Enfundado en un pijama y con su característica taza de café en la mano, Miguel Ángel Martín se ha acordado de la Semana Santa. “Lo que antes me espantaba, hoy lo echo de menos”, dice mientras añora el gentío, el bullicio, las trompetas, los tambores, el chirrido de los neumáticos en los coches, el olor a incienso, el dolor de riñones, las quejas de las señoras. Y eso que “un Jueves Santo, en Málaga, salir es como ir a la guerra, una cosa espantosa”. Estas palabras forman parte de la nueva entrega del Diario de un confinamiento, una serie de vídeos que el actor malagueño comenzó a subir para divertir a sus amigos y familiares y que se han popularizado a través de Instagram, Twitter y WhatsApp, acumulando cientos de miles de reproducciones en las redes sociales de Martín.
Tras dos décadas en la compañía malagueña Acuario Teatro y participando en proyectos de Pata Teatro o LaPili, Martín ha llegado a los hogares de muchísima gente haciendo pequeños monólogos desde su casa. “Si hubiera sabido esto, en el primer vídeo me hubiera arreglado un poco: al menos un chándal”, cuenta a Verne. En sus pequeños capítulos, de alrededor de dos minutos, desgrana aspectos de su confinamiento, que es el de todos. Las cuatro paredes que nos rodean son el punto en común que convierten sus monólogos en universales.
Son cortos, directos y en ellos trata temas sobre los que todos hablamos estos días en las videollamadas. La sensación de sentir que estás haciendo algo mal por caminar por la calle mientras vas camino a la compra, los constantes tutoriales para lavarnos las manos, las gafas empañadas al llevar la mascarilla o las citas en los balcones. “Ayer, me parece, hice una cacerolada a los de sanidad y aplaudí al rey”, relataba desde su terraza en otro de sus vídeos. “¿En vuestro barrio también empiezan a aplaudir a las 19:57? ¿Pero no hemos quedado a las 20:00?”, se preguntaba también con humor desde el que se ha convertido en un diario con miles de seguidores.
Su primer vídeo de este Diario de confinamiento surgió poco después de arrancar el estado de alarma, cuando reflexionó sobre la inmensa cantidad de planes de ocio que le estaban llegando. En él, relataba sus planes del día: una visita virtual al Museo del Prado, dar clases de yoga por Skype, ver dos obras teatrales por streaming, aplaudir a los sanitarios, cantar Sobreviviré en el balcón y acabar en la terraza con un karaoke vecinal. “Creí que me iba a aburrir y lo que estoy es sobreexplotado”, relataba aquel 16 de marzo, cuando sentenciaba: “Dejadme tranquilito, que hasta Netflix me está echando de menos”.
“Era lunes, estaba de bajón, hacía mal tiempo, todo era negativo… Y pensé en que igual había que dar un toque de humor a todo esto. Así que lo hice, con la única intención de entretener a mis allegados, para que se rieran un poco”, recuerda el malagueño. Pronto entendió que ese día había algo diferente: la cifra de reproducciones y likes del vídeo era más alta de lo habitual. Más tarde, alguien lo descargó y distribuyó por WhatsApp. Corrió como la pólvora entre teléfonos. Por la tarde llegó la guinda inesperada: Arturo Pérez-Reverte retuiteó el vídeo a sus dos millones de seguidores. “Maravillosa España de toda la vida. Que esto no lo perdamos nunca. La guasa”, decía el escritor. Fue el empujón definitivo.
“No tenía ningún propósito de hacer más vídeos ni nada, pero la gente me animó a seguir. Yo no puedo subirme a cantar a los vecinos o hacer mascarillas, así que quizás este sea mi camino: entretener a la gente durante la cuarentena”, cuenta Martín, que desde entonces ha subido una quincena de vídeos a Instagram, Twitter y Facebook.
¿Y cómo graba los vídeos? ¿Cuánta preparación tienen? El actor asegura que no usa guion y que esa es la clave de la naturalidad. “Hay días que tengo alguna idea previa, pero en otros me surge un poco sobre la marcha”, cuenta. Siempre graba por la mañana, a la hora del café, con su taza habitual y su pijama real. No hay vestuario, tampoco un escenario prefijado. Casi siempre habla desde la cocina de su piso en el barrio del Molinillo -a un paso del centro de Málaga-, donde está confinado junto a su pareja. Otras veces sube a la terraza. Jamás repite la toma salvo que se le haya escapado algún taco. “Estoy haciendo un humor blanco, para todos los públicos”, explica. No revisa lo grabado. “Jamás me veo: si lo hiciera quizá no lo colgaría porque no me gustaría un gesto, tal palabra o cualquier otra cosa”, afirma. Luego sí que se encuentra con sus vídeos cuando consulta las redes sociales. “Y me parece todo un horror”, sentencia.
El malagueño asegura que uno de los secretos para superar mejor el confinamiento es pensar en el presente, saber que cada día que pasa es uno menos. De paso, casi prefiere no pensar en el futuro. “El panorama del teatro es desolador”, afirma. Cree que la temporada está prácticamente perdida, pero se muestra optimista y piensa que, si tras la cuarentena la gente no se atreve a ir a los teatros, el teatro tendrá que salir a la calle. “Habrá que llenar las plazas de los pueblos, actuar en auditorios al aire libre. Este arte lleva miles de años reinventándose, ¿por qué no lo va a hacer una vez más?”, opina. ¿Será este personaje también para él una oportunidad laboral en el futuro? “Pensar ahora en sacar rédito a esto me parece obsceno: me basta con conseguir un par de sonrisas. Pero es cierto que quizás al personaje lo pueda explotar en el futuro, ya veremos”, concluye. De momento, y mientras dure la cuarentena, seguirá con su divertido diario.
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