Un 1% de la población mundial se encuentra desplazada fuera de su hogar


El joven yemení Saber escribe en inglés cuando lo hunde el desaliento: “Qué ardua y dura es la vida / altibajos en eternos bucles vacíos / de sueños tan dulces a tan amarga realidad / ¿son días criminales o momentos cumbre?”. Sus poemas son una suerte de diario de año y medio atrapado en Nador, capital de la región marroquí fronteriza con Melilla, a donde llegó en junio de 2018, tras dejar su país en guerra, con la intención de entrar en la ciudad autónoma o cruzar el Mediterráneo hacia la costa andaluza. “Vinimos tres hermanos. Dos están ahora en España, yo soy el mayor y el único que no ha conseguido cruzar”, lamenta.

“Ya no somos bienvenidos”, ilustra Abdelgadar, padre sirio de 29 años, sentado en la terraza de un restaurante de comida rápida que da la bienvenida al remodelado paseo marítimo de Nador. Su mujer, Batula, escucha mientras arropa al bebé Abdelbasset, de cinco meses, el menor de una prole de tres hijos nacida en el exilio. Hace un mes, la familia al completo llegó a Marruecos a través de Oujda, en la frontera con Argelia, tras pasar dos años trabajando allí. Llevan huyendo desde 2014, cuando salieron de Alepo hacia Turquía, en plena batalla por el control de la ciudad siria. “Hemos venido aquí para ir a España”, ratifica sin ambages. “Estuvimos hasta 10 horas andando con los niños y, cuando llegamos, no se nos permitió ir a Melilla; no tenemos ningún sitio donde quedarnos o al que volver, estamos atrapados en el medio”, lamenta este sirio.

Compromiso de acogida

España se ha comprometido a acoger, a lo largo de este año, hasta 1.200 refugiados sirios asentados en campos de Líbano, Turquía y Jordania. El objetivo, similar a los que ha ido asumiendo la Unión Europea desde 2015 —con un grado de cumplimiento dispar—, es descongestionar la situación que se vive desde hace más de un lustro en países de Oriente Próximo vecinos a escenarios de conflicto, con más de cinco millones y medio de personas exiliadas. Mientras, al otro lado de la frontera melillense, en la trastienda marroquí, centenares de personas tratan cada día de burlar el cordón de seguridad cada vez más apretado debido a la colaboración entre ambos países.

Batula, de 28 años, ya lleva dos intentos solo en diciembre. La primera vez, trató de cruzar el paso fronterizo de Beni Ensar por sí misma, camuflada entre decenas de marroquíes que cada día hacen cola en la puerta para trabajar o comprar en Melilla. Los gendarmes marroquíes la echaron para atrás en la primera barrera sin pedirle siquiera la documentación. “Me reconocen como siria por mi aspecto, por la misma expresión de mi cara”, dice. En la segunda ocasión, pagó 200 euros por un pasaporte falso que le proporcionó un intermediario. De nuevo, los agentes detectaron la farsa. Otros, como Mohamed Hassan, tuvieron más suerte. Este yemení logró llegar a Melilla para pedir protección tras abonar 4.400 euros a los traficantes, según relata a las puertas del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Melilla.

Esta familia ya se ha dejado en torno a 3.000 euros solo para llegar a Nador, paga 15 euros diarios por el hotel en el que viven los cinco y no tiene más dinero que el que el padre consiguió ahorrar tras dos años trabajando en Argelia. Sus miembros intentan no gastar, porque su única meta es pagar por cruzar la frontera melillense. “Nos aguantamos el hambre, tenemos que guardar el dinero para pagar al intermediario, pero solo nos dan largas”, dice Abdelgadar. “El único trabajo de los contrabandistas es sacarle el dinero a la gente”, les reprocha.

La familia no está registrada como solicitante de asilo en Marruecos: los niños no van al colegio, ni tienen atención sanitaria ni asignación económica que ayude con el alojamiento. Acnur, la agencia de la ONU para los refugiados, ha registrado a más de 5.500 solicitantes de asilo de países de Oriente Próximo hasta mayo de 2019. Más de 5.000 son sirios; el resto, de Irak, Palestina y Yemen. En Marruecos, donde esta entidad colabora con el Gobierno para implementar una política nacional de asilo hasta ahora inexistente, los solicitantes no pueden trabajar legalmente ni casi moverse con libertad. Su estatus no está reconocido y son considerados inmigrantes irregulares. En Nador, uno de los puntos con mayor concentración de refugiados, el organismo ni siquiera tiene oficina y todo debe gestionarse a través de la capital, Rabat.

Mazen, yemení licenciado en Farmacia en India, ha recibido un total de 900 dirhams (90 euros) por llevar un año registrado como solicitante desde que llegó, en noviembre de 2018. “No estamos aquí para depender de la ayuda”, responde Saber, su compañero. “Solo queremos llegar a un país que nos acepte para trabajar y legalizar nuestra situación”, asegura.

La ONU considera el conflicto en Yemen como “la mayor crisis humanitaria de la historia”. El 80% de la población necesita ayuda y hay casi cinco millones de desplazados internos.

Saber tiene contadas las veces que casi logra entrar en Melilla: 63. “Tres de ellas, el mismo día, por el Barrio Chino”, recuerda sobre los primeros intentos a través del paso de Buena Vecindad, por donde cada día cruzan miles de personas dedicadas al porteo, el contrabando transfronterizo permitido por las autoridades españolas y marroquíes. “[Los marroquíes] te detectan, te paran y te dicen que tienes que ir por [el paso internacional] de Beni Ensar”. De los tres hermanos que llegaron en 2018, el más joven sí consiguió escabullirse entre el barullo de la cola apenas una semana después de haberse plantado en Marruecos. El mediano, más atlético, no tardó ni 24 horas en saltar uno de los muros que fortifican el perímetro de Beni Ensar y correr hasta la verja del lado español para solicitar asilo.

“La única forma de llegar a Europa es por Melilla”, asegura el poeta aficionado que encierra la frustración en versos como este: “Como una bestia enjaulada que observa su festín de alimento / no puede cazar lo que definitivamente está allí / una eterna sinceridad tras caminos monumentales / no sustancia el desvanecimiento de las páginas del destino”.

 

Melilla es la cuarta receptora
de demandas de asilo

Solo hasta noviembre, Acnur, la agencia de la ONU para los refugiados registró la llegada a Melilla de más de 800 sirios, 300 palestinos y 200 yemeníes solicitantes de protección internacional. El dato supone más de un tercio de todas las solicitudes presentadas por esos nacionales en España, según las cifras provisionales del Ministerio de Interior. Aunque la llegada se ha suavizado con respecto a 2018, a fin de noviembre de este año, la ciudad autónoma de tan solo 86.000 habitantes enclaustrada en la costa marroquí repite en el cuarto puesto de territorios españoles receptores de solicitudes de asilo, solo por detrás de Madrid (49.323), Barcelona (10.973) y Valencia (4.702) y por delante de Málaga (3.406).

“Ahora hay demasiada presión en la frontera”, explica el joven yemení Saber; “los pasaportes [falsificados] no están funcionando”. La alternativa es saltar el muro, una técnica que los contrabandistas utilizan también para introducir a niños marroquíes en territorio español.

En los últimos meses el evidente refuerzo en el cruce fronterizo de Beni Ensar, en el paso con Melilla, ha complicado estos cruces clandestinos. Y el mar ha dejado de ser una opción, según el joven yemení, porque esta ruta está ahora copada por traficantes que, ante el acoso de la marina marroquí, priorizan a subsaharianos que ni siquiera pueden acercarse a la frontera terrestre.


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