Cuando Dennis Rodman entra en escena, el panorama en Chicago se transforma. Si el séquito de Michael Jordan ya se podía describir como un circo itinerante, lo del pívot era una apuesta redoblada por la atención mediática. Y a pesar de las apariencias, Rodman era y es un tipo introvertido, alguien que necesita una figura paterna para sacar lo mejor de sí mismo. Por eso triunfó bajo las órdenes de Chuck Daly con los Bad Boys y posteriormente recuperó su mejor versión sobre la cancha con su amigo Phil Jackson.
Para quienes estén adentrándose en el maravilloso universo Rodman estos días, vaya por delante que todo lo que pueda aparecer en El último baile se quedará corto a la hora de retratar su figura. Igual de corta se queda su autobiografía Bad as I wanna be, y a propósito, como explica el autor de la misma, Tim Keown. Sus dos semanas con el personaje más estridente de la NBA de los noventa fueron caóticas: persiguió al astro por los gimnasios de Estados Unidos, le intentó seguir el ritmo en alguna de sus fiestas e incluso tuvo que ponerse al volante de su Ferrari. No pretendió conseguir una foto perfecta, tan solo retratar de dónde venía aquel pirado.
Amigo de Kim, amigo de todos
La serie documental de The Last Dance se centra, como todo el universo de los Bulls, en Michael Jordan. Sin embargo, muchos de sus personajes son dignos de documental propio. Rodman ya lo tiene, pero como su autobiografía, se trata de un tipo tan complejo e impredecible que cualquier descripción puede quedar rápidamente anticuada. Su última faceta pública es la de amigo del régimen autocrático de Corea del Norte y su líder, Kim Jong-Un. Con él, ha dicho, no habla de política, sino que montan a caballo, esquían y cantan al karaoke, una escenas que hasta suenan a distopía.
Con el Gusano, como fue apodado, nada es imposible. Por eso lo ficharon los Chicago Bulls, que vieron en él a un loco capaz de mantener los cabales dentro de las cuatro líneas blancas. Fuera de ella, ni la dirección ni sus compañeros le juzgaban. El acierto se cuenta en tres anillos, y la importancia de Rodman fue tremenda en aquel equipo. Cuando Pippen se perdió gran parte del último baile, fue él quien dio un paso al frente como escudero de MJ. De hecho, el currazo que se pegó hizo que pidiera unas vacaciones a media temporada, las famosas 48 horas -que fueron unas cuantas más- que tanto Phil Jackson como Jordan le permitieron tomar para ir a Las Vegas y volver fresco. Rodman era el único capaz de jugar después de tales juergas, en las que corría el alcohol, las mujeres y un largo etcétera.
Un Warhol sobre la cancha
Para Keown, la figura de Rodman era literalmente irreal. Mientras Jordan era el héroe griego, la expresión de la perfección sobre una pista de baloncesto, Rod era otro tipo de referente, quizás el primero que desde el deporte de élite se identificó con las capas marginales de la sociedad. De hecho, Rodman no tuvo reparos en identificarse con la comunidad homosexual y además dio apoyo a la lucha contra el sida en una época en que se dejó morir a miles y miles de personas porque la enfermedad era vista como una lacra. En definitiva, con esos pendientes colgando de todas las protuberancias de su cara, sus tatuajes gigantes y ese pelo de colorines mutante, Rodman era lo más parecido a una obra de Warhol
jugando a baloncesto.
Y jugaba a baloncesto de maravilla. El Gusano lideró la NBA en rebotes por partido durante siete temporadas consecutivas con números de otra época. En 1991, el pívot promedió 18,7 rebotes por partido, y en su última temporada con Chicago todavía mantenía un ritmo envidiable de 15 por encuentro, eso con 36 tacos y fiestas como las de Las Vegas en la mochila. Para cualquiera sería una tremenda carga, pero para él se trataba de algo normal. De joven, cuando canalizó sus frustraciones en el baloncesto, tan solo sabía ir a toda marcha: en tres años en la universidad de Southeastern Oklahoma promedió 25,7 puntos y 15,7 rebotes por encuentro. Aunque su foco cambió del ataque a la defensa, su actitud sobre la cancha siempre se mantuvo al máximo nivel de alerta.
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Un héroe imperfecto
Algo que se le puede escapar al espectador de El último baile es la importancia de Chuck Daly y Phil Jackson en la persona de Rodman. Cuando el documental repasa uno de sus momentos más bajos de su carrera, cuando la policía le encontró dormido en su camioneta con un rifle en el asiento de copiloto, Dennis seguía en su casa de acogida de Detroit, pero no contaba ya con el hombro de Daly, despedido la anterior temporada. Sin él, casi se quita la vida.
Su turbulento pasado explica algunas cosas: el acoso escolar, un padre que se fue a por cigarrillos y una madre que, cansada de su rebeldía, le echó de casa con 18 años y permitió que viviera un par de años en la intemperie, buscando cobijo en jardines de amigos y conocidos. Como él mismo reconoce, fue pura fortuna que no tocara las drogas, a pesar de que las tuvo delante en varias ocasiones.
“No me ve como a un jugador de baloncesto, me ve como un gran amigo”, resume Rodman en el metraje sobre su relación con Phil Jackson. El entrenador recuerda una infinidad de episodios, y en pretemporada Rodman aprovechaba algunas noches de concentración para escuchar a bandas locales y ofrecerles una colaboración si le gustaba lo que escuchaba. Jackson habla de la dimensión del jugador en sus libros y otros ensayos antiguos, como este de la revista ESPN en 1998: “Ojalá pudierais ver la tarjeta de Navidad que me ha enviado Dennis. Es una fotografía de él con una sonrisa en la cara, disfrazado de ángel, con las alas y todo. Es nuestro bufón. Y el equipo lo entiende. Son lo suficientemente mayores y maduros para entender que con ciertos tipos hay que tener laxitud. Muchos equipos no lo podrían soportar”.
Observar a Rodman haciendo el payaso, igual que verle dándolo absolutamente todo en la pista, quizás uno de los jugadores más intensos de la historia de la liga, es un reflejo de todo lo que los Bulls hicieron bien en su camino hacia el olimpo del baloncesto mundial. Habla muy bien de todos, de Jordan como un jugador mucho más colectivo de lo que su historia, sus patrocinadores o sus números nos pintan; de Jackson como gestor de personas; de Jerry Krause como mucho más que el villano que dio carpetazo a la dinastía en su momento álgido. El denostado ejecutivo, triturado en los primeros capítulos de la saga, reafirma su ojo clínico con la pelota gracias al tipo menos conocido por sus gestas con el balón y la canasta, un Dennis Rodman que logró construir la mejor versión del héroe imperfecto encima de una cancha de baloncesto.
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