Semana de parón en el verde y de huracán en lo institucional en la que la estructura del Athletic ha evidenciado grietas internas. A simple vista no parecen pequeñas. Solo hubo que escuchar las diferentes versiones entre la presidencia y la dirección deportiva con respecto al caso Llorente en un lapso de 48 horas. Una coyuntura que invita a encender las alarmas, pero ahora mismo lo más importante es el balón dada la deriva que llevan los de Garitano.
No significa olvidar la crítica, ni mucho menos, pero sí intentar apartarla un poco por el bien común. Lo cierto es que volverá a salir a flote por sí sola. En un mes llegará una Asamblea que se avecina calentita, en dos meses se abrirá de nuevo el mercado y seguirá habiendo culebrones. Bien con Llorente, bien con Javi Martínez. Históricamente, el Athletic se bloquea en tiempos de crisis institucional. Nunca se sabe si empieza en el terreno de juego y se extiende al palco o viceversa, lo del huevo y la gallina, pero lo que es evidente es que el equipo se atasca.
Como los rojiblancos no espabilen pronto, el miedo va a crecer exponencialmente. La lógica invita a pensar que Garitano se la juega en el siguiente bloque de cuatro partidos. Por mucho que Alkorta y Elizegi hayan mostrado su confianza plena en el técnico, los resultados mandan. Si el Athletic continúa metiendo la pata en el charco pueden verse allí en diciembre y ya sabemos lo que cuesta salir después.
La próxima estación para reaccionar será contra el Levante. El cuadro bilbaíno intentará romper una racha histórica de cuatro derrotas seguidas en Liga en San Mamés. Con semejantes circunstancias, desconozco si la ausencia de público es positiva o negativa. Falta el aliento y los jugadores se ven muy solos, aunque por otra parte les concede una relativa tranquilidad de cara a no sentirse examinados en cada acción. De una u otra manera, lo que no está permitido es el fallo. Ahí coincidimos todos.
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