El trabajo documental de Ai Weiwei (Pekín, 63 años) se basa en la convicción de que al mundo occidental todavía le cuesta entender el funcionamiento del asombroso crecimiento de la nueva superpotencia global: China. La gestión de la pandemia representa un ejemplo evidente: los testimonios y las imágenes del confinamiento del primer epicentro del virus, Wuhan, son escasos y también se desconocen los reales efectos causados en los ciudadanos comunes. Por esa razón, el artista más crítico con el régimen, exiliado en Europa desde 2015, se ha apoyado en una red de colaboradores cuyo objetivo ha sido describir las paradojas del Gobierno de Xi Jinping y lo que él mismo define su “brutal eficiencia”.El resultado es Coronation, un documental de dos horas lanzado el 21 de agosto en la plataforma Vimeo, que Weiwei ha dirigido remotamente desde Cambridge (Inglaterra), donde vive actualmente, seleccionando el material que sus asistentes han grabado diariamente en Wuhan (más de 500 horas de video). Un relato que intenta ofrecer una visión exhaustiva de lo que ha ocurrido: “El principio más importante del sistema chino es mantener la estabilidad y alinearse con la propaganda del partido. Por lo tanto, se puede entender fácilmente que China es incapaz de decir la verdad, ni en el pasado, ni en el presente, ni en el futuro”, dice por correo el también activista, encarcelado 81 días en 2011 por supuesta evasión fiscal.Coronation empieza y termina con el confinamiento. El 23 de febrero una pareja vuelve a su casa en Wuhan, tras pasar por los rígidos controles de la policía, y encuentra sus peces sin vida; el 8 de abril una persona quema papel moneda como tradicional ofrenda a los muertos. En el medio, se contraponen por un lado la eficacia de la respuesta gubernamental y por el otro las repercusiones psicológicas en la sociedad civil. A veces esto coincide con dos visiones opuestas del mundo, como ejemplificado en el largo diálogo entre una madre exfuncionaria del Partido Comunista y su hijo, más escéptico sobre el régimen: “Las personas pueden mover montañas cuando trabajan juntas. Juntos podemos luchar contra cualquier problema. No es así en otros países”, dice en el documental la anciana señora para defender el sistema.La cámara logra entrar en los hospitales construidos con increíble rapidez para enfrentar la pandemia. En una larga secuencia, un médico camina por los pasillos de estas estructuras por cuatro minutos antes de llegar a su vestuario, donde es guiado por una voz a través de cámaras de seguridad. Sin embargo, detrás de estos logros hay también personas que tras su contribución quedaron abandonadas. La historia de Meng Liang es la más desgarradora del documental. Había acudido a Wuhan para ayudar a montar un hospital pero acabó atrapado sin poder salir de la ciudad por dos meses, en los que su casa fue un garaje y la cama su coche.“Cada día navegó en una burocracia kafkiana, buscando algo que le permitiera volver a casa para pagar sus deudas. Finalmente retornó a Henan [donde vivía], pero sin dinero”, cuenta. Los problemas económicos, que la familia de Liang no pudo resolver, empujaron al trabajador a ahorcarse. “Esto es trágico, pero refleja las condiciones del chino promedio. Antes de volver de Wuhan, él y sus colegas se prometieron que, si alguien hubiera muerto por ese impredecible virus, otro llevaría las cenizas a su casa”, añade.Para el director del documental en el mundo actual ya no tiene sentido preocuparse de la opinión internacional, aunque China parece obsesionada en cuidar su imagen exterior y en mantener el control interno. En una de las escenas finales de Coronation, una mujer recoge las cenizas de un ser querido y se aleja acompañada por un funcionario del Gobierno que la invita a ser fuerte y a no llorar, para que su estado de ánimo no afecte a los demás. Algo parecido le sucede a Zhang Hai, que busca desesperadamente recoger los restos de su padre sin ser controlado. Su denuncia le ha costado caro: “Las cenizas del padre no les serán devueltas nunca, porque ha expuesto su situación a los medios. Nunca recibirá los 500 dólares de compensación previstos por el estado”, zanja Weiwei.La creciente influencia de China ha complicado los planes del artista de presentar la película en algún festival internacional. Venecia, Toronto y Nueva York ya la han rechazado, también Netflix y Amazon. “Los festivales están tan preocupados que ya no son plataformas por el libre pensamiento, ya no promueven la humanidad, sino que han caído en el pozo de la comercialización. No hay diferencia entre un festival y un mercado de verduras, aparte por el hecho de que al festival le importa quién es el comprador y de dónde viene”, sostiene, criticando la importancia ganada por “el entretenimiento estúpido”.La visión de Weiwei sigue siendo pesimista. La reacción tardía del Gobierno chino, parecida a la que hubo con la SARS en 2003, demuestra que “se repite la misma rutina que antes”. Así que “lo que ha ocurrido en el pasado puede ocurrir en el futuro”, porque el ser humano difícilmente aprende de sus errores: “Si caminas por las calles de Londres o Berlín, te parece como si nada hubiera ocurrido. La única diferencia que podrías ver es alguien que todavía lleva una mascarilla dentro de una tienda. La gente está tan metida en su estilo de vida que eso determina su pensamiento. Yo pienso que no ha habido algún cambio importante intelectual ni en el comportamiento humano. El capitalismo debería desaparecer, porque daña la humanidad y la lleva hacia el suicidio”.
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