Aisha es el nombre ficticio de una joven marroquí. Tiene 17 años y vive en la zona metropolitana de la ciudad de Casablanca. Asegura haber sido víctima de una agresión: un conocido suyo le invitó a subir a su coche y una vez allí la condujo a una zona apartada donde presuntamente la sometió a abusos sexuales.
Aisha ha decidido actuar ante su agresión. Ella es una joven valiente: con frecuencia, las mujeres aquí desconfían de la justicia y optan por el silencio, guardándose para ellas mismas la agresión de la que han sido víctimas.
Como su propio nombre indica, la Asociación Marroquí de Lucha Contra la Violencia hacia la Mujer (Amvef en sus siglas en francés), tiene como objetivo la protección contra la violencia. Se trata de una institución que goza de merecida reputación y fama entre la población de la ciudad de Casablanca. No es por tanto de extrañar que, tras la agresión, Aisha tuviera el reflejo de entrar en contacto con ellos.
El centro de Casablanca está lleno de magníficos edificios que, por la falta de cuidados, parece que se van a derrumbar en cualquier momento. La sede de la Amvef está en la quinta planta de uno de ellos. El ascensor dejó de funcionar hace varios años y, desde entonces, no se ha reparado. Una soleada mañana del mes de septiembre de este año, Aisha se dirige hasta allí. Armándose de valor, procede a subir las escaleras hasta llegar a la sede de la asociación.
Allí, su presidenta, Maître Fatima Szoativa Shaoui, Sabrina El Malem (jefa del proyecto) y el resto del equipo entran en juego: tras escuchar y atender a Aisha, la redirigen hasta una célula de apoyo. Estas están físicamente establecidas en diferentes instituciones públicas marroquíes. Surgieron en 2014 tras la firma de la directiva de acogimiento para la protección de mujeres y niños.
En Marruecos, con frecuencia las mujeres desconfían de la justicia y optan por el silencio, guardándose para ellas mismas la agresión de la que han sido víctimas
En este caso, Aisha fue atendida por la célula del centro hospitalario universitario Ibn Rochd cuyo máximo responsable es el doctor Dami, médico especializado en violencia contra la mujer. Su equipo está formado, entre otros, por una asistente social y una psicóloga.
Desde septiembre del 2016, el proceso de recepción de las víctimas en esta célula está estandarizado: primero, y con la ayuda de la asistente social, la víctima rellena un formulario. Tras esto, se lleva a cabo un examen médico-legal que concluye con la redacción de un informe. Por último, y en función de los resultados del examen médico, se procede con los cuidados sanitarios y psicológicos correspondientes.
A la hora de enumerar los puntos fuertes de su célula, el doctor Dami menciona la calidad del trabajo efectuado así como la disponibilidad del servicio médico. En cuanto a los débiles, señala la escasez de medicamentos disponibles, lo insuficientemente equipadas que están las instalaciones y la falta de seguimiento por parte del ministerio encargado. En 2016 atendieron 100 casos de agresiones sexuales y unos 300 de violencia física, siempre en el marco conyugal entendido en un sentido amplio: pueden provenir tanto de un marido como de un novio o de una expareja.
El paso por esta primera célula es fundamental para que Aisha pueda acudir a la justicia, si así lo desea, ya que los miembros de la Amvef podrán asesorarla sobre esa decisión delicada.
En caso de que decida dar el paso de iniciar un trámite legal contra su agresor y con el informe medico-legal en mano, Aisha podrá dirigirse a otra de las células de protección. Esta está integrada en una comisaría de policía de la ciudad de Casablanca. Allí se iniciará la investigación y se construirá y completará un expediente.
Por fin el dossier llegará al tribunal de apelación donde será asignado a un juez. Allí encontramos la última de las células de protección. Maître Ougadoum trabaja en este organismo para facilitar el proceso, además de ser presidenta de la Cámara correccional de menores. Se queja de que la justicia está enfocada a castigar y no a reeducar. Quizás por ello no duda en definir la prisión como la última de las posibilidades… “sobre todo para las mujeres”, añade. Y es que, para ella, “las mujeres son las verdaderas víctimas de la sociedad”.
Las células de apoyo prestan asistencia a las mujeres que denuncian, pero no siempre cuentan con los medios necesarios
Y aquí acaba el viacrucis de célula en célula de Aisha. A partir de ahora solo queda esperar que la justicia, juez mediante, haga su trabajo.
“¿Habrá realmente justicia para Aisha?”, preguntamos al equipo de la Amvef. “La estructura para que se haga justicia ha sido concebida y puesta en marcha. El sistema de células responde de forma correcta a las necesidades de las mujeres víctimas de violencia”, responde Maître Fatima Szoativa Shaoui. Luego añade: “La falta de medios es el principal inconveniente. Las células no cuentan con los recursos suficientes y eso supone una gran limitación. Otra es la falta de homogeneidad entre las células: algunas funcionan mucho mejor que otras… Y eso al final condiciona mucho el acceso a la justicia de las mujeres”, concluye.
La Amvef organiza regularmente reuniones para las víctimas de violencia. Eso permite dar un acompañamiento a las mujeres durante todo el proceso posterior a su agresión. A estas tertulias, que tienen lugar en las instalaciones de la organización, son invitadas tanto las que fueron agredidas recientemente como aquellas que sufrieron (y superaron) violencia mucho tiempo atrás.
A finales de septiembre del mismo 2017, un viernes por la tarde, tiene lugar una de estas reuniones. Será la primera a la que acuda Aisha. Cuando le piden que explique al grupo su experiencia, es incapaz de mantener un discurso estructurado. Está muy nerviosa: es probablemente el periodo más difícil de su vida y las palabras no le salen de la boca. Finalmente, frustrada, rompe a llorar ante las otras mujeres que acuden a consolarla.
En la misma reunión está Fátima. A sus más de 50 años viste juvenil y lleva la melena, canosa, al viento. Casi no hace falta que le pregunten por su caso: ella se lanza a explicar cómo su marido la apaleaba “día sí, día también” hasta casi acabar con ella. Fueron sus hijos los que le dieron un ultimátum para que reaccionara: “Tuve que huir de mi casa con lo puesto… Pero eso fue en el pasado: hoy soy otra mujer. Tengo mi trabajo, mi casa y mi independencia. Estoy feliz. Porque de la violencia se sale con coraje, con algo de suerte y con un poquito de ayuda “, concluye con una sonora carcajada mientras observa cómplice a los trabajadores de la Amvef.
Miguel Forcat Luque es economista y trabaja para la Comisión de la Unión Europea. El artículo no refleja necesariamente el punto de vista de la institución para la que trabaja.
Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter y Facebook e Instagram, y suscribirte aquí a nuestra newsletter.