Decidido a implantar un ataque que genere el desconcierto en las defensas rivales desde la movilidad de la terna de delanteros que escoja, Luis Enrique dio en la noche del sábado ante Suiza una vuelta de tuerca más. Dejó en el banquillo a dos (Rodrigo y Gerard), y alineó a Ferrán Torres por la derecha, a Mikel Oyarzabal por el medio y a Ansu Fati en la izquierda. Como siempre que no aparece un nueve puro o un futbolista que se desempeñe de manera habitual en el centro del ataque, la alineación generó expectativas desde esa apuesta. De alguna manera, la decisión del preparador asturiano retrotrajo a la Eurocopa de 2012, cuando bajo la dirección de Vicente del Bosque conquistó el título con un fútbol excelso en el que Cesc Fábregas ejerció de nueve mentiroso. Aquello era una selección de centrocampistas de violín que acompañaban a Busquets y los volantes. Los de hoy responden a otro perfil, más físicos, de más despliegue, buenos técnicamente, pero sin alcanzar a sus antecesores en el manejo del juego. Aquello era intentar ganar desde la apoteosis del fútbol tocado. Esta selección trata de imponerse desde la antología de la presión adelantada.
Con Luis Enrique al frente de la selección no se recordaba algo parecido a lo que dispuso ante la aguerrida Suiza desde su estreno en Wembley (1-2) en septiembre de 2018, con Iago Aspas alternándose con Rodrigo Moreno. Esa misma fórmula la repitió contra el mismo rival un par de meses después en Sevilla (2-3), y en Croacia (3-2), en las dos derrotas que imposibilitaron que la Roja accediera a la primera final a cuatro de la Liga de las Naciones. En los partidos que dirigió Robert Moreno, o Rodrigo o Morata fueron referencias clásicas.
La propuesta, de inicio, no funcionó, más allá de la intensa presión que ejercieron. El juego de España, con Olmo incrustado como tercer volante, no tuvo la fluidez que se vio en la primera media hora de Portugal. Tampoco Ansu Fati y Ferran se prodigaron mucho en el juego por dentro. Permanecieron más pegados a la línea de cal, en lo que pareció una idea premeditada del seleccionador por ensanchar permanentemente el campo. Suiza les cerró bien, igual que Oyarzabal, cuyas primeras intervenciones con la pelota fueron intentos de dejadas con el pecho cuando España jugaba en largo. Ansu Fati y Ferran solo se metían más al centro cuando la pelota rondaba el área.
Fue la presión y no el juego en sí lo que propició el gol de Oyarzabal. De nuevo se asistió a uno de esos errores en la salida del balón que tantos réditos está dando en los últimos tiempos a los equipos que muerden arriba. Xhaka recibió en su área el pase de rigor de su guardameta y el resbalón del centrocampista del Arsenal hizo que Mikel Merino cediera a Oyarzabal para que fusilara a Sommer con un disparo ajustado. Fue un gol de patio de colegio. Sencillo por ese error que no perdonó el delantero de la Real, que obtuvo el permiso de la UEFA para poder alinearse tras no haber podido hacerlo ante Portugal por los restos muertos de la covid-19 que quedaban en su organismo. El gol llegó con poco fútbol. Incluso antes, De Gea había tenido que evitar el 0-1 con una mano abajo prodigiosa a remate de Loris tras una de las jugadas que los rivales empiezan a intuir que le hacen pupa a la adelantada defensa española. Balón al espacio cuando Pau Torres o Sergio Ramos fallan en la anticipación.
En el tramo final del primer tiempo, Luis Enrique rotó posiciones sin grandes resultados y situó a Ferran en el eje del ataque y a Oyarzabal caído a la derecha.
Ante las frágiles señales de peligro que generó la fórmula, el seleccionador sentó a Ansu Fati, gris, y a Olmo, que nunca terminó de sentirse cómodo como tercer centrocampista. Fue la hora de Adama Traoré, que alternó aciertos en sus arrancadas e imprecisiones. Y también de Gerard Moreno, para enterrar ese presunto falso nueve que solo deparó un gol y por un error del rival.
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