Johnson busca recuperar la confianza de su partido con un mensaje económico triunfalista


Como un Sancho Panza arrepentido (“estaba demasiado gordo”, ha dicho) y un Quijote recién salido de la melancolía, Boris Johnson ha prometido a los británicos un futuro de molinos de viento para superar la devastadora crisis de la covid-19. El primer ministro ha presentado este martes el manifiesto del Partido Conservador. Sin afiliados que jalearan sus palabras, Johnson se ha esforzado en dar un tono triunfalista a su discurso desde la frialdad de un plató televisivo. La pandemia ha impedido un congreso anual en condiciones.

En el momento más bajo de su popularidad, y con unas finanzas públicas cada vez más esquilmadas, la única alternativa a la vista era redoblar la apuesta. “La misión de este Gobierno no puede reducirse a la mera recuperación de la normalidad”, ha dicho Johnson. Más de 170.000 millones de euros (sin especificar cuántos de ellos públicos o privados) destinados en la próxima década a impulsar la energía eólica, para que en 2030 todos los hogares británicos obtengan su electricidad de esta fuente renovable. “Lo que supone el petróleo para Arabia Saudí, es el viento para el Reino Unido. Una fuente prácticamente ilimitada, pero en el caso de la energía eólica, sin las emisiones de carbón ni el daño al medio ambiente”, ha anunciado.

Más allá del momento elegido para renovar su promesa electoral de una “revolución verde”, el plan expuesto por Johnson ha sido bien recibido por las organizaciones medioambientales, y encaja en la evolución de una realidad ya consolidada. El Reino Unido ya es una potencia líder en energía eólica, con un amplio número de estaciones marinas que ya han logrado reducir su coste y aumentar su eficacia. La capacidad potencial actual es superior a los 10 gigavatios (10.000 millones de vatios). La promesa del primer ministro de elevar el objetivo para 2030 de los 30 a los 40 gigavatios entra dentro de los márgenes alcanzables. “Un objetivo así requerirá que el Parlamento se active. Ahora necesitamos ver cómo el entusiasmo renovado del primer ministro es capaz de derribar todas las barreras a las que se enfrenta la energía eólica marina”, ha dicho John Sauven, el director ejecutivo de Greenpeace Reino Unido.

Johnson ha utilizado su ingreso en la UCI por culpa de la covid-19, a finales de marzo, como metáfora y señal de alerta de los males que aquejan al Reino Unido. “He leído muchas tonterías sobre el modo en que la enfermedad me había robado la magia. Simplemente estaba demasiado gordo, y ya he perdido 12 kilos”, ha dicho. “Este país padece algunos problemas crónicos. Lleva mucho tiempo sin solucionar un importante déficit en formación y capacidades laborales, tiene una infraestructura de transporte inadecuada, una falta de viviendas para que la gente -especialmente los jóvenes – pueda comprar, y muchas personas en todas partes que se sienten abandonadas por el Gobierno”.

Las palabras de Johnson, sin embargo, no iban tanto dirigidas al público británico como a un Partido Conservador que está perdiendo a pasos agigantados su confianza en un político destinado a cabalgar la ola del Brexit y que se ha visto desbordado por la tormenta de la pandemia. Por eso ha recuperado el tono épico de Winston Churchill que, en los últimos meses, había abandonado: “Seremos como los que, en el abismo de la Segunda Guerra Mundial, cuando todo había salido mal, fueron capaces de diseñar la visión de una Nueva Jerusalén posbélica que querían construir”. Y por eso también, Johnson ha cargado las tintas contra la oposición laborista, y contra su nuevo líder, Keir Starmer, que ha conseguido acorralarle por su fallida gestión de la pandemia.

En el mejor tono thatcheriano de un Gobierno que, por culpa del virus, se ha visto obligado a endeudarse hasta las cejas, Johnson ha acusado a la izquierda británica de una desconfianza perpetua hacia el sector privado y de no ofrecer más soluciones que acudir a “Papá Estado” (Uncle Sugar, ha dicho Johnson, el término coloquial para referirse al Estado del bienestar). “Debemos dejar muy claro que llega un momento en el que el Estado dé un paso atrás y deje que sea el sector privado el que siga adelante con la tarea. Tengo un mensaje muy simple para aquellos laboristas que piensan que todo puede ser financiado por el contribuyente. No fue el Estado el que fabricó los nuevos fármacos o inventó nuevas terapias. No será el Estado quien tenga la propiedad intelectual de la vacuna, si acaba llegando. Ni el que fabricó a toda velocidad mascarillas o respiradores. Fue el sector privado, con su lógico interés en innovar, competir, y sí, en vender”, ha dicho un primer ministro desafiante.

Los próximos meses demostrarán si Johnson ha recuperado realmente “su magia”. Las millonarias ayudas para los ERTE dejarán de estar en vigor a finales de octubre, y el nuevo paquete de ayudas para hacer frente a las consecuencias económicas de la pandemia son apenas una mínima parte de la generosidad que supuso el primer plan de emergencia. De momento, el primer ministro ha demostrado una vez más su habilidad para poner una vela a Dios y otra al diablo (o como dijo en su momento, “soy partidario de quedarme con el pastel y de comérmelo a la vez”). El mismo político que hace años se mofó de las fuentes renovables y sugirió que la energía eólica sería incapaz de “levantar la fina capa que cubre un puding de arroz” se presenta ahora como el campeón de la revolución verde. Y el mismo primer ministro que no ha dudado en imponer duras medidas de distanciamiento social para intentar frenar la segunda ola del virus, no ha dudado tampoco en declararse harto de “una enfermedad que no solo ataca a los seres humanos, sino a las mejores cosas que tiene este país, nuestros pubs, nuestro fútbol, nuestro teatro y toda esa tendencia al cotilleo del rebaño y el amor al contacto humano que impulsa la creatividad de nuestra economía”.


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