Sangre, sudor y lágrimas de felicidad


El preámbulo de la fiesta fue inquietante. Los preparativos de toda la temporada discurrieron por el camino de la esperanza, cada día que pasaba desprendía un aroma más embriagador a final feliz, hasta que, cuando la lista de invitados estaba a punto de cerrarse, dos jornadas grises, de zozobra, hicieron que alguna pieza del castillo se tambaleara. A la hora de la verdad, sin embargo, se recuperó el orden establecido. Dos victorias seguidas al Villarreal B y el Cádiz empujaron a la Real a las puertas del cielo. De donde nunca debió perder el equilibrio.



Hubo sangre deportiva en las batallas contra Castellón y Betis. Ser líder era un elemento de presión añadida para la joven y autóctona Real y las prisas por rematar la faena entraron en escena. El saldo de las jornadas 37 y 38, en plena recta final de la temporada, fue de un punto sobre seis posibles. Eso sí, los de Lasarte nunca llegaron a perder una renta de cuatro puntos sobre el primero que no subía, que era el cuarto clasificado. Un margen de seguridad para contener el nerviosismo que pudiera generar acumular tres jornadas sin ganar.

Los interrogantes hicieron acto de presencia contra el Castellón, el colista que se marchó de Anoeta con un punto tras terminar con tres jugadores menos sobre el campo. Zurutuza y Agirretxe tuvieron la victoria en sus botas, perdonaron y Anoeta se fue a dormir con la mosca detrás de la oreja.

La sensación de vértigo creció la semana siguiente, cuando la Real perdió en el Benito Villamarín por un penalti del género absurdo obra de Diego
Rivas. Una mano dentro del área con la que no era necesario infringir las normas y que Emaná castigó ante Zubikarai. Los demás perseguidores sí indultaron a una Real que conservaba la renta en los puestos de ascenso, y además como líder, a falta de tres partidos para el final.

Baño de gloria en Cádiz

La Real no se libró del sudor frío y atravesó momentos críticos. La visita de un filial como el Villarreal B no fue plácida pese a lo que pudiera parecer. Mikel
González rescató el triunfo en la segunda mitad de un partido accidentado, con dos penaltis, uno para cada bando, y no demasiado católico en cuanto al juego. Eso sí, Anoeta celebró tres puntos capitales.

Las lágrimas de felicidad viajaron a bordo de un avión con destino a Cádiz, donde la Real aterrizó con opciones matemáticas de subir a Primera. No se encontraba el equipo en un momento demasiado espléndido, por lo que el dispendio llegó en el instante menos esperado. De ahí que el memorable 1-3 al Cádiz quedara grabado para siempre como una de las victorias estrella en la historia del club.

El héroe de la tarde fue Carlos
Bueno. Autor de los tres goles realistas y líder de una escuadra que reencontró su mejor versión en el lugar preciso. Allí donde miles de seguidores realistas se dieron un baño de gloria, chapuzón incluido en la playa de La Victoria. Nunca mejor dicho.

La inercia de la memoria lleva a no olvidarse de los tres goles que marcó Carlos
Bueno en el Ramón de Carranza. Lógico. Allí, en Cádiz, se fraguó el ascenso. La Real, no obstante, viajó a la ‘Tacita de Plata’ impulsada por el espaldarazo de haber ganado una semana atrás al Villarreal B en Anoeta, ante más de 27.000 personas. Una victoria con aires de justicia poética. La Real perdió en la jornada anterior, por la mínima contra el Betis, en el Benito Villamarín. Mikel
González fue expulsado en el campo bético tras ver dos cartulinas amarillas, la segunda muy discutible porque la mano que le señalaron fue por un balón que impactó en su espalda. El Comité de Competición le retiró la amonestación y el defensa de Arrasate pudo ser alineado por Martín
Lasarte ante el Villarreal B. Y resulta que marcó el gol de tan decisiva victoria.



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