2020: la doble hibernación de Carlos de Inglaterra

Nadie echará de menos los ojos verdes de Isabel II. Es el único detalle que no permanece fidedigno a la esencia de la soberana británica en la tercera temporada de The Crown, que llega a Netflix el 17 de noviembre. Olivia Colman, que se estrena en la piel de Su Graciosa Majestad, no soporta las lentillas. Tampoco las siete horas y 52 minutos de metraje aguantaban un retoque digital en los iris de su máxima protagonista. No es para hacer un drama. Quizá los cinco primeros minutos se eche de menos a Claire Foy, la joven reina —literal e interpretativamente— de ojos verdes de las dos primeras entregas. Después, Olivia es Isabel, o quizá Isabel invade el cuerpo de Olivia, porque es imposible observar a una sin ver a la otra.

Colman es solo 10 años y dos meses mayor que Foy, pero ha llevado a la reina a su etapa más madura. Arranca The Crown en 1964. Es una época convulsa. El Reino Unido de entonces no es el de hoy: una crisis económica, la amenaza de un rescate, el cambio de Gobierno, la decepción política… La reina, a sus 38 años, tampoco es la misma. Ya no es la chiquilla que daba sus primeros discursos y comprobaba el peso, literal, de la corona; que se prometía temblorosa con Felipe de Edimburgo (adiós, Matt Smith; bienvenido, Tobias Menzies); que se asustaba, y no era para menos, con la presencia de Winston Churchill. Ahora es una mujer madura, con cuatro hijos, dos de ellos adolescentes y otros dos muy pequeños aún. Con un matrimonio estable, asentado y sorprendentemente cariñoso. Con un primer ministro inusual y una suegra que aún lo es más. 

Casi dos años después de la anterior tanda de capítulos, los intríngulis de los Windsor vuelven a salir a la palestra en televisión. Siempre bailando en una complicada línea entre la verdad y la ficción, entre las personas y los personajes, los nuevos episodios permiten entrever una etapa más cercana de la monarquía más famosa del mundo, pero no por ello más conocida. Estos son algunas de las curiosidades que se desvelan sobre Isabel II y los suyos en la tercera temporada de la serie. (Atención: a partir de aquí hay spoilers de la tercera temporada de The Crown).

El más doloroso error de Isabel II

Gales, 1966. Faltan años para que aparezca lady Di y el terremoto que supuso para la familia real, y por tanto décadas para 1992, ese que Isabel II calificó como su annus horribilis. Pero antes de ese momento llegó otro de los peores para la soberana; a ella le sigue doliendo así. Fue la catástrofe de Aberfan, un humilde pueblo minero galés sobre cuya escuela se derrumbó una escombrera, causando decenas de muertos. La familia real es un ente aparte que se mueve a su propia velocidad, pero la reina nunca se ha perdonado su incapacidad de reacción en ese momento. Para ella, acudir a Aberfan más de una semana después de la catástrofe se ha convertido en una de las mayores espinas de su reinado.

Olivia Colman y Tobias Menzies, como Isabel II y Felipe de Edimburgo en 'The Crown'.
Olivia Colman y Tobias Menzies, como Isabel II y Felipe de Edimburgo en ‘The Crown’.

Los trapos sucios se lavan en casa

Como en cualquier familia, los escándalos de los Windsor que han salido a la luz son solo la punta del iceberg de lo que hay por debajo. Pero las paredes de palacio guardan muchos más secretos, laborales y familiares, que la familia ha sabido conservar. Una de las grandes decepciones de los reyes fue descubrir cómo uno de sus trabajadores, un experto de arte de palacio, era en realidad un espía doble que pasaba información a la extinta KGB rusa. O también ver cómo el tío de Felipe, lord Mountbatten, urdía un golpe de Estado en el que trataba de implicar a la soberana. Cuestiones que la familia siempre ha tratado de mantener en un discreto segundo plano.

Crisis de la mediana edad

“Ella es el trabajo”, le decía Jorge VI, padre de Isabel, a Felipe de Edimburgo en sus primeros años de matrimonio (y también en la primera temporada de la serie). “Amarla, protegerla. Ella es tu tarea”. Parece que al consorte real le sigue costando asumirlo. Pese a vivir un momento dulce en su matrimonio, al príncipe le llega una edad en la que se ve sin estímulos y algo perdido. Le gusta el deporte, le entusiasma la carrera espacial —la llegada a la luna se convierte en todo un acontecimiento para la familia—, pero no tiene claro el camino a seguir ni cuál es su propósito en él. Aunque, eso sí, lo