Tras hablar ante 3.000 republicanos en Iowa, el locutor de radio Joe Walsh, candidato a las primarias del partido, escribía un revelador hilo de tuits. “Les dije que necesitábamos un presidente que no mintiera todo el tiempo. La multitud me abucheó. Les dije que necesitábamos un presidente que no fuera indecente y cruel. La multitud me abucheó. Les dije que el Partido Republicano necesitaba hacer un poco de introspección. La multitud me abucheó”, contaba el candidato, antes de concluir: “Después me di cuenta de que mi Partido Republicano no es un partido. Es un culto”.
Tras obtener un 1,1% de apoyo en Iowa (348 votos), Walsh anunció que abandonaba la carrera. La quijotesca batalla por arrebatar la nominación republicana al presidente Donald Trump se quedaba con un único candidato oficial: el exgobernador de Massachusetts Bill Weld.
“¡Oh, Dios mío! ¿En todas las librerías hay tantas cámaras como en esta?”, decía Weld el domingo, al entrar en una librería en Exeter, New Hampshire, donde se disponía a celebrar un encuentro con medio centenar de votantes. Lo cierto es que solo había dos cámaras. Y media docena de periodistas, la mitad llegados del extranjero para tratar de comprender qué lleva a un respetado republicano a meterse en una batalla que no puede ganar contra un rival al que no le gusta nada que le desafíen.
“Los cultos a la personalidad no son buenos”, explica Weld a EL PAÍS. “Trump tuvo éxito al estigmatizar a todos los inmigrantes, al agitar el resentimiento entre todo aquel que hubiera perdido un empleo durante la globalización. Ha sembrado la división, ha desatado la ira y lo ha hecho con una estrategia sin escrúpulos para llegar al poder. Hemos llegado al momento de la verdad. Cuando las cosas van demasiado lejos, es hora de que alguien plante una bandera alrededor de la cual se pueda agrupar la gente de buena fe”.
Escuchar a Bill Weld es como viajar hacia atrás en el tiempo a un país que el ensordecedor ruido de Trump parece haber silenciado. Extremadamente culto y educado, elogia a los candidatos demócratas. Habla de la necesidad de tender puentes, de recuperar “la posición de Estados Unidos como faro” en un tablero mundial cuyos conflictos conoce en detalle.
En vídeo, varias especialistas analizan a William Weld. VÍDEO: EPV
“Crecí creyendo que la política era una llamada noble y el Partido Republicano era un partido noble”, resume. Conservador ortodoxo en lo económico, Weld defiende el matrimonio igualitario, el derecho al aborto y la urgencia de luchar contra el cambio climático. Pero hoy su partido, según un análisis de programas electorales de The New York Times a partir de datos del Manifiesto Project, es una formación extremista, muy alejado de los partidos conservadores tradicionales de Europa occidental y más a la derecha incluso que la Agrupación Nacional de la francesa Marine Le Pen. Es un ejemplo de esa nueva derecha que, según The Economist, “no es la evolución del conservadurismo sino su repudiación”.
Weld se crio en una finca de 250 hectáreas en Long Island. Ha escrito tres novelas. Estudió Derecho, Economía y Clásicas en Harvard y en Oxford, y se doctoró con una tesis que probaba la inexactitud de las traducciones realizadas en la Edad Media de determinados pasajes del poeta lírico Sexto Propercio. Se define como un “guerrero feliz” que se ha tomado un año sabático a sus 74 años para contribuir a lo que considera “el deber de toda la gente de bien”. “Tenemos que volver al país que éramos”, defiende.
El mejor ejemplo del culto a la personalidad en que se ha convertido su partido, explica Weld, llegó el pasado miércoles, en el juicio del impeachment, cuando los senadores republicanos, con la “notable” excepción de Mitt Romney, “votaron en bloque y sin escuchar a testigos para exonerar al presidente de unos cargos de los que era claramente culpable”. Weld sabe de lo que habla: fue asesor jurídico en el comité de la Cámara de Representantes que investigaba el impeachment de Nixon, donde coincidió, por cierto, con otra joven abogada llamada Hillary Rodham (después Clinton, de apellido de casada).
También sabe algo Weld de carreras políticas osadas. Así podría calificarse la que emprendió en 1990, siendo fiscal federal en Boston, para convertirse en gobernador de Massachusetts. No solo se trata de un Estado tradicionalmente demócrata, sino que el establishment republicano apoyaba a otro candidato.
Al final ganó por la mínima. Y fue reelegido, esta vez con un 71%, en 1994. Con la vista puesta en la Casa Blanca, en 1996 trató sin éxito de arrebatar su escaño en el Senado al demócrata John Kerry. Después se mudó a Nueva York, donde se centró en la escritura y la abogacía. Y en 2016 formó parte del ticket del Partido Libertario, llevando a la formación marginal a su mejor resultado histórico (3%).
Entre el público que ha venido a ver a Weld en esta librería hay votantes demócratas, libertarios y republicanos como Susan MacLeod, de 62 años, que se dice “desesperada”. “Trump es una mala persona y ha secuestrado nuestro partido. Es frustrante, no tenemos dónde ir. Cada voto a Weld será una señal de que este presidente no puede seguir”, asegura. “Trump ha construido un poderoso grupo de acólitos que destruye a quien se opone a él. Nadie se atreve a desafiarlo. Pero un día se irá y no sé qué quedará de este partido que hoy es un culto a su personalidad”, lamenta John Sweeny, de 70 años, juez jubilado de Nueva York.
Weld confía en que el “grupo inusualmente independiente de hombres y mujeres” que forman el electorado de New Hampshire le permita al menos ser una presencia incómoda, y luego seguir batallando en aquellos Estados cuyas primarias permiten participar a votantes independientes. “Si tengo algo de éxito, quizá un 3% o un 4% de los republicanos moderados decida no votar por Trump y el presidente no saldrá reelegido”, dice. “Eso es música para mis oídos”. Mientras hablaba, decenas de seguidores de Trump plantaban sus tiendas de campaña en la nieve, en el exterior de un estadio de Manchester (New Hampshire), para ser los primeros en entrar al multitudinario mitin que ofrecería el lunes Donald Trump.
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