Texas se lanza a las urnas pese a las cortapisas del gobernador republicano


Peg Bohnert asegura que las amigas con las que sale a pasear han decidido votar al demócrata Joe Biden, igual que ella, el próximo martes. Hay otra que no, dice, pero no hablan del tema. Bohnert tiene 73 años, es viuda y vive en una agradable urbanización de Scottsdale, un barrio rico del norte de Phoenix, Arizona. Este rincón de Estados Unidos es profundamente republicano, como ella, que votó a Donald Trump en 2016. Pero cuando este año decidió apoyar a Biden se lo contó al sacerdote de su parroquia, que le aseguró que no había motivo para preocuparse, que debía mantenerse firme aunque alguna gente le diera la espalda por respaldar al demócrata. A Bohnert no le hace ilusión votar por un señor mayor que ella (Biden tiene 77 años), pero quiere algo de “decencia, honestidad, bondad y empatía”.

El Estado de Arizona ha tenido una relación contradictoria con el fenómeno Trump. Fue aquí donde por primera vez, en el verano de 2015, se vio que el candidato era capaz de llenar los recintos con gente entusiasmada con sus comentarios racistas. Gente que, sin embargo, no acudía a los eventos de otros políticos republicanos. El senador republicano John McCain llegó a decir que Trump había “enfervorizado a los locos” del partido. Lo que ocurrió después es conocido. Un Trump ofendido contestó que McCain no era un héroe de guerra porque “había sido capturado” en Vietnam. El comentario indignó al Partido Republicano, pero dio igual. Y esos “locos” llevaron al magnate hasta la Casa Blanca. Mientras, la relación entre Trump y McCain fue a peor, hasta el punto de que, ya como presidente, Trump no fue invitado al funeral del senador, en septiembre de 2018.

Es difícil de entender, fuera de Arizona, el significado político de la figura de McCain en este Estado del suroeste de EE UU. El que fuera héroe de la guerra de Vietnam, congresista cuatro años y senador durante tres décadas, fue también el candidato presidencial de los republicanos hacia la Casa Blanca en 2008. Los vídeos de sus intervenciones en aquella campaña, cómo se dirigía a su rival, Barack Obama, contrastan con el agresivo tono de Trump.

En 2016, Trump ganó en Arizona por 90.000 votos, la menor ventaja obtenida por un presidente republicano en este Estado. Hubo 100.000 personas que votaron por McCain, que se presentaba a la reelección como senador en esas mismas elecciones, y no por Trump en la misma papeleta. Peg Bohnert sí votó por Trump. “No me emocionaba ninguno de los dos aspirantes [Hillary Clinton y Donald Trump]. Pero pensé que era hora de terminar con las dinastías de los Clinton y los Bush, los políticos de carrera, y darle una oportunidad a un empresario que parecía saber lo que hacía. Estaba convencida de que era inteligente y de que, incluso sin saber nada de gobernar, sabría rodearse de gente capaz”, explica Bohnert en el salón de su casa. Dice que se dio cuenta de su error el primer día de la presidencia, el 21 de enero de 2017, cuando la Casa Blanca dejó al país atónito diciendo que la de Trump había sido la inauguración presidencial con más asistentes de la historia, “y punto”. Aquello fue solo el principio.

Bohnert forma parte de una corriente de republicanos que apoya a Biden (Republicanos por Biden, se llama) y que incluye a Cindy McCain, la viuda del senador y una de las figuras más prominentes de los republicanos, entre más de un centenar de nombres conocidos. La señora McCain incluso está haciendo anuncios a favor del demócrata. Grant Woods, ex fiscal general de Arizona y exjefe de Gabinete de McCain también está en la lista: “Pensaba que Trump era una amenaza existencial para Estados Unidos, y ha sido 100 veces peor de lo que me temía”, dice Woods a EL PAÍS. “Hay muchos republicanos, independientes y demócratas conservadores que apoyan a Biden”, continúa. El republicano que votaba por McCain tiene ahora “serios problemas” para apoyar a Trump, ilustra.

