‘Gente normal’: Una historia de amor nunca es sencilla

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Tenía dos trabajos, uno en un restaurante y otro como preparadora para debates universitarios, cursaba un máster sobre estudios culturales estadounidenses en el Trinity College de Dublín, y logró encontrar el tiempo para escribir una novela, Conversaciones entre amigos, que en 2017 cautivó a crítica y público, y la convirtió en una fulgurante estrella literaria. El fenómeno Sally Rooney acabó de fraguarse con Gente normal, su siguiente novela, que publicó apenas un año después y que ahora se edita en español. Se habla de ella como de la primera gran escritora milenial, una suerte de Salinger generación Snapchat. Conversaciones entre amigos está siendo adaptada a una serie de televisión y sus libros son un motivo recurrente en las fotos que miles de sus lectores suben a Instagram. Leer a Rooney y publicarlo en las redes, dicen, se ha convertido en un símbolo de estatus entre los menores de 40. “Me parece gracioso porque yo no uso las redes ni esas aplicaciones aparecen en la trama de mis novelas. El correo electrónico sí, pero eso todo el mundo lo usa, hasta mis padres, no es algo generacional”, comenta una tarde de finales de noviembre en el Hotel Algonquin de Nueva York, el mismo donde Dorothy Parker y su círculo montaron la legendaria mesa redonda.

