“Cambiamos mucho. El cambio fue individual. Trajo silencio y cautela. La ira salía de dentro, de haber visto cómo aquellos muchachos saltaban por los aires. De esa ira brotaron las palabras, aunque nadie las dijo en voz alta: ‘Ahora os vais a enterar, hijos de puta. En cuanto os encuentre, al que sea, moriréis igual que murieron ellos. Os voy a reventar la cabeza hasta esparcir vuestros sesos por el suelo’. Volvimos a la selva, llenos de rabia, en silencio y decididos a hacer aquello para lo que nos habían entrenado: matar”. Así suena la historia oral de Vietnam, el horror, la brutalidad, el hundimiento moral contado por los hombres y mujeres que combatieron en aquella guerra y recogido por Mark Baker en NAM, un libro que hurgó en la herida todavía abierta en Estados Unidos cuando se publicó seis años después del fin del conflicto y que llega ahora a España editado por Contra (traducción de Elena Masip y Dario M. Pereda). “Quienes decidieron hablar conmigo lo hicieron al desnudo, con honestidad, sin edulcorantes. Se pusieron en el disparadero y hablaron de un modo descarnado que pocas veces experimentamos en nuestra vida cotidiana”, responde el autor estadounidense desde su Florida natal (Jacksonville, 70 años) para explicar por qué casi cuatro décadas después el mensaje del libro sigue intacto.
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NAM repasa la experiencia, a través de sus testimonios, de todo un grupo de jóvenes enviados a Vietnam como carne de cañón. Patriotas que soñaban con emular a John Wayne; críos de 17 años que esperaban en el barco frente a las costas vietnamitas a cumplir la mayoría de edad; jóvenes inconformistas, engañados, pobres en su mayoría; niños convertidos en ancianos tras pasar unos meses en el infierno; reclutas vírgenes que pasaban a ser violadores en serie, asesinos impunes, enfermeras que tenían que elegir quién vivía y quién no en virtud del color de su piel y otros perfiles del lado oscuro pueblan con sus voces las páginas de este relato coral y alucinante.
Pero el libro también el canto final del cuento de hadas que vivía Estados Unidos. “Las películas y la televisión nos enseñaron que éramos los buenos chicos. Si estábamos obligados a disparar, lo haríamos. Incluso podríamos sangrar un poco. Pero éramos los ganadores. La mayoría de los chicos que entrevisté iban con esa idea en la cabeza. Sin embargo, la guerra es sangre de verdad y tripas. Te plantea todas las grandes cuestiones de la vida y no te da mucho tiempo para elegir la respuesta correcta”, reflexiona Baker sobre las atrocidades y el nihilismo que impregnan la obra. No cree, sin embargo, que hablar con él les sirviera de terapia sino para, por una vez, ser escuchados sin ser juzgados ni utilizados.
Lejos de toda mitificación, NAM es una lectura indispensable pero no agradable, es un relato lleno de violencia, vísceras, olores. “Estaba muy seguro desde el principio de que no iba a censurar lo que decían para hacérselo más agradable a nadie. Ya se había blanqueado, suprimido u olvidado intencionadamente mucho del conflicto cuando yo empecé este proyecto”, cuenta el autor para sacar a la arena el segundo gran tema del libro: el desprecio al veterano, su discriminación del relato oficial, construido en torno a ciertas ideas preconcebidas ya en 1981. “Nadie hablaba con ellos. Es como si todos los que pudieran decirnos algo sobre lo que había pasado estuvieran muertos. Para muchos sobrevivir fue el gran premio. Teniendo en cuenta la experiencia que vivieron, combinada con el recibimiento que experimentaron, se entiende que muchos veteranos sucumbieran a las drogas, terminaran en la calle, fueran incapaces de seguir adelante. Pero lo increíble es que la mayoría de los hombres y mujeres que lucharon en esa guerra volvieron en silencio, sin fanfarria y sin apoyo y se convirtieron en maridos y mujeres, padres y madres, miembros respetables de su sociedad. Heridos, pero resilientes”. En algunos de los testimonios más sobrecogedores, ciertos hombres y mujeres reconocen que estuvieron años sin hablar de ello, sin contar a nadie que habían ido a la guerra, sin llorar, reprimiendo sus sensaciones para que no se fuera todo al traste. Otros admiten que no querían volver, que sabían que nada bueno les esperaba fuera de Vietnam, que se habían vuelto adictos al horror. También se recogen los recuerdos de algunos boinas verdes, fuerzas especiales y otros soldados fuera de lo común, gente acostumbrada a vivir en el filo pero que, como dice Baker, “solo eran trabajadores cualificados dentro de la misma obra de demolición. Debajo de sus disfraces y maquillajes, detrás de la fanfarronería no había más que otro grupo de soldados rasos asustados y bañados en sudor”.
