Los pueblos más irresistibles del Este de Europa

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Los viajeros españoles de cierta edad recuerdan que, durante muchas décadas, en sus pasaportes se indicaba: “válido para todos los países excepto para Albania, Corea del Norte y Mongolia Exterior”. A los más inquietos, aquello les despertaba unas ganas irrefrenables de descubrir qué escondían esos países prohibidos. De estos países vetados, Albania era el más cercano, pero hasta hace muy poco ha permanecido alejado del mapa turístico. Ahora los albaneses tienen ganas de mostrarse al mundo y de enseñar sus bellezas, tanto culturales como naturales. Y conviene hacerlo antes de que lo descubra el turismo de masas.
Décadas de aislamiento han hecho de Albania, de una dimensión algo menor que Cataluña o Galicia, un país diferente al resto de su vecinos balcánicos. No es un destino para quien busque muchas comodidades y un viaje sin imprevistos. Pero quizá ahí está la gracia: en convertir un viaje en una pequeña aventura. Así, atravesaremos territorios montañosos por carreteras sinuosas; nos asomaremos a una costa salvaje; pasearemos por unos pueblos que son como un mosaico veneciano de iglesias bizantinas con frescos y mezquitas desnudas, tekke bektashíes (santuarios) y casas otomanas de blanco reluciente, mastodónticos kombinat (conglomerados de empresas) de la era soviética y minúsculos búnkeres. Pero sin duda, el descubrimiento más sorprendente son sus 400 kilómetros de costa en los que la arena del Adriático se funde con las piedras de las playas jónicas. 

La Torre del Reloj, junto al Ministerio de Desarrollo Urbano, en Tirana, la capital de Albania. getty images

 1. Tirana, en busca del tiempo perdido
Tirana, en el centro del país balcánico, se parece poco a cualquier otra capital europea y escapa de cualquier categoría o definición. Alberga museos que conservan espléndidos testimonios del pasado ilirio (cuyo origen se remonta a la Edad del Hierro) y medieval, galerías de arte que ponen en valor la estética de la Europa de los bloques del siglo XX y una plaza a la que se asoman edificios históricos, desde la mezquita de Ethem Bey, una de las más bellas de Albania, a los bancos de época fascista (años 30) o los túneles secretos de la Guerra Fría. Todo esto es Tirana, una ciudad donde la vida fluye incesante, tanto en el denso tráfico del centro como en los bazares o en las mezquitas durante la oración de la tarde.
En la animada plaza principal de Skanderberg, el empedrado nuevo del suelo y la mezquita cede paso a pequeños jardines escondidos, igual que los edificios racionalistas, cuyas fachadas de la década de 1930 comparten espacio con rascacielos vanguardistas. Merece visitarse, además de la mezquita de Ethem Bey, el museo nacional y la galería nacional de arte en cuyos interiores permanecen varias obras maestras. 
Pero más que cosas que ver, Tirana tiene cosas que vivir. Atravesando el río Lana emerge Biloku, el antiguo barrio donde residía la nomenklatura comunista, hoy reconvertido en una zona de ocio y de marcha desenfrenada, especialmente los fines de semana. La ciudad parece empeñada en recuperar el tiempo perdido durante el largo invierno comunista, y la noche es el máximo exponente de esa ansiedad que late en un ambiente muy animado y mestizo, que combina el aroma de Oriente Próximo con sus deseos de ser europea. Todo ello entremezclado con el sonido de la oración de la tarde durante el Ramadán en la céntrica calle de Kavajë (Rruga e Kavajës, en albanés) y la incesante actividad del mercado de Pzari i Ri.

Las características casas con grandes ventanales de la ciudad albana de Berat. Mario Gjashta getty images