Aunque estén protagonizadas por veinteañeros del siglo XXI en un Dublín poscrisis, lo cierto es que las novelas de Rooney tienen algo bastante clásico, son historias de amor, en un tiempo en el que cunden la autoficción y las distopías. “La novela en la tradición anglosajona, francesa y rusa dramatiza preguntas sobre el amor y el matrimonio. Así nació y es un género especialmente bien construido para sostener este tipo de dramas. Hoy estas tramas no son las que predominan y no sé muy bien por qué”, reflexiona, y admite que como lectora la experiencia más potente que ha tenido ha sido sentirse arrastrada por las historias de amor de las grandes obras. “No es una respuesta boba, acrítica o superficial a la lectura, sino que es una parte muy importante de los libros de Jane Austen, Henry James o George Eliot”, apunta. “Como lector casi experimentas el amor por cercanía, te enamoras con esos personajes y quieres que acaben juntos. Es un deseo fascinante, porque quieres algo pero no para ti sino para unas personas que no existen”.
En el amor de la pareja protagonista de Gente normal hay ternura y conexión, pero está teñido de dolor y masoquismo, y Rooney explica que más allá de consideraciones o planteamientos políticos, como novelista a ella le interesan temas que son irresolubles. “Los asuntos de clase o género me interesan como persona, pero como escritora busco aquello que no tiene una respuesta sencilla. El dolor físico es parte integral de lo que significa habitar un cuerpo y no sabemos qué tenemos que hacer con él, si aceptarlo o transformarlo. El amor entre un hombre y una mujer, entre un hombre y un hombre o una mujer y una mujer plantea también problemas porque es duro y difícil querer a otras personas y esto no se debe al capitalismo o al patriarcado. Aunque sean parte del problema no lo describen en su totalidad”. Antes, a los escritores se les preguntaba sobre si habían temido la reacción de familiares y amigos ante lo que habían escrito, pero los tiempos han cambiado drásticamente y a la vista de lo que describe Rooney ¿le preocupaba la reacción pública que podía generar que escribiera sobre violencia sexual consensuada en tiempos del MeToo? “Sí, hoy la reacción de amigos y familiares parece algo sencillo de gestionar”, dice y suelta una carcajada. “Incluso como mujer joven escribiendo sobre mujeres jóvenes esa presión está ahí. He recibido críticas porque mis personajes no son un buen ejemplo: están colgadas de hombres y lloran porque no han recibido respuesta a un mensaje. Así es, pero es que yo no quería crear modelos, ni ser ejemplo de nada. Existe esta asunción de que mis personajes tienen que vivir en un universo feminista ideal en el que no internalizan ninguno de los problemas de habitar una sociedad patriarcal, y actúan de forma independiente. Esas no son las novelas que quiero escribir. No quiero caer en estereotipos ofensivos pero quiero tener la libertad de crear personajes femeninos que no sean robots feministas, que nunca hayan cometido errores”.
Hay algo descarado y directo en esta novelista irlandesa de 28 años de apariencia discreta y modosa vestida con una falda de tweed color mostaza y un jersey oscuro de cuello vuelto. Criada en el condado de Mayo como la mediana de tres hermanos en una familia de clase media, este año disfruta de una beca en el Cullman Center de la Biblioteca Pública de Nueva York mientras prepara su siguiente libro, del que ya lleva la mitad escrito. En verano volverá a Irlanda con su novio, un profesor de matemáticas. Rooney es rápida y certera, no solo escribiendo; tiene una notable capacidad para expresar sus ideas con claridad, y habla con entusiasmo y convicción no exentos de ironía. No sorprende saber que destacó como oradora en los debates universitarios y más tarde como preparadora. “Lo que trataba de enseñar es cómo estructurar los argumentos, ver qué es realmente relevante. No se trata de florituras retóricas o de sonar muy elocuente sino de seguir un camino lineal”, explica. ¿Algo parecido a lo que trata de hacer en sus novelas? “En los libros también tienes que discriminar. Podría haber seguido a mis personajes en cualquier conversación mundana pero se trata de ver qué detalles son los que ayuden a comprenderlos. Es duro porque yo amo a mis personajes y siempre me resultan interesantes, así que tengo que ser estricta”.
Las reflexiones sobre el arte y la literatura están presentes en sus tramas pobladas por aspirantes a escritores o poetas performáticos. Marianne en Gente normal analiza a un joven de gusto exquisito que sin embargo carece de principios éticos. “Me identifico con esas preguntas, porque ¿qué sentido tiene el arte? No creo que tenga que ser moral pero me incomoda que no mejore nuestra ética”, responde. La aplicación de juicios morales a la vida de creadores y por extensión a su obra es un tema candente, ¿cuál es su postura? “Me hago esas preguntas, yo también creo cultura y no sabía que esto iba a pasar. No pensé: ‘Oh me voy a portar muy bien por si un día publico’. Y no es que sea un monstruo, simplemente estoy en la media. Me debato sobre si nuestras expectativas morales son diferentes para los artistas que para nuestros familiares, por ejemplo. ¿La responsabilidad es distinta? Encuentro consolador el ensayo de Roland Barthes sobre la muerte del autor. El creador en sí es irrelevante. Me interesan las conversaciones políticas sobre una obra no sobre el autor, no me interesa si está vivo o muerto, si ha sido buena o mala persona”.
Rooney, como su personaje Connell, siente que ha ocupado una posición liminar. “Como novelista el lugar perfecto es estar en el umbral lo suficientemente cerca para observar un mundo sin estar metida en el centro”, sostiene. Como el protagonista de Gente normal, ella también se muestra crítica con el mundillo literario. “No creo que haya nada intrínsecamente superior en la lectura, esa idea de que quienes leen son más inteligentes me parece alienante. Marca una distinción de clase”, afirma. ¿No han perdido influencia y peso los escritores y la literatura? “Ocupan un lugar menos central en la cultura narrativa pero mucha gente lee y a mi me reconocen por la calle”. ¿Siente que el éxito la ha colocado en el centro de ese mundillo literario? “No, apenas conozco a esa Sally Rooney de la que hablan, no tengo que ser ella muy a menudo, solo ahora. Cuando regrese a la biblioteca volveré a estar sola escribiendo”. Se despide camino de su mesa de trabajo comentando que está deseando ver la exposición sobre Salinger de la Biblioteca. De la semana siguiente no pasa.


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