‘Abeconomía’ tras Abe

Varias personas caminan por el distrito financiero de Tokio.
Varias personas caminan por el distrito financiero de Tokio.KIMIMASA MAYAMA / EFE

Corre 2012 y el rostro del candidato Shinzo Abe aparece en todas las pantallas, repitiendo como un mantra su mejor baza electoral: “¡Abeconomía!”. Hace dos semanas, el mismo rostro aunque mucho más envejecido anuncia su dimisión. Entre medias quedan ocho años y medio en los que el todavía primer ministro inició una ambiciosa renovación que no ha podido llevar a término. La culpa no es suya: la pandemia y una dolencia intestinal crónica han arrasado con cualquier previsión. Ahora, Japón necesita un nuevo líder y un nuevo plan.

De entre la incompleta obra política de Abe, su programa económico destaca como el pilar más sólido. La Abeconomía con la que arrasó en las urnas se basaba en “tres flechas”: expansión monetaria, consolidación fiscal y reformas estructurales. Su propósito era reactivar un modelo anémico y, en parte, lo logró: el país eludió el lastre de la deflación y experimentó su segunda etapa de expansión más prolongada en medio siglo. “El balance es intermedio”, apunta por teléfono Sayiru Shirai, profesora de Administración Pública en la Universidad de Keio. “Si tomamos como referencia la evolución del PIB real, la media anual de su mandato ha sido del 1% [de crecimiento] cuando el objetivo era del 2%. El 2% de inflación tampoco se ha alcanzado. Pero se han logrado otros avances”.

“Abe ha sido un reformista que ha cosechado éxitos en varios frentes, como impulsar la incorporación laboral de las mujeres, propiciar una apertura a la inmigración y reducir el desempleo; aunque hayan contribuido condicionantes cíclicos favorables”, apunta Marcel Thieliant, economista de la consultora Capital Economics. “La política de estímulos que siguió a su primera victoria en las urnas fue probablemente su mayor acierto”. Esta glosa incide en un detalle relevante: de las tres flechas de la Abeconomía, solo la primera, la expansión monetaria, ha dado en la diana.

En su primera legislatura Abe nombró como gobernador del banco central, el Nippon Ginko o Banco de Japón, a Haruhiko Kuroda, quien comenzó una campaña sin precedentes de expansión cuantitativa y cualitativa. Gracias a ello, la cotización del yen se redujo, lo que dio un respiro al sector exterior, y permitió que el índice Nikkei 225 volviera a sobrepasar la barrera de los 20.000 puntos en 2015 tras hundirse por debajo de los 10.000 tres años antes.

Las otras dos flechas, sin embargo, se han quedado muy atrás. “La reforma fiscal apenas ha sucedido. (…) Y las reformas estructurales son aún menos evidentes”, apuntaba un informe reciente de Natixis. “La política monetaria por sí sola no puede devolver a Japón a una senda sostenible de crecimiento e inflación, tal y como Abe prometió”.

En opinión de Shirai, esto subraya el gran desafío que encara la economía nipona hoy. “El banco central es el mayor inversor en Bolsa. Esto es algo muy extraño: el Banco Central Europeo, por ejemplo, asiste por medio de la compra de bonos, pero no acciones. La pregunta es qué sucederá cuando el Banco de Japón reduzca su política de expansión cuantitativa. Ese es el mayor problema de la Abeconomía”, apunta.

Este desequilibrio se ha acelerado a causa de la pandemia. El Gobierno anunció en abril y mayo sendos paquetes de estímulos, movilizando una cantidad total equiparable al 40% del PIB, una de las reacciones monetarias más contundentes del mundo. Las medidas se han sostenido con el apoyo incondicional del Nippon Ginko y recurriendo a una colosal deuda pública. Esta se elevaba antes del comienzo de la crisis sanitaria a cerca del 240% del PIB, y las autoridades han dado margen para que crezca al menos otros veinte puntos porcentuales más. Los mercados de momento se muestran optimistas, pero semejante cifra podría acabar siendo una losa para generaciones futuras.