La candidatura de Biden, sumado al rechazo a Trump, puede haber forjado la alianza electoral ideológicamente más amplia que haya visto nunca este Estado sureño. “Es muy esperanzador ver a gente que no está de acuerdo en muchas cosas, dejar esas discrepancias a un lado y juntarse para defender lo correcto en un momento clave de nuestra historia”, opina Woods. “Creo que es un laboratorio. Si Biden gana Arizona, gana la carrera”. Hay varias combinaciones aritméticas en los estados del Este que convierten los 11 votos electorales de Arizona en la llave de esta elección.

Los datos lo avalan. La media de encuestas del último mes le da una ventaja a Biden de 2,4 puntos en Arizona, un Estado que solo ha votado a favor de cuatro demócratas en un siglo. Esta ventaja en votos parece estar respaldada por un extraño experimento que sirve como termómetro para el resto del país. Es difícil medir la verdadera fuerza de este grupo de republicanos que apoya a Biden.

Todos los entrevistados para este reportaje dejan clara una cosa: no han dejado de ser republicanos. Votan al Partido Demócrata como algo excepcional. “Si el candidato fuera Jeb Bush o John Kasich, o cualquier otro republicano decente, votaría al republicano”, asegura Bohnert. En Arizona se está haciendo realidad esa combinación ganadora que puede decidir el resultado en los suburbios de las ciudades, y en el país. Esta era exactamente la apuesta de los demócratas cuando eligieron a Biden en las primarias, en vez de a otros candidatos con un perfil más arriesgado.

También el juez retirado Dan Barker, republicano y líder de una iglesia mormona, lleva desde el verano imprimiendo carteles en los que pone “Republicanos de Arizona por Biden”. Ha formado un grupo llamado “Republicanos de Arizona que creen en tratar al otro con respeto”, en alusión a los deseos del fallecido McCain. Ahora se lamenta de que algunos arrancan los carteles de los jardines donde los ponen. “Tenemos la oportunidad de sanar como nación y hacernos más fuertes si Joe Biden es el presidente”.

Al empuje del grupo de republicanos que apoya a Biden se suma un electorado que lleva una década cambiando en Arizona. Los latinos del Estado, fronterizo con Sonora (México), ya son el 23,6% de los electores. Se trata de una generación que se implicó en política a raíz de la Ley SB1070, una ley racista aprobada en 2010 que permitía a la policía pedir la documentación solo por el aspecto de una persona. La movilización que provocó en los latinos del Estado explica que en 2016 los votantes echaran al sheriff racista Joe Arpaio y que en 2018 Arizona eligiera a la senadora demócrata Kyrsten Sinema. Por lo que Arizona se convirtió en un Estado morado.

Eduardo Sainz es uno de los que se metió en política precisamente por aquella ley. Hoy lidera la organización Mi Familia Vota en Phoenix, dedicada a registrar a votantes latinos. “Solo este año hemos registrado ya a 150.000 votantes”, afirmaba en una entrevista en Phoenix a finales de septiembre. “Este año Arizona es clave para las elecciones y los latinos tienen la llave de la Casa Blanca”.

Lorna Romero, que fue la jefa de comunicación de la última campaña de McCain, está de acuerdo en destacar el perfil independiente del votante de centroderecha de Arizona. Coincide en que las dinámicas parecen favorecer a Biden, pero echa en falta realismo. “Aquí la pregunta es cuáles son los números”, advierte Romero. “La Arizona rural es muy diferente del condado de Maricopa [el área metropolitana de Phoenix]. Se nos olvida el resto del Estado, y se nos olvida que los suburbios de Phoenix son republicanos”. Esa es la pregunta. Cuáles son los números. “No está hecho”, dice Romero respecto a la elección de Biden. Además, advierte de que al votante, especialmente al independiente, le gusta que vayan a pedirle el voto. Biden apenas ha pisado Arizona. Para ganar una elección “hay que lucharlo cada día, no lo puedes dar por hecho, ese fue el error de [Hillary] Clinton”.

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