Una duda surge a medida que se avanza. ¿Cuántos mintieron o exageraron? “En ningún momento tuve intención de comparar sus testimonios con hechos probados para demostrar su exactitud. No sé siquiera si esto es periodismo, guerrilla u otra cosa”, se defiende, a sus 70 años y ya retirado, citando a su gran influencia, Studs Terkel, un periodista que se dedicó a recoger las declaraciones de la clase trabajadora tras la Gran Depresión o de solados involucrados en la II Guerra Mundial y que llamaba a sus historias “periodismo de guerrilla”.
El relato toma una extraña fuerza cuando se narran momentos en los que no pasa nada, cuando el tedio y la expectación —muchas veces alimentados por las drogas— forman un cóctel devastador en la mente de los hombres y mujeres desplegados en la selva. Y, sin embargo, alguna vez el horror dejaba paso a la esperanza. “Las muertes de mis amigos se iban reproduciendo en mi mente una y otra vez, era un proceso constante. No me lo quitaba de la cabeza. Quería matar, no conseguía pensar en otra cosa. Pero, de repente, tenía la oportunidad de seguir con vida. Era una posibilidad que no había tenido en cuenta”.
El recuerdo del horror
Es complicado elegir los mejores testimonios de un libro que está lleno de excelentes muestras. Sirva esta selección por temas como una prueba de todo lo que hay en sus 349 páginas.
Sin prisioneros: “Cuando oigo hablar de prisioneros y cosas así, no tengo ni idea de a qué se refieren. Nosotros no hacíamos esas tonterías. Les disparaba y listo. Los ponías de pie contra la pared, les apuntabas bien cerca de la cabeza y les decías: ‘Habla o aprieto el gatillo’. También podías agarrar a la mujer o a la hija del tío y follártela delante de él”.
Sobre el agotamiento: “Siempre estaba cansado. Matar es lo fácil, pero estás agotado, siempre, todo el puto tiempo. El calor te quita las fuerzas. Te sientes tan hecho polvo que cuando estás en la columna, bajando una colina, te apoyas en un árbol y te quedas dormido”.
Sobre las drogas: “Salvo algunas excepciones, todo el mundo fumaba marihuana. Y luego estaban los bebedores empedernidos. Si te gustaba beber, bebías mucho y, si fumabas, fumabas como una chimenea. Lo llevábamos todo al extremo para luego, al día siguiente, tener agallas”.
Tras un permiso: “Me arrepentí de haberme ido de permiso. Antes de Hong Kong, me había olvidado de que existían las servilletas. Me había olvidado de las camas y las sábanas. Me había olvidado de que por la noche, si necesitabas luz, encendías y punto (…) Y casi me había olvidado de las mujeres”.
Sobre la vuelta: “Regresé al mundo, pero aquel mundo no era el mismo que había dejado atrás. Había vuelto a nacer. Nacer de nuevo, como dice la Biblia. Ya no encajaba en el mundo real. Me había pasado 12 meses en Vietnam imaginando las cosas que haría cuando regresara (…) Pero entonces volví al mundo y estaba lleno de gente que se manifestaba contra Nam”.
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