El estallido de la covid-19 ha hecho mella en las cuentas. En el segundo trimestre el PIB registró su mayor caída en siete décadas, con un -7,8%, lo que agrava la recesión provocada por una polémica subida de impuestos en octubre del año pasado y que ya deja tres periodos consecutivos en números rojos. A causa de esto, la economía ha desandado casi todo el camino. Los últimos resultados reflejan una producción 41 billones de yenes (327.000 millones de euros) inferior a la del trimestre previo. El total de 485 billones (3,86 billones de euros) registrados están por debajo de los 498 del último trimestre de 2012, cuando Abe tomó las riendas. Desde una perspectiva anual, su descenso (-28%) ha sido inferior al de Estados Unidos (-32%) o al de la Eurozona (-40%), aunque responde a muchos menos casos de contagio (apenas 70.000, frente a los 6,5 millones en EE UU y 2,5 millones en la UE), unas medidas de distanciamiento social menos restrictivas y el mayor paquete de estímulos del mundo en términos porcentuales.

La evolución de la pandemia es una de las claves que explica la decisión de Abe. “Los contagios están descendiendo, pero el virus volverá a crecer en otoño, por lo que es un buen momento para dar un paso al lado (…). El país necesita ahora un líder sólido”, sentenció. Todo apunta que esta persona será Suga Yoshihide, actual secretario jefe del Gabinete, quien según medios locales se habría asegurado un apoyo mayoritario antes de anunciar su candidatura. El Partido Liberal Democrático apostará por él para mantener una política continuista hasta completar el mandato actual, que expira en septiembre de 2021, momento en el que revaluará su liderazgo de cara a las próximas elecciones.

Llega la ‘Sugaeconomía’

Suga ha sido uno de los responsables de la implantación de la Abeconomía, la cual cuenta con el apoyo popular: un 73% de los japoneses, según una encuesta de Nikkei Asian Review. “Quiero mantener la Abeconomía y fortalecerla”, declaró él mismo a principios de este mes. De salir victorioso en las primarias, mantendrá la expansión cuantitativa y los estímulos. Quizá la única diferencia con respecto a Abe resida en la fórmula para evadir la deflación: Suga se ha distanciado de los ideólogos que abogan por un incremento del gasto público, a favor de los que se inclinan por medidas como la subida del salario mínimo. Aunque los otros dos contendientes, Shigeru Ishiba y Fumio Kishida, han hecho énfasis en cuestiones alternativas para diferenciarse del favorito, lo cierto es que no se esperan bandazos.

Gane quien gane, la primera prioridad a corto plazo pasará por gestionar la respuesta al virus. Lo más probable es que el Gobierno, con el apoyo del banco central, siga apostando por los estímulos hasta que la pandemia esté bajo control. “Las perspectivas son alentadoras. El sistema de salud ha resistido y el país no ha tenido que reimponer cuarentenas. Su economía no es muy dependiente del turismo ni de la inmigración, por lo que la clave será calibrar hasta qué punto los estímulos se mantendrán en vigor”, explica Thieliand. Capital Economics augura que en el tercer trimestre del año el PIB crecerá un 4,5%, aunque con una caída anualizada del 3%, y cerrará la media anual con un descenso del 5,3%.

Una vez superado este primer escollo, el nuevo primer ministro deberá avanzar a partir de la renovación iniciada por Abe. Será el momento de encarar problemas a largo plazo, como la evolución demográfica de un país cada vez más envejecido. El candidato favorito ha apuntado en repetidas ocasiones la importancia de “actualizar el sistema de seguridad social”, así como seguir abriendo Japón a la inmigración. La semana pasada ya adelantó la necesidad de elevar el IVA en el futuro próximo. Así el último legado de Abe, la Abeconomía, dejará paso a la Sugaeconomía.


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