Michael J. Sandel (1953) es un filósofo estadounidense que habla de temas como equidad, mérito y derechos. Pero lo hace de tal modo que sus clases en la Universidad de Harvard baten récords de asistencia. Es más, algunos de los vídeos de sus clases y conferencias suman millones de reproducciones.
Sandel plantea dilemas prácticos y los debate con sus alumnos de forma clara y didáctica, sin necesidad de llegar a conclusiones tajantes, sino más bien preocupado por establecer un debate acerca de ideas que damos por sentadas.
Este pensador recientemente galardonado con el premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales sigue la corriente comunitarista iniciada con Tras la virtud, de Alastair MacIntyre. En opinión de Sandel, “pensar que el individuo es autosuficiente es un error”, ya que todos vivimos en una comunidad y formamos nuestras convicciones morales “en diálogo con los demás”, como explica Victoria Camps en su Breve historia de la ética.
Esto suena muy abstracto, pero queda más claro con algunos de los ejemplos prácticos que plantea el propio Sandel.
¿Es justo que Messi cobre más que un enfermero?
Nos parezca bien o mal, no nos extraña que un futbolista (o un banquero) cobre más que un enfermero. Y donde decimos “enfermero” podemos poner casi cualquier profesión (incluidos muchos banqueros).
Con este ejemplo, Sandel quiere poner en duda algunos de los presupuestos liberales. Primero, que lo único que realmente importa en los intercambios de mercado es que las decisiones económicas sean fruto solo de intercambios libres. Y, segundo, que los impuestos suponen un robo a los ingresos que hemos ganado sin ayuda de nadie. Incluso, como dice el filósofo Robert Nozick, que cobrar impuestos es equivalente a la esclavitud: si el Estado puede quedarse con parte de mis ingresos, en realidad es como si me obligara a trabajar para él.
En Justicia: ¿hacemos lo que debemos?, Michael Sandel recuerda algunas de las objeciones más habituales a esta línea de pensamiento. La más interesante es la que se refiere a la “suerte”. Los futbolistas (y los banqueros) no han llegado a su posición únicamente por su esfuerzo. Por mucho que hayamos trabajado, no escogemos ni el país, ni la familia en la que nacemos. Ni siquiera podemos reclamar el mérito de ser más o menos inteligentes, o más o menos buenos jugando al fútbol.
Es innegable que Messi ha trabajado y ejercitado su talento, pero el futbolista tuvo la suerte de nacer con estas dotes en una sociedad que las valora y recompensa.
¿Puedo vender un riñón, si es mío?
Si una persona tiene derecho a disponer de su cuerpo como desee, también podría vender un riñón o alquilar su vientre. El primer problema que ve Sandel es dónde poner el límite: si puedo vender un riñón, ¿por qué no puedo vender el segundo, aunque esto suponga mi muerte? Es más, ¿por qué no puedo permitir que alguien me asesine y me coma, si eso es lo que me apetece, y tal y como ocurrió en el caso del caníbal de Roteburgo?
En Lo que el dinero no puede comprar, Sandel presenta dos objeciones. La primera es que estas opciones no son en realidad libres, ya que se aprovechan de la necesidad extrema de los vendedores. La segunda objeción va por otro camino: incluso en una sociedad sin diferencias injustas de poder y de dinero, hay cosas que no deberían estar a la venta. “Los mercados no son meros mecanismos; encarnan ciertos valores”, escribe. El dinero no es un extra que se sume a otras consideraciones: los valores del mercado expulsan el resto de valores, incluidos aquellos que merece la pena salvaguardar.
Ejemplo: en 1993, el 51% de los 2.100 habitantes de la ciudad suiza de Wolfenschiessen respondieron afirmativamente a una encuesta sobre la posible instalación de un almacén de residuos radiactivos. Cuando se les preguntó si lo aceptarían en caso de que, además, el gobierno les ofreciera una compensación económica, el apoyo bajó al 25%. Ya no entraban en juego valores como el deber ciudadano, sino solo el precio.
Es decir, el significado de las donaciones cambia cuando se ofrece dinero. Ya no se participa en una acción generosa, sino que vende un bien a cambio de una tarifa.
¿Deben disculparse los españoles por lo que ocurrió en América hace cinco siglos?
¿Debe el gobierno español pedir perdón por el exterminio en América de hace siglos? ¿Debe el gobierno estadounidense compensar a los descendientes de nativos americanos o de esclavos africanos?
Sandel no niega la responsabilidad individual: cuando alguien comete un asesinato, va a la cárcel esa persona y no todo el país. Pero también escribe en Justicia que el yo no “se puede separar de sus papeles y estatus sociales e históricos”. Hemos nacido con un pasado.
Por ejemplo, supongamos que los antepasados de J. traficaron con esclavos. Sin duda, él no es culpable de lo que hicieran esas personas nacidas hace siglos, pero es posible que los bienes conseguidos en ese momento pusieran a su familia en una situación de ventaja que aún se mantiene. Además, ese tráfico de esclavos podría haber hecho más rico a su país, dándole a J. un punto de partida más ventajoso. Nadie le pide a J. que renuncie a sus posesiones, ni mucho menos, pero sí que tanto él como la sociedad en la que vive reconozcan esta circunstancia que influyó en su origen.
Sandel cree que existen las llamadas “obligaciones de solidaridad”, que son “las responsabilidades que tenemos los unos con los otros como conciudadanos” y que se derivan de que somos “miembros de una familia, una nación o un pueblo, de que compartimos una historia”. También son “parte de lo que somos”. Para lo bueno y para lo malo.
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