El mes pasado registró buenos indicadores el mercado de trabajo. Pero no es probable que el descenso del paro y el aumento en la creación de empleo conformen una tendencia que deje atrás rápidamente los diversos daños que en la cantidad y calidad del empleo está dejando esta pandemia. España seguirá diferenciándose de forma adversa frente al promedio de Europa en estos indicadores tan sensibles al bienestar de la mayoría de la gente.
El descenso del paro registrado, en 26.319 personas, es el mejor en un mes de septiembre, como lo es el crecimiento del empleo, determinando un aumento de la afiliación a la Seguridad Social en más de 84.000 personas. Se ha recuperado una parte del empleo perdido durante la pandemia. El número medio de afiliados ha sido de 18,9 millones de ciudadanos.
Esa valoración favorable se nubla al observar que durante ese mes salieron menos personas de los ERTE —quedan todavía 730.000—, cuya colocación será difícil. El ritmo de recuperación del crecimiento económico tampoco permite atisbar la luz. Los mismos factores que explican la vulnerabilidad de la economía española, en especial una estructura productiva muy dominada por aquellos servicios más afectados por la inmovilidad física, como el turismo y el transporte, o un censo empresarial dominado por microempresas, sin capacidad de respuesta suficiente, seguirán condicionando la recuperación del crecimiento económico y del empleo.
A diferencia de otros países, las finanzas públicas apenas disponen de margen de maniobra para seguir compensando los daños de la crisis. Mucho menos para estimular el consumo de las familias o la inversión empresarial. La recuperación también pasa, en mayor medida que en la mayoría de las economías de la eurozona, por aprovechar los flujos de inversión provenientes del exterior. Desde luego aquellos asociados al plan de recuperación de la UE, pero también los de la inversión extranjera directa: en ambos casos, la exigencia es proyectar confianza, en su más amplia acepción.
Confianza en que la salud está garantizada, que sin seguridad sanitaria no hay seguridad económica: el turismo no levantará cabeza, ni se renovará el atractivo a la inversión extranjera. La confianza tiene que proyectarse también en la capacidad de los profesionales de la política para priorizar reformas modernizadoras, compatibles con la garantía de la salud y el bienestar de los ciudadanos, frente al dominio permanente de la confrontación. El empeño por la concertación del que está dando muestras la ministra de Trabajo y los agentes sociales es una muestra de lo necesario. La estigmatización de Madrid como lugar para el mundo de los negocios internacionales es la consecuencia de la opción alternativa.
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