Sebas Saiz, internacional español de baloncesto, estaba en Tokio cuando estalló la pandemia de coronavirus. Hacía poco que había regresado a la capital japonesa después de jugar las Ventanas con la selección española de Sergio Scariolo y se disponía a volver a los entrenamientos con su equipo, el Sunrockers de Shibuya, pero los americanos del equipo empezaron a irse a USA, temían no poder regresar si Trump cerraba el espacio aéreo.
“En Tokio la gente aparentaba normalidad, querían organizar los JJ.OO.’2020, que no se suspendieran, pero cuando el COI comunicó que cambiaban las fechas al 2021 todo cambió”, cuenta Saiz a Mundo Deportivo. “Se habían suspendido dos partidos de mi liga, uno por el miedo de los jugadores, otro porque un árbitro había dado positivo por coronavirus, y a partir de que se comunica que no habría Juegos en verano, todo se cerró. Y lo peor es que también se cerraba el espacio aéreo. Nos encontramos en Tokio sin poder salir hacia España… Vimos un vuelo de Qatar Airways que hacía escala en Italia antes de llegar a Madrid pero lo suspendieron en minutos. Pero ahí intervino la embajada de España en Japón y logró que Iberia enviase un avión para rescatar a 90 españoles. Fue un vuelo de ida y vuelta, con ocho pilotos porque apenas hicieron escala para recogernos, todos ellos eran voluntarios, lo hicieron para que nosotros pudiéramos regresar a casa… fue un vuelo increíble”.
Miembro de la generación de 1994 junto a los hermanos Hernagómez, Dario Brizuela, Edgar Vicedo y Oriol Pauli y canterano del Ramiro de Maeztu desde edad cadete, Saiz dejó Estudiantes en 2012 puso rumbo a la High School de Sunrise Christian Academy, antesala de su entrada en la NCAA con los Rebels de Ole Miss. De padre español y madre dominicana, ambos modelos, Saiz creció entre Arenas de San Pedro (Ávila) y Madrid, adonde se desplazaba a entrenar tres días a la semana, primero con el Real Madrid y después con el Estudiantes.
En 2012, tras proclamarse campeón en el Torneo de Manheim con la selección de Orenga recibió becas de varias universidades americanas y se convirtió en una auténtica sensación. Después llegó la posibilidad de jugar la liga japonesa, una experiencia que le está resultando fascinante y muy recomendable.
Sebas Saiz se ha convertido además en una de las piezas clave de Sergio Scariolo en las Ventanas FIBA. Su capacidad de adaptación es la que le ha llevado a ser tan importante para el seleccionador español y la que le ha permitido no salir del radar de la Selección pese a estar a miles de kilómetros de distancia y en un baloncesto tan diferente como es el japonés. Ante Rumania firmó 17 puntos y 10 rebotes.
“Scariolo nos pone a competir a un nivel increíble en poco tiempo, esa es su gran virtud –explica el jugador–. Sin duda es el mejor seleccionador. Por eso España es tan buena, tan competitiva siempre, porque nos pone a luchar a todos como hermanos. No es un tópico lo de ‘la familia’, Scariolo consigue, sea cual sea la convocatoria, que todos demos lo mejor de nosotros mismos y funcionemos como equipo”.
El sueño de Saiz es estar en la selección de los JJ.OO: “Para eso trabajo cada día, por eso compito siempre, para poder ejercer de Cicorene de mis compañeros en Tokio, ‘mi’ ciudad. De aquí les sorprenderá el silencio, porque al ser casi todos los coches eléctricos no hay casi ruido. Pero es lo mismo en los trenes o en el metro. Aunque esté lleno de gente nadie habla, no hay bullicio. Y después, la limpieza. No hay papeleras, la pequeña basura, por ejemplo el papel de un chicle, se lo meten al bolsillo y lo tiran a la basura de su casa. Tokio está preparado para organizar unos grandes JJ.OO. Algunos edificios estaban por acabar, ahora tendrán un año más de plazo para testar todo. Yo cuando acabe el confinamiento volveré al campeonato japonés”.
Sabe lo que es ganar en el país nipón. En su primera temporada ganó la Copa del Emperador ante los Kawasaki Brave Thunders siendo MVP, fue seleccionado en el All-star de la liga y ganó el concurso de mates. Con 25 años y una envergadura de de 2,29, sólo piensa en ganar la otra batalla de una familia que es aún más grande que la de Scariolo: ganar la batalla del coronavirus.
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