Aitor Aldeondo (Andosilla, 45 años) vistió la camiseta del primer equipo de la Real durante 45 partidos, en los que vivió una de las temporadas más exitosas de las últimas décadas: el tercer puesto de la 97/98. Muy querido por la afición txuri urdin, recuerda con cariño su conexión con Kovacevic y disfruta con los éxitos del equipo dirigido por su excompañero Imanol Alguacil.
¿Cómo vive el confinamiento?
Estoy en el pueblo, tranquilo. Vivo en Andosilla desde que me retiré.
¿Sigue entrenando a niños en la Peña Azagresa?
Así es. Me gusta más que entrenar a mayores. Estuve un año ayudando en un equipo Tercera, pero la gente mayor no piensa demasiado en fútbol, me desesperaba un poco. Con los críos estás a tiempo de meterles el fútbol en la cabeza, de inculcárselo. Me lo paso genial.
“Cuando marco gol entro en trance”, reconoció en su día. ¿Qué le hace entrar en trance ahora?
(Sonríe) En trance entraba cuando era más joven, en aquellos tiempos locos. Metías un gol, lo querías celebrar de cualquier manera y no te dabas ni cuenta de lo que hacías. Con la edad me tomo las cosas con más tranquilidad.
¿Qué recuerdos guarda de aquella época en la Real?
Estoy muy orgulloso de esa etapa. Hicimos años muy buenos y tuvimos un gran ambiente. Incluso fuimos terceros. Ese año pude jugar, meter cuatro goles, y al año siguiente tuve la oportunidad de debutar en la UEFA. Incluso Krauss me dio la titularidad aquel día en Praga y pude marcar. Le estoy muy agradecido.
¿Cómo era jugar junto a Darko Kovacevic?
Una pasada. Y seguro que él tiene buen recuerdo. Solía decir que le gustaba jugar conmigo, porque yo no era tan goleador como él y le pasaba mucho. Me decía que estaba muy contento de jugar conmigo. Hicimos buena dupla y buena amistad.
¿Y con De Pedro en banda?
Ya desde juveniles cuando jugabas con él era tremendo. Cuando veías que la cogía ya sólo tenías que correr porque él te lo ponía delante del portero y al pie. Era una maravilla.
¿Qué gol recuerda con más cariño?
Igual el de Praga, por lo que conllevó, y porque era mi primer partido en Europa. Y también el de mi debut en Primera, con Irureta. Ganamos 1-2 en Compostela y fue en el minuto 92.
También le tocó vivir la pesadilla del Calderón, con el asesinato de Aitor Zabaleta. “Si esto es el fútbol, yo odio el fútbol”, dijo.
Fue lo que pensé. Sentí impotencia, rabia y odio. Gracias a Dios hemos comprobado que eso no era el fútbol sino la barbarie de un criminal.
Jugó con Imanol.
Cuando marqué aquel gol en Compostela fue de los primeros que me abrazó, junto a Juan Gómez. Tengo muy buen recuerdo de él. Cuando le veo gritando en el banquillo me sorprende un poco, porque era callado. Pero cuando estás ahí te sale esa vena.
¿Qué le parece el equipo?
Da gusto verles. Manejan todos los conceptos y la verdad es que son un equipazo.
¿Le ha sorprendido Alexander Isak?
Es una sensación. Nadie lo conocía y transmite muchas ganas. También tiene mucha velocidad, que es algo muy importante en el fútbol. Además es muy joven y tiene tiempo para mejorar, pero lo que ha demostrado hasta ahora es un portento.
¿Qué sensaciones tiene para la final?
Sería una pena que se jugase sin gente. El ambiente es una parte importante en una final como ésta pero hay que entender la situación y si se decide jugar a puerta cerrada, acatarlo. El partido lo veía muy bien, estábamos lanzados. Pero pese al parón confío mucho en el equipo y en su fútbol, que creo que es el mejor que hay en la Liga.
¿Ya ha estado en el nuevo Anoeta?
Sí, no he ido mucho pero he visto algún partido. Estuve, por ejemplo, el día del Mirandés. Me parece una pasada, me impresionó. Y también me dio pena por no haber podido jugar con el campo así. Se me pone la piel de gallina.
¿Qué tal sonría el himno de la Champions allí?
Imagínate. Antes estábamos jugando y a veces había que mirar un poco a la grada porque apenas se oía. Pero en este campo es una gozada cómo retumba el sonido. Me dejó alucinado. Si suena el himno de la Champions será con todo merecimiento.
¿Tienes tiempo, verdad?” Así comienza Aitor
Aldeondo a relatar su particular historia con el linier Márquez
Navarro. “Todo empezó en Mallorca, en el último partido de la temporada del tercer puesto. Yo había marcado cuatro goles en ocho partidos y pensé, “hoy la reviento”. A los cinco minutos, me lesionó Iván
Campo y cuando salí, le pegué una patada al botellín. Pensaba que saldría rodando pero de repente cogió altura… Total, que le di al juez de línea”.
La cosa no quedó ahí. “Yo era un crío, así que me metí en el banquillo y no quise salir. Pero los jugadores vinieron a por agua y el agua había volado. Juanjo
Zapiain, el masajista, les dijo que no había, Krauss le echó la bronca a Juanjo, Juanjo me cogió a mí y me empezó a gritar, yo le respondí… ¡Vaya panorama! Luego Krauss me obligó a ir al vestuario de los árbitros a pedir perdón”.
Hubo más capítulos. “A los meses fui a Montjuic. Me tiré a por un balón, el suelo estaba mojado y marcando el fuera de banda, el mismo linier. Le grité “¡aparta!”, pero ya no le dio tiempo y acabó dando una vuelta de campana”.
“Me lo volví a encontrar en el Colombino”, relata. “Según me ve, me dice: “¿Me pongo espinilleras?”.
La historia tuvo final feliz. “La última vez me lo encontré fue contra el Madrid en casa. Me dijo que en su carrera yo era una pieza clave y que si le podía dar mi camiseta. Yo le respondí que claro, pero que me diese la suya. Así que mientras todos se cambiaban la camiseta con los del Madrid, me ves a mí cambiándomela con el linier. Todo el mundo se partía de risa. Es una historia simpática”.
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