La pandemia ha causado estragos en los clubes de fútbol, que han visto menguados sus ingresos hasta el extremo de pedir a sus trabajadores y deportistas que se rebajaran el sueldo dos veces, como ha sido el caso del Barcelona. Asumido que no debe ser fácil gobernar y administrar la miseria, conviene decir también que no es de recibo utilizar la covid-19 para justificar todas las penas del Barça. La sensación es que muy a menudo el virus funciona como si fuera una alfombra que sirve para esconder la porquería de los últimos años de mandato de la directiva de Josep Maria Bartomeu.
La junta no es culpable ciertamente de las plagas de Egipto. Ha sido en cambio la responsable de que la masa salarial de los futbolistas se haya disparado y también de que todavía no se haya dado vuelo al Espai Barça que los socios votaron en 2014. Los directivos han sido víctimas al fin y al cabo de una grandilocuencia que les ha superado como se vio cuando presentaron un último presupuesto de más de mil millones. Aparentar acostumbra a ser un mal negocio; alcanza con advertir el agujero de 97 millones que ha dejado el último ejercicio o la deuda de 820 millones además de las operaciones de maquillaje económico como fueron las de intercambiar Neto por Cillessen o Arthur por Pjanic.
El Barcelona ya no será la entidad deportiva que tenga más ingresos; también ha dejado de tener el mejor equipo del mundo; se sabe desde hace tiempo que cada día se toca la Masia para poder cuadrar las cuentas y mercadear cuando es menester; y cuesta creer que el Barça sea más que un club cuando el portavoz es miembro del actual consejo del Barcelona. La marca Messi continúa siendo el paraguas del Camp Nou. Es muy fácil llenarse la boca hablando de lo bueno que es el Barça. Lo que es difícil es expresarlo con hechos, o incluso con pequeños detalles, como se ha podido constatar por ejemplo con el traspaso de Rafinha.
El jugador fue prácticamente regalado por la mala política salarial y por la necesidad de completar las fichas del primer equipo después de que se hubiera anunciado que sería vendido por 16 millones. La junta no solo se lo sacó de encima sino que favoreció su fichaje por el PSG, el club que más ha contrariado al Barça desde la huida de Neymar a París, el mismo que no quiso negociar el traspaso de futbolistas como Verrati o Marquinhos. Hoy se sabe que el Barça no tiene un céntimo y no le ha quedado más remedio que apalabrar para el mercado de invierno las posibles incorporaciones de Eric García y Depay después de proclamar durante el verano que compraría a Lautaro.
Ha hecho creer tantas cosas que ahora cuesta Dios y ayuda reconocer al Barça. Y no será sencillo que se pueda recomponer una vez se haya elegido al nuevo presidente. Todavía no se sabe cuándo acabará el mandato de Bartomeu con un voto de censura de por medio que ha sido validado por casi 20.000 firmas de socios. La cifra todavía se discute a pesar de haber quedado claro el descontento con la gestión de la directiva de Bartomeu. El presidente, en cualquier caso, no encuentra nunca el momento ni el argumento para dimitir a pesar de haber tenido diferentes ocasiones para hacerlo; está en su derecho, siempre que se respeten las reglas del juego y de control social, únicas en el Barça.
Resulta curioso comprobar como la junta más fiscalizadora, la que emprendió una acción de responsabilidad contra la directiva anterior y apoyó el voto de censura contra Laporta, ahora no quiere ser fiscalizada, y más cuando está siendo investigada por los Mossos por asuntos que huelen mal como el Barçagate. No extraña por tanto que miles de socios intenten ponerle día y hora para que lo deje con el permiso de la normativa sanitaria y de la Generalitat. Se cuentan muchos barcelonistas que no saben lo que quieren, pero sí que saben lo que no quieren; están enfadados con Bartomeu.
Seguramente resulta más fácil sumar esfuerzos para ir en contra de alguien que a su favor como se podrá ver en las diferentes candidaturas a las próximas elecciones. Llegados a este punto, tal vez sería interesante saber también si Bartomeu es capaz de movilizar a muchos socios que voten por su continuidad en lugar de intentar dificultar la moción con una denuncia a la Guardia Civil. Se puede ganar o perder un partido; lo que no procede es no dejar jugar cuando se sabe que desde hace tiempo hay fútbol cada semana, aunque la gente no pueda entrar en el estadio por culpa de la covid-19.
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