2. Berat, un castillo de ventanas
En el paisaje abrupto y montañoso del sureste de Albania se esconden algunos de los principales atractivos del país, entre ríos salvajes que excavan cañones y lagos ancestrales. Berat, bautizada durante la etapa comunista como la ciudad de las ventanas superpuestas, es un pueblo otomano inmerso en una naturaleza virgen increíblemente intacta gracias a su situación.
Es difícil encontrar en toda Albania una localidad tan bien conservada. Con tres barrios antiguos -Mangalem, Gorica y Kalaja- y muchas mezquitas e iglesias, la ciudad de las mil ventanas tiene 2.400 años de historia y es excepcional en el sentido literal de la palabra. Situada a horcajadas del río Osum, en sus casas otomanas de paredes blancas se ocultan lugares de culto (islámicos, cristianos, bektashíes) y un espléndido Museo Etnográfico. En lo alto se alza la gran ciudadela, aún habitada y sumergida en un sueño, con una iglesia en el centro donde se expone la colección de iconos del maestro Onufri (siglo XVI), de visita obligada.
Por la noche, la iluminación añade un toque mágico y la ciudad entonces se asemeja a un inmenso belén. De día, podemos visitar este “museo viviente”, y lugares concretos como la Mezquita de los Solteros, reservada exclusivamente a los aprendices de camarero y a los mozos de almacén no casados. O la Mezquita del Rey (o del Sultán), la más antigua de Berat, con un espectacular techo de madera tallada. Junto a ella, el Tekke de los Havelti, una orden del sufismo o la ciudadela Kara, en lo alto de Berat, que encierra tras sus muros un laberinto de callejuelas que serpentean entre viviendas rigurosamente blancas. La parte cristiana está representada por la Iglesia de la Dormición de la Virgen, que se salvó del abandono de tiempos del comunismo y hoy nos permite disfrutar de un maravilloso interior.

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Terraza de un restaurante en Gjirokastra (Albania). Luis Dafos alamy

 3. Gjirokastra, la ciudad-museo de Enver Hoxha
Sin abandonar esta región interior de Albania, de viaje hacia el profundo sur, nos encontramos un lugar único, en Albania y en los Balcanes: Gjirokastra o Argirocastro (castillo plateado, en albanés), una localidad situada en un amplio valle idílico y rodeada de pueblecitos que esconden antiguas iglesias bizantinas. Para entender el origen de su nombre, es mejor contemplarla bajo la lluvia, cuando las brillantes piedras de la gran fortaleza, rica en leyendas y con una tétrica fama por haber sido empleada como cárcel en diversos momentos de su historia, brillan con unos reflejos casi metálicos.
Gjrokastra, a unos 215 kilómetros al sur de Tirana, es uno de los destinos más interesantes del país, con un gran castillo con vistas al amplio y fértil valle del Drin y un bazar que sigue siendo el centro de la vida local, a pesar de los turistas. Pero sobre todo el lugar debe su armonía a las casas-torre de origen turco (kules, en albanés) que se van viendo conforme uno se acerca al pueblo. Algunas se pueden visitar y otras solo admirar desde el exterior. Cientos de estas casas monumentales de época otomana conforman el centro histórico coronado por el castillo, que durante la etapa comunista fue designado ciudad-museo. Ayudó a ello el hecho de que fuera la localidad natal del dictador comunista Enver Hoxha (1908-1985), que preservó el lugar de las torpes intervenciones arquitectónicas perpetradas en otras zonas del país. Gracias a ello, los visitantes pueden entrar en un contacto con un fragmento casi intacto de la Albania del siglo XIX.

Una de las playas de la localidad costera de Ksamil, con las tres islas en el horizonte. MARIUS ROMAN GETTY IMAGES

4. Ksamil y la Riviera Albanesa
Albania se asoma al mar Jónico en la llamada Riviera Albanesa, una sucesión de rincones preciosos que encuentran su clímax estético en Ksamil. Pero toda la costa, desde Vlorë hasta llegar a este lugar, va desplegando la belleza propia del Mediterráneo con unas aguas cada vez más limpias y transparentes según avanzamos hacia el sur. Por la costa, los minaretes ceden paso a los campanarios de las iglesias, y en la mesa se notan las influencias griegas por la proximidad del país heleno. En verano, las playas de la Riviera se llenan de gente y bullicio, rompiendo la quietud de sus aguas turquesas. 
Recurriendo a un símil teatral, Ksamil es como el último acto de una función antes de la ovación general. Construido en la década de 1960 en el Parque Nacional de Butrinto, el pueblo debe su popularidad entre los turistas por las tres pequeñas islas vírgenes frente a su costa. Con el paso del tiempo, las playas se fueron poblando de bares, sombrillas y tumbonas y hoy en día es uno de los destinos más reclamados. Pero Ksamil, en realidad, es solo un pueblecito, atravesado por una carretera que sigue hasta Butrintos, y una serie de instalaciones turísticas en la costa. Las más llenas suelen ser las playas que están frente a las tres islas, de visita obligatoria si se está en Ksamil. Pero vale la pena explorar todo el litoral en un paseo panorámico que permite descubrir rincones más tranquilos donde poner la toalla.

