mejor de lo que esperaba antes de venir”, valora echando la vista atrás. “No tengo planes de volver: en Honduras no hay trabajo y sí mucha violencia, pero no olvido nunca de dónde vengo”.

El número de centroamericanos empadronados en España se ha duplicado en los tres últimos años, el periodo de crisis social más aguda en sus países de origen. Y el caso de Honduras es especialmente significativo: de menos de 50.000 empadronados en España en 2016 se ha pasado a más de 96.000 en 2019. Una emigración que, “irónicamente”, apunta Richard Barathe, jefe del PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) en Honduras, se ha disparado en años en los que el crecimiento de la economía ha sido alto. “Lo que ocurre es que la migración trasciende mucho del ingreso: tiene que ver mucho con la desigualdad, que se ha acelerado, con la violencia y, sobre todo, con la falta de oportunidades de empleo”. A rebufo de Honduras va Nicaragua, un país asolado por una crisis política que va camino de eternizarse y que se ha cobrado la vida de centenares de personas. Desde el inicio de las protestas contra el Gobierno de Daniel Ortega, el exilio se ha multiplicado: en el primer año salieron 62.000 personas del país, según Acnur (la agencia de la ONU de ayuda al refugiado). La mayoría optó por Costa Rica, la opción más sencilla, pero la alternativa de España ha ido ganando lustre: de 26.000 empadronados en 2017 se ha pasado a más de 42.000.
En la última encuesta de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), en 2018 casi tres de cada diez escolares hondureños tenía “expectativas” de emigrar a España en el futuro, frente al 45% que optaba por EE UU. El siguiente país en la lista era Francia, pero a años luz: solo el 5% de las preferencias. “Ir España es una tendencia que no deja de crecer”, profundiza el director Flacso en Honduras, Rolando Sierra. La intensa creación de empleo en los últimos años ha desempeñado un papel esencial: el imán laboral español, que se perdió con la crisis, ha vuelto a atraer los flujos migratorios.
En 2019, 240.000 extranjeros se incorporaron al mercado de trabajo y, de ellos, más de 182.000 encontraron una ocupación. Los centroamericanos son una fracción creciente: los microdatos extraídos de la Encuesta de Población Activa (EPA) por el investigador Enrique Negueruela revelan que los trabajadores procedentes de El Salvador, Guatemala, Costa Rica, Honduras y Nicaragua han pasado de menos de 65.000 en 2016 a unos 108.000 hoy, un 66% más. En números absolutos, Honduras y Nicaragua son los mayores emisores —22.000 y 15.000 inmigrantes nuevos—, pero el mayor aumento porcentual, aunque partiendo de una base baja, corresponde a El Salvador: un 153%. Otra cifra que muestra cómo el atractivo del mercado laboral español para los centroamericanos se ha disparado en los últimos años: si en 2016 apenas 22.250 trabajadores de ese grupo —en el que el INE también incluye a México, Cuba y Puerto Rico— llevaban 12 meses o menos en España, hoy son casi 50.000.

Desde estos cinco países en 2019 llegaron 107.769 personas, un 66% más que en 2016.

Fuente: EPA y elaboración de Enrique Negueruela.
EL PAÍS

Desde estos cinco países en 2019 llegaron a España 107.769 personas, un 66% más que en 2016.

Fuente: EPA y elaboración de Enrique Negueruela.
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Desde estos cinco países en 2019 llegaron a España 107.769 personas, un 66% más que en 2016.

