Una quimera inalcanzable


El consenso se antoja una quimera inalcanzable en la resolución que adopte el fútbol para reanudarse tras el frenazo sufrido por la crisis sanitaria. Ni siquiera está claro a estas alturas del partido cuáles son las prioridades. Mientras la patronal antepone jugar a toda costa para salvaguardar el negocio, el sindicato de futbolistas saca las uñas y pone trabas al protocolo de vuelta al trabajo en el nombre de la salud de sus representados, muchos alineados públicamente con la postura, sin ver claro que se pueda regresar a entrenar y a jugar.



Que no lloverá a gusto de todos con la decisión final es seguro. Pero se va a intentar terminar la Liga, sí o sí. Siguiendo la estela de la Bundesliga, que tratará de reanudarse dentro de dos semanas, la liga española intentará concluir entre junio y julio. Otra cosa es que pueda. Ésta, al menos, es una cuestión que afecta a todo el fútbol profesional pero, en todo este maremágnum, ¿dónde queda la final de Copa?

El hecho de ser un solo partido favorecía el consenso en torno a la fecha pero hasta esto se está tornando inviable. Y está alcanzando puntos surrealistas. No hay nadie que no quiera un Real-Athletic con público, pero plantear que se juegue en mayo de 2021, por ejemplo, adultera la competición. ¿Sería legal que futbolistas que no tenían ficha cuando se logró el pase a la final jugaran ese encuentro? ¿Y sería moral que jugadores que dejarán esta temporada el equipo, sobre todo los que llevan media vida en él, no tengan derecho a jugarla?

El planteamiento de jugar en 2021 tiene más de absurdo que de realista, sobre todo porque nadie garantiza, tampoco entonces, que pueda haber público en la grada. Al igual que ocurre con la Liga, urge que le pongan fecha a la final de Copa, aunque sea sin público, para evitar especulaciones que en nada ayudan.

Fútbol, la industria

El fútbol es un blanco fácil. Tras los demagógicos argumentos de que es inmoral que se cobren las millonadas que se cobran por dar patadas a un balón, el deporte más seguido en casi todo el orbe recibe cíclicamente todo tipo de ataques que rara vez pueden rebatir la obviedad: el fútbol es una industria que no sólo genera miles de millones de euros que, en buena lógica, deben ir a parar a los futbolistas, que son los que los generan, sino que da de comer a un montón de familias que trabajan relacionadas con este deporte. En España el fútbol genera 15.688 millones de euros y da trabajo a 185.000 personas. Supone casi el 1,4% del PIB (productor interior bruto). Es decir, hablamos de un sector poderoso, tras el que no sólo se esconden los salarios de los futbolistas sino del que dependen muchos puestos de trabajos, muchos mileuristas, que pueden ampliar la lista del paro si el balón no vuelve a rodar. La última crítica al fútbol viene dada por la cantidad de tests del coronavirus a los que someterán a los jugadores, cuando a todo trabajador le gustaría que en su empresa se los hicieran también. Si hay gremios esenciales en los que no se hacen, la responsabilidad no es de un fútbol que, en cualquier caso, supone una pata importante en la economía del país. Por eso urge que la noria continúe girando.

La espectacular temporada de Isak en la Real ha llamado la atención de clubs grandes que lo tienen en la agenda. Llegan tarde porque el sueco vale 70 millones. Como les parece caro, se desliza que el Borussia Dortmund puede repescarlo por 30 millones y entonces negociarían con el club alemán. Saltan por alto la voluntad del futbolista, clave en el asunto, para el que volver a Alemania no es una opción.

Miguel
Archanco, expresidente de Osasuna condenado ayer a prisión, hizo unas desafortunadas declaraciones en 2013 culpando veladamente a la Real de no llegar a un acuerdo en el partido de 2007 que Osasuna ganó en El Sadar y que condenó a los txuri urdin al descenso. Los rojillos se habían salvado en 2001 ganando en Anoeta en la última jornada, con poca oposición local.




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