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Cascada en el Ojo Azul, cerca de Ksamil (Albania). Michael Grant alamy

 5. El Ojo Azul, la foto imprescindible
Muy cerca de Ksamil se encuentra el Ojo Azul (Blue Eye en inglés y Syri i Kaltër en albanés), un manantial de 50 metros de profundidad de donde emanan aguas de un precioso color turquesa.Visto de lejos, recuerda mucho al iris de un ojo; de ahí su nombre. Cada año son miles los viajeros que regresan de allí contentos de haber madrugado para poder disfrutar del lugar a solas. Es una experiencia que merece la pena. La zona que rodea la fuente cárstica que ha generado este insólito “iris azul” está abierta todo el año a los visitantes, pero en verano se llena de turistas, sobre todo a mediodía. Si conseguimos esquivar a las multitudes (su aparcamiento a media mañana se convierte en una verdadera jungla) disfrutaremos de una fantástica fuente de agua gélida rodeada de espesos bosques húmedos. Se encuentra rodeada por un paisaje natural en el que se escuchan los grillos y las libélulas. Y una advertencia: está prohibido bañarse, así que hay que resistirse a la tentación de tirarse desde la pequeña plataforma panorámica. Desde allí, y si contamos con un coche, se puede dar un pequeño rodeo y visitar Mesopotam, un pueblecito presidido por la iglesia ortodoxa de San Nicolás, un complejo monástico rodeado de una muralla, muy típicamente balcánico.

El teatro romano del Parque Nacional de Butrinto. GETTY IMAGES

6. Butrinto y la herencia griega
Butrinto es la justa recompensa para quien se atreva a llegar hasta el extremo sur de Albania, casi en la frontera con Grecia. Este parque arqueológico, declarado Patrimonio de la Humanidad, alberga importantes testimonios del paso por la zona de griegos, bizantinos y venecianos, rodeado de una vegetación oscura y fresca. En la bahía de Butrinto la naturaleza es exuberante: el verde envuelve piedras y mármoles, recubre mosaicos y esconde hasta la visión del cielo.
El Parque Nacional de Butrinto es un territorio geográficamente curioso, con un ecosistema mediterráneo que se mezcla con el típicamente lagunar. Aquí la costa crea una ensenada que parece más bien un lago, el de Butrinto, separado del mar Jónico por el canal de Vivari. Pero los turistas llegan sobre todo para ver las ruinas de Butrinto, en el corazón del parque, en un promontorio con vistas al lago. Son el único patrimonio de la humanidad de la costa albanesa, un trofeo que espera al viajero al final de su itinerario por el país de las águilas que deja muy buen recuerdo.
Butrinto es el testimonio de los diferentes asentamientos urbanos que ha tenido el lugar a lo largo de los siglos y resulta una visita imprescindible. Lo mejor es el ambiente, sobre todo a primera hora de la mañana, entre ruidos que nos sumergen en la naturaleza, de la que de pronto emergerán las espectaculares estructuras arquitectónicas del pasado. Recuerdan a los yacimientos centroamericanos mayas, pero en un ambiente mediterráneo.
Butrinto tiene sus orígenes en la antigua Grecia y fue famosa en la antigüedad por la presencia de un templo de Esculapio, dios de la medicina, que atraía a fieles de todos los Balcanes. Luego fue ocupada por romanos, bizantinos, venecianos, cedida a Napoleón y reconquistada por Alí Pachá hasta caer en el olvido. En 1927 un grupo de arqueólogos italianos comenzaron a sacar a la luz sus secretos. Sus joyas en la actualidad son la Torre Veneciana, los restos del ágora, del gimnasio y de las termas romanas y la superestrella del yacimiento: el teatro romano donde todavía se organizan representaciones.
7. Casco antiguo de Himarë 
En la misma costa jónica pero más al norte, sobre las preciosas calizas de Himarë, se levanta un pueblo antiguo colgado de una ladera, con un casco en ruinas desde el que se ve la isla griega de Corfú. Es un pequeño laberinto de casuchas en ruinas, algunas aún habitadas, que merece una visita por su insólito ambiente y sus frescos desgastados. Parece estar todo en vilo, como si pudiera desaparecer para siempre de un momento a otro. Pero ahí sigue. Inquietante.
Al margen de la parte alta y antigua de Himarë hay otra parte baja con un paseo marítimo que se ha convertido en uno de los pueblos de playa más agradables de la Riviera. En el horizonte despunta la isla de Corfú como testimonio de lo cerca que están Albania y Grecia en kilómetros pero también en cultura. De hecho, en Himarë vive una abundante población griega que habla el maniato, un dialecto con muchas palabras del griego antiguo que solo se habla en Himar, Mani y Creta. En el aire suenan ecos de música griega y los platos como la muoussaka, el tzaziki y las ensaladas griegas están en las cartas de todos los restaurantes.

