Un estudio de la universidad canadiense British Columbia publicado el pasado mes de julio en la revista Journal of Gerontology: Psychological Sciences señala que los mayores de 60 años se vieron menos afectados emocionalmente que los adultos más jóvenes durante el peor momento de la pandemia provocada por el coronavirus. Esta afirmación podría chocar con la idea generalizada de que las personas mayores han sido las más vulnerables frente a la covid-19, y no solo desde el punto de vista de la salud.
Desmiente esa teoría Guillermo Fouce Fernández, del Colegio de Psicólogos y coordinador de Psicología sin Fronteras: “Solemos tener la idea estereotipada de que la vejez es una época en la que todo va a peor. Tenemos una visión estigmatizadora, con visiones negativas. Es lo que conocemos como edadismo que, en muchas ocasiones, es asumido por los propios mayores”. Pero esta idea no se corresponde con la realidad. “Con la edad decrecen o se ralentizan algunas funciones, que se ven deterioradas por el paso del tiempo. Pero otras son mejores porque la experiencia y la madurez juegan como factores determinantes”, asegura el psicólogo. Y pone un ejemplo: “Las personas mayores son más serenas a la hora de enfrentarse a la incertidumbre y tienen mejores respuestas porque ya poseen patrones a los que recurrir para marcarse un plan de acción, algo clave en situaciones de crisis e incertidumbre” como la que está suponiendo la crisis sanitaria del coronavirus.
Salvador Tranche, presidente de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (semFYC), está de acuerdo en la importancia de la experiencia para saber gestionar situaciones de crisis como el confinamiento o la nueva ola de contagios. Aunque él señala más motivos por los que los mayores demuestran más fuerza emocional: “Hay tres razones. Por un lado, la historia reciente de nuestro país. Los más ancianos vivieron una situación trágica en la guerra y la posguerra, en la que sufrieron una hambruna. Es decir, su experiencia previa les ha ayudado a gestionar mejor una situación tan dura. Por otro lado, han tenido mucho miedo: sabían que debían ser estrictos con las normas y las han acatado de una manera estoica. Pero también creo que ha influido el hecho de que muchos de ellos han tenido un gran soporte emocional por parte de sus médicos de familia. Muchos tienen patologías crónicas y les hemos estado llamando con frecuencia, una o dos veces a la semana. De paso, les dábamos soporte emocional”.
En efecto, contar con apoyo social ha sido esencial para sobrellevar la situación. Precisamente en ese sentido, Tranche se refiere a lo duro que les ha resultado a muchos ancianos el aislamiento social y emocional al que se han visto sometidos durante el confinamiento y aún hoy. “Por ejemplo, en las residencias, en muchas de las cuales todavía no pueden ser visitados por sus familiares. O para aquellos con cierto grado de dependencia, cuyos hijos han sido muy estrictos y apenas han ido a verlos o les han dejado la compra en la puerta de casa. Es cierto que lo han hecho por su seguridad. Pero a veces un abrazo es tan necesario y protector como la propia protección”.
Ese es un hecho cierto, aunque muchos mayores están acostumbrados a vivir en soledad. Lo saben bien los miembros de la ONG Grandes Amigos, que han realizado una importante labor de acompañamiento (en torno a 1.000 personas) durante el confinamiento y han detectado posibles situaciones de riesgo de soledad en ancianos. José Ángel Palacios Merino, coordinador de Comunicación de la organización no gubernamental, señala: “Aunque estén invisibilizadas socialmente, muchas personas experimentaban previamente una especie de aislamiento: ya salían poco de casa debido a problemas de salud y movilidad, o directamente no salían. Situación que combinaban con factores como la dependencia, precariedad económica con pensiones bajas, red de apoyos muy reducida, viviendas no accesibles, etcétera”.
Por eso, Guillermo Fouce aclara que ese bien estar emocional se produce una vez están cubiertas otras necesidades fundamentales, como son “la salud y contar con recursos dignos para vivir”. La situación no ha dejado de afectarles, tal y como indica el presidente de semFYC: “El impacto económico, la crisis, la pobreza que se avecina… En nuestro país hay muchas familias que dependen de los recursos económicos de los abuelos”.
Palacios Merino se muestra de acuerdo: “Más que no salir de casa. Les ha producido más inquietud el miedo social al contagio y a sus consecuencias. Sobre todo las económicas. Y, más aún, teniendo en cuenta que en la anterior crisis económica (2008) con frecuencia se convirtieron en el sostén económico de sus hijos y sus nietos…”. Y concluye: “A pesar de todas esas preocupaciones, su resistencia emocional ha sido ejemplar. Las personas de más edad han sabido sobrellevar y relativizar mejor el confinamiento, dando una lección de resiliencia, prudencia y sentido común”. Está claro: aún tienen mucho que enseñar.
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