La primera víctima fatal del coronavirus en el Estado de Río de Janeiro, y una de las siete en Brasil hasta este jueves, ha sido una mujer de 63 años, empleada en la casa de una familia que había regresado días atrás desde Italia. La señora se sintió mal el domingo, fue al hospital público de su ciudad, Miguel Pereira, el lunes, y murió el martes, el mismo día en que se hizo el test por Covid-19. Este jueves se confirmó el positivo. Su nombre no fue divulgado, pero ya se sabe que fue contaminada por su empleadora, según la Secretaria de Sanidad de Rio de Janeiro. “Si hubiéramos tenido la información de que ella estaba infectada, quizás hubiéramos cambiado la historia”, le dijo a la red de periodismo Agência Pública Sebastião Camargo, director del hospital que atendió a la víctima.
Su muerte demuestra cómo la pandemia de coronavirus que ahora afecta a Brasil expone, entre muchas otras cosas, que quienes trabajan para familias ricas están bajo grave riesgo en Brasil, tanto en lo sanitario como en lo económico. Siete millones de mujeres ocupan esta posición en una sociedad que arrastra la herencia de la cultura esclavista que duró hasta el siglo XIX, de tener empleadas en las casas. Muchas de ellas trabajan sin contrato.
La semana pasada, el periódico O Globo, relató la solución a la que habían llegado un empresario de Río de Janeiro y su esposa, diagnosticados con el coronavirus. Desoyendo recomendaciones de especialistas, no permitieron que la empleada doméstica se quedara en casa, quien tuvo que ir a trabajar “con un delantal, guantes y cubrebocas”. La noticia impulsó un movimiento en las redes sociales para decir lo importante que era no solo permitir que estas mujeres no fueran a trabajar, sino también seguir pagándoles su salario.
Ana (nombre ficticio) trabaja por día limpiando casas. Tuvo esa oferta de una de las personas que la contratan. Le seguirá pagando, le dijo su empleadora, y cuando la crisis pase ya podría compensar las horas. Pero fue el único que le hizo esa propuesta. “En una de las casas donde trabajo los lunes y los viernes me dijeron que no tenía que ir, pero que no tenían cómo pagarme”, explica.
Cynthia Saguie, que vive con una hija adolescente y está en teletrabajo, se sensibilizó con la empleada que va dos días a la semana a su casa desde hace muchos años. “Ella viene en transporte público, aunque no venga le pagaré los dos días a la semana”, dice. No contar con un contrato y tener poca protección social también significa depender de esa solidaridad en una situación atípica como la crisis de coronavirus.
Sin embargo, este lunes, muchas empleadas seguían yendo a trabajar, en buses o trenes todavía llenos – muchas viven en ciudades ‘dormitorio’ en la región metropolitana —, sin que los empleadores parezcan darse cuenta de que estas mujeres pueden ser una fuente de contagio o pueden contagiarse y que, además, tienen menos redes de protección que sus patrones. La mayoría depende de la sanidad pública para cualquier emergencia, a diferencia de sus empleadores.
Las personas sin contrato laboral formal suman 38 millones de personas y representan casi la mitad de la fuerza productiva de Brasil. En plena crisis, la mayoría tiene que elegir entre trabajar y exponerse al virus o seguir las recomendaciones de cuarentena y no tener dinero a fin de mes. Este miércoles, el Gobierno anunció que les pagará 200 reales (38 dólares) por mes para que tengan lo mínimo para comer.
El coronavirus en las favelas
Brasil tiene problemas aún más profundos, como las favelas, verdades ciudades irregulares sin infraestructura urbana adecuada. Para los que viven en callejones cerrados, sin alcantarillado o con un suministro de agua de baja calidad, junto a otros cientos de vecinos en la misma situación de exclusión social, mantener la distancia y seguir las orientaciones de higiene son tareas difíciles.
“Muchos residentes del Complexo do Alemão se quejan de que no tienen suministro de agua y, por eso, no pueden prevenirse contra el coronavirus. No hay alcohol en gel en las farmacias ni en los supermercados”, informa en su perfil de Twitter el periodista Rene Silva, fundador de Voz das Comunidades, un periódico distribuido en las favelas. Una vecina, Renata Trajano, respondió con otro relato: “Donde vivo, [el agua] solo cae dos veces por semana, por la noche y con la ayuda de una bomba. ¿Cómo te lavas las manos? No he encontrado alcohol en gel en ninguna parte, tengo a una madre de 80 años y necesitamos mantenerlo todo limpio”.
Este lunes, la etiqueta #COVID19NasFavelas mostraba en las redes sociales relatos y análisis sobre la vulnerabilidad de los residentes de los barrios marginales, en su mayoría negros. Como factor agravante, hay extranjeros que visitan constantemente las favelas, la mayoría de ellos procedentes de países más infectados por el coronavirus. En la Rocinha, donde viven más de 70.000 personas, la asociación de residentes ha solicitado que se prohíba la entrada a los turistas.
El activista Raull Santiago, fundador del colectivo Papo Reto y también residente del conjunto de favelas Complexo do Alemão, explicó a través de su Twitter que “los consejos sobre prevención e intentos para prevenir la proliferación de la COVID-19 son muy importantes, pero insuficientes cuando no contemplan la realidad de una gran parte de la población del país”. Sobre el hecho de lavarse bien las manos, Santiago recuerda que el agua no siempre está disponible. “Ahorramos agua no solo por conciencia, sino también para sobrevivir. No podemos lavarnos las manos todo el rato. Ah, en mi casa viven seis personas. Todavía estamos luchando por el derecho a tener agua aquí”, afirma. Sobre la cuarentena, dice que es imposible seguir las recomendaciones como si fueran típicas familias tradicionales. “Las casas están pegadas unas a las otras, hay casas que tienen solo dos o tres habitaciones para seis personas. ¿Cómo lo hacemos? ¿De qué nos sirven estos consejos de prevención?”, pregunta.
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