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Puestos en el bazar de Krujë, en Albania. Peter Forsberg alamy

8. Krujë, corazón de Albania
Fue la primera capital del país de las águilas, que es como se conoce popularmente Albania. Y, efectivamente, Krujë recuerda al nido de una rapaz, colgada de una escarpada ladera, al noreste de Tirana. Desde ese promontorio domina las montañas, la llanura y el mar. Fue el cuartel general de Skanderbeg, el héroe nacional que guió desde aquí la resistencia en el siglo XV contra los turcos, y en el castillo, además de una bonita tekke bektashi (santuarios de inspiración sufí) y un museo etnográfico, se encuentra el curioso museo dedicado a la figura del gran héroe albanés. En la ciudad, sobrevive rodeado de edificios modernos el antiguo bazar, pequeño pero tan bonito que podría definirse como un “concentrado del espíritu otomano”.
El de Krujë es uno de los mejores bazares de Albania, con su calle principal y unos cuantos callejones laterales rodeados de casas tradicionales bajas, que resisten ante los imponentes bloques de cemento que cercan el casco histórico. Pero incluso así es un lugar para ver y descubrir uno de los ambientes más característicos y bellos de la Albania central. Podremos encontrar algún taller donde hacer compras curiosas, desde reliquias fascistas o comunistas, a alguna antigüedad, o pipas tradicionales de madera. Hay que regatear, y sobre todo, sortear a los turistas, pero nos aseguraremos unas fotos estupendas. El tekke de Krujë es especialmente bonito, en un lugar idílico, a la sombra de un antiguo olivo. Todo el lugar inspira una sensación de recogimiento y provoca nostalgia de tiempos pasados.

Vista de los alrededores de la ciudad albana de Shkodër, con las montañas al fondo, desde el castillo de Rozafa. ViliamM GETTY IMAGES

 9. Shkodër, el refinamiento albanés
Shkodër, la capital cultural de Albania, es la más europea de las ciudades del país, un lugar refinado y al mismo tiempo popular que sorprende por el orden arquitectónico de sus calles en contraste con el caos de los alrededores; y por la modernidad de su fascinante museo de fotografía. El lugar atrapa por la mezquita de Plomo, que domina la llanura de Shkodër, a la sombra del gran castillo de Rozafa; y por la alegría contagiosa de las cervecerías con terraza en la orilla del lago Shkodër. En las calles peatonales del centro hay elegantes edificios decimonónicos e incluso un célebre café al estilo centroeuropeo, el Cafè Grand, monumento cultural y símbolo de la ciudad que durante todo el siglo XIX fue lugar de encuentro de intelectuales y patriotas.
Visitando Shkodër uno se siente casi en casa, pero no hay que dejarse engañar. Es aquí, en el norte, donde los albaneses encontraron el aislamiento necesario para huir de la dominación extranjera y afianzaron su identidad. El Museo Marubi de fotografía es también un museo de historia que recorre la epopeya de la familia del mismo nombre, de origen italiano, llegados aquí a mediados del siglo XIX buscando asilo. Y lo que encontraron fue un país instalado en la Edad Media, que comenzaron a fotografiar, dando como resultado unas instantáneas que captan a la perfección los paisajes, las tradiciones, la aristocracia, el vestuario popular y, en definitiva, la vida albanesa.
Pero el monumento más importante de Shkodër es sin duda el castillo de Rozafa, una de las mayores atracciones históricas de Albania. Se vislumbra a kilómetros de distancia y desde su interior se tiene una vista panorámica que abarca hasta el mar, con el gran lago, la confluencia de los ríos Buna y Drin y la llanura de Shkodër.

