Borrell: “Lukashenko es como Maduro. No le reconocemos pero hay que tratarle”


Contra el puño de hierro de Lukashenko, resistencia cívica. Nastya Gatalova ha reestructurado su horario de trabajo para poder estar cada tarde en la plaza de la Independencia de Minsk. Frente al solemne edificio del Gobierno, una mole blanca de arquitectura soviética, la joven programadora de 23 años agita un cartel en el que se lee con letras redondeadas “Bielorrusia libre”. Y como ella, cientos de ciudadanos han tomado como referencia esa cita fija en la simbólica plaza del centro de la capital bielorrusa para demostrar a Aleksandr Lukashenko que mantienen el pulso. Que pese a las amenazas de que sofocará cualquier protesta y perseguirá a los líderes de las movilizaciones contra su régimen y contra el fraude electoral, el movimiento ciudadano está listo para la batalla a largo plazo. “Puede ser una semana, un mes o más, estoy preparada para salir a las calles todos los días. Es mi país, es mi libertad”, recalca muy seria la joven rubia, envuelta en la bandera blanca con una franja roja que la oposición ha tomado como símbolo.

Pero Lukashenko, que ha mantenido una política de mano dura durante sus más de 26 años en el poder, no solo insiste en que las elecciones que le han garantizado su sexto mandato fueron “cívicas”, sino que aumenta su órdago cada día contra las protestas, que según su discurso se impulsan desde el exterior y son una maniobra de Occidente para derrocarlo. Este jueves, la fiscalía bielorrusa acusó a la oposición de intentar “tomar el poder” y abrió una causa penal contra el consejo de coordinación creado esta semana bajo las órdenes de la líder opositora Svetlana Tijanóvskaya, exiliada en Lituania desde poco después de los comicios al sentir amenazada su familia. Este consejo es una entidad que busca liderar el diálogo hacia una transición democrática. Aunque Lukashenko se ha cerrado de pleno a cualquier discusión.

Ahora están bajo el foco sus líderes: desde políticos de la oposición, artistas, representantes sindicales a la premio Nobel de Literatura Svetlana Alexiévich, una voz muy crítica desde hace años contra el régimen de Lukashenko. El consejo, dice la Fiscalía, quiere “dañar la seguridad nacional de Bielorrusia”.

Lukashenko, que una vez jugó a ser el amortiguador entre Occidente y Rusia y que había explotado bien las cartas de la posición geoestratégica de Bielorrusia, está ahora más aislado que nunca. Ni la oposición, ni gran parte de la ciudadanía —como lo demuestra en las protestas— ni la Unión Europea reconocen el resultado de los comicios, que han desencadenado las mayores movilizaciones de la historia de Bielorrusia.

Y también la mayor campaña de represión, indica Oleg Gulak, de la organización de derechos civiles Comité Helsinki, que teme que Lukashenko ordene una campaña de arrestos y abusos aún mayor. “Su objetivo es sofocar, aplacar y silenciar las voces críticas sea como sea”, dice Gulak. De momento, Lukashenko ha prometido “enfriar algunas cabezas calientes” vinculadas a la oposición y, aunque menos que los primeros días de movilizaciones, ha vuelto a desplegar a policías en las ordenadas y limpias calles de la capital, ribeteadas aquí y allá de emblemas de la época soviética.

Muchos en las principales ciudades del país temen que vuelvan a repetirse las escenas de la brutal represión de las protestas justo después de los comicios, en las que han muerto al menos tres manifestantes. En Minsk, junto a la estación de metro Pushkinskaya, Dasha y Mikola arreglan las flores y las ofrendas que los ciudadanos han ido dejando en homenaje a Alyaksandr Taraykouski, de 37 años, muerto este lunes. “No hay justicia, con este presidente no hay derechos humanos ni libertad”, dice Dasha. El Ministerio del Interior asegura que Taraykouski llevaba un artefacto explosivo y lo iba a arrojar a la policía cuando le explotó. Sin embargo, testigos y distintos vídeos han revelado que el hombre, que llevaba las manos en alto cuando avanzaba hacia las fuerzas de seguridad, fue alcanzado por un disparo o por una granada aturdida disparada a conciencia. No es el único caso. Después de registrar varios heridos de bala, las autoridades bielorrusas tuvieron que reconocer que en la ciudad de Brest utilizaron fuego real contra los manifestantes.

La organización local de derechos humanos Viasna ha recibido al menos dos centenares de solicitudes de ayuda legal por casos de tortura, explica uno de sus responsables, Valiantin Stefanovich. En los cuatro primeras días de protestas hubo unos 7.000 arrestos y cientos de heridos por balas de goma, granadas y porra. Dasha y Mikola también fueron arrestados. “Y nos apalearon, nos vejaron”, dice ella. Pero pese al temor de ser detenidos ambos tienen claro que no es momento de parar. “Ha costado mucho que la sociedad bielorrusa despierte, hay ciertas cosas que ya no van a cambiar pero no podemos dar marcha atrás”, dice Mikola, que prefiere no dar su apellido. Tiene miedo de sufrir alguna represalia en el trabajo, cuenta el hombre, de 37 años, que confía en que el consejo de coordinación de la oposición logrará avances.

Descabezar el movimiento puede tener un impacto, admite el politólogo Pável Úsov, del centro bielorruso de estudios europeos. Gran parte de la oposición de Bielorrusia ya está en la cárcel o, como Tijanóvskaya, en el exilio. Pero lo que mueve los engranajes de las protestas contra Lukashenko es, hoy, un movimiento popular más que una oposición con cimientos y estructuras. Por eso, Úsov confía en que se extienda ese movimiento de resistencia y diálogo. “Pero la sociedad debe fijar el margen de tiempo. Si se prolonga demasiado, golpeará sobre el proceso de cambio”, señala.

En ese ambiente también se hace poco a poco visible la contraparte progubernamental. Desde hace varios días, decenas de personas salen a la calle en distintas ciudades en apoyo del líder bielorruso en manifestaciones o eventos en su mayoría organizados por las estructuras institucionales. Este jueves, decenas de manifestantes pro Gobierno se dieron un paseo por la plaza de la Independencia de Minsk donde se encararon suavemente con los partidarios de la oposición. “No quiero que en mi país se reprima a gente, se les mate en las protestas, se les torture, en el que no podemos elegir a nuestros representantes políticos”, apunta Alexéi Karman, licenciado en Artes de 22 años. “Estas personas que han llegado aquí a apoyar a Lukashenko quizá también quieren su parte de libertad, pero eso es incompatible con una dictadura. Y tenemos un presidente que lleva 26 años en el poder… Creo que es hora de un cambio”.


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