Fuente: EPA y elaboración de Enrique Negueruela.
EL PAÍS

La crisis centroamericana tiene muchos frentes. Político: los regímenes de Ortega y del hondureño Juan Orlando Hernández; social: poblaciones jóvenes que no encuentran su espacio en mercados de trabajo yermos y atravesados por la informalidad; de violencia; y hasta climática, con crudas sequías que golpean al corredor seco y llevan a decenas de miles de personas a la miseria y al hambre—. Y, a diferencia de hace bien poco, cuando emigrar a Norteamérica era prácticamente la única opción, España ha ido ganando enteros. “Desde que [Donald] Trump ha apretado las tuercas a México y a Guatemala, se ha puesto más caliente”, valora Manuel Antonio Flores, profesor de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. “Los salarios son más bajos, pero llegar a España es más sencillo y mucho más seguro”. Hay, no obstante, una gran brecha de género: los hombres siguen inclinándose por EE UU y las mujeres por España, donde son casi las dos terceras partes de los centroamericanos residentes.
Jenny Mariela Barahona, pedagoga de 36 años, llegó a Girona hace ocho meses dejando en su país a sus tres hijos y su marido. Su condición de activista contra el régimen de Hernández le cerró todas las puertas en su país. “Para poder acceder a una plaza pública necesitas una recomendación política, acostarte con un diputado o pagar”, suspira. “No emigramos: huimos. De la pobreza, de la violencia, de la falta de oportunidades y de la crisis política y social. Es un desplazamiento forzado”, asegura con aplomo envidiable. “La desesperación que uno tiene que tener… Arrancándose el corazón si es posible para dejar a sus hijos”.
Honduras tuvo en 2014 la tasa más alta de homicidios de Latinoamérica: 80 por cada 100.000 habitantes. La cifra, aunque todavía en niveles inaceptables, ha bajado a la mitad en una clasificación en la que hoy El Salvador es segundo, tras Venezuela. Un problema agravado en el caso de las mujeres. “Allá no valemos nada”, completa Barahona. Emigró ella porque a su marido le hubiera sido más difícil encontrar trabajo en EE UU —la presión de la Administración Trump ha puesto las cosas más difíciles— y porque el camino hacia Norteamérica “es más complicado para una mujer, por los secuestros, violaciones y asesinatos. Casi todas las que pasan por la ruta migratoria son violadas por cárteles o coyotes”.
La adaptación y el arraigo, como casi todo en esta vida, acaba midiéndose en intangibles. Y que haya radio hecha por y para los hondureños en España dice mucho al respecto. Jey Álvarez, hondureño procedente, ironías del destino, de una ciudad llamada El Progreso, dirige Zona Ktracha, un programa online que hace las veces de hilo de unión de parte de la comunidad hondureña. “Aquí hemos encontrado las oportunidades que nuestro país no nos ha dado”, dice sin ambages este hondureño de 30 años, los últimos tres en Madrid. “Nuestra gente”, añade Ofelia Mendoza, presidenta de la asociación Guaymuras, “ya ve a EE UU muy hostil: la política migratoria de [Donald] Trump nos está asfixiando, utilizando a nuestros Gobiernos como peleles para frenar la migración”. En los últimos tres años, completa, “están viniendo a España, donde se habla el mismo idioma y hay oportunidades de trabajo en el servicio doméstico”. El dinero que envían a sus familias en Centroamérica es vital: el 20% del PIB hondureño procede del exterior, “una parte importante, para invertir en tierras”, añade Flores. 
En 2021, la entrada en vigor del ETIAS —un trámite similar al que encaran los españoles que viajan a EE UU con el ESTA— obligará a obtener el visto bueno de las autoridades antes de tomar su vuelo hacia cualquiera de los 26 países de la zona Schengen, complicando las cosas a quienes quieran llegar a España. El proceso habitual —visa de turista y meses de trabajos irregulares mal pagados hasta la obtención de los papeles—, se verá cuanto menos dificultado. “Es uno de los motivos por los que me vine hace un año, sin esperar más”, apunta W. A., de 37 años, que ya ha conseguido el asilo y que compatibiliza su trabajo en un bar con el cuidado de ancianos. Atrás quedaron dos tiendas y un negocio de comida en San Pedro Sula (Honduras), por años la ciudad más violenta del mundo. Con todo, nadie duda de que, mientras persistan los factores de expulsión, su caso, como los de Escoto, Álvarez, Barahona y Mendoza, serán solo una gota en el creciente mar de la migración centroamericana.


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