El valle alpino de Theth, en Albania. Ozbalci GETTY IMAGES

10. Senderismo en los Alpes Albaneses
Aunque en Albania haya mar y ciudades interesantes, la verdadera esencia del pueblo albanés reside en la montaña. En los escarpados e inaccesibles valles del noreste del país fue donde se forjó el espíritu albanés y donde se ha mantenido durante siglos su identidad.También es el sitio donde la naturaleza presenta su mejor cara: amplios paisajes vírgenes, ríos que excavan profundos cañones, lagos azules y bosques ancestrales.
En los rincones más remotos de los Alpes albaneses se ocultan verdaderos tesoros del patrimonio ambiental en un entorno casi salvaje. Allí es posible navegar por un fiordo, coronar la cresta de una montaña o partir en busca de las kulla (torres fortificadas medievales) en medio de una naturaleza en estado casi primigenio pero salpicada de minaretes y puentes otomanos.
También hay lugares como Theth, donde no es fácil llegar. Pero el esfuerzo se ve recompensado porque no solo se accede a una región recóndita y salvaje de Europa sino porque se entra en contacto con uno de los aspectos más secretos de la cultura albanesa, las kulla del Kanun (torres de autoreclusión donde se refugiaban los marcados por el Kanun, un antiguo código de sangre por el que los parientes de un hombre asesinado tenían derecho a vengar su honor matando a un varón de la familia del asesino). Hubo un tiempo en que en cada población del norte había al menos una kulla. Si dejamos al margen para lo que servían originalmente, son lugares llenos de encanto misterioso. La de Theth, que tiene más de 400 años, tiene un aspecto macizo e inexpugnable.
El pueblo de Theth es el punto de partida de numerosas excursiones por los Alpes albaneses, una de ellas, a través de senderos que atraviesan montes conduce a Valbonë, un pueblo que parece habitado por duendes y hadas, con agua por todas partes y rodeado de altas cumbres.

La fortaleza de Skanderbeg, en la bahía de Kepi i Rodonit, en la costa adriática de Albania. Martin Siepmann getty images

11. Kepi i Rodonit, calas adriáticas de todos los colores
La bahía de Kepi i Rodonit, en la costa adriática de Albania, cuenta con unas aguas de tonos azulados y verdosos donde se hunden las suaves colinas entre búnkeres oxidados, viejas iglesias y castillos donde aún parece resonar el eco de la gesta de Skanderberg, el héroe nacional del país,  O quizá sea un espejismo provocado por el silencio que algunos días lo cubre todo. Tal vez por su ubicación remota, por la calma que se respira o por las pequeñas calas semiescondidas, Kepi i Rodonit es el destino preferido de fin de semana para los albaneses de la zona. Y esto es así desde hace milenios: se han hallado restos de barcos ilirios de hace 2300 años que confirman el pasado de la región. La playa más popular es la bahía de Lalzit, una inmensa lengua de arena bordeada de campos y colinas. Sus playas están bien equipadas y las carreteras están asfaltadas, así que es bien conocida por los albaneses, como lo es también la cercana laya de San Pedro que atrae a muchos ciudadanos de Tirana y de Durrës para sofocar el bochorno del verano.

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Terraza en la ciudad de Korçë, en el sureste de Albania. Libor Sojka Alamy

 12. Korçë: la París de Albania
A Korcë, al sudeste del país, los albaneses la conocen como la París de Albania porque aquí vivieron intelectuales a comienzos del siglo XX que la dotaron de un aura cultural y cosmopolita. Korçë, rodeada de paisajes que cambian drásticamente según las estaciones, es la ciudad más oriental de Albania, tanto geográfica como culturalmente. El que llega por primera vez  se sorprende por su mezcla de olores y sonidos, especialmente intensos en su bazar, donde se entrelazan los gritos de  comerciantes y clientes con los sonidos metálicos de los platos de aluminio donde se sirve el byrek (empanada de pasta filo). El espléndido Museo Nacional de Arte Medieval presenta los tesoros conservados en las cercanas iglesias de Voskopojë, y en la ciudad se celebra una fiesta en honor de la cerveza de la zona, y se come el plato típico, el kakror.
El ambiente en Korçë es único, pero además cuenta con el atractivo de sus casas restauradas en el antiguo barrio comercial, con una mezquita y con una catedral ortodoxa que marcan respectivamente en qué zona de la ciudad (musulmana o cristiana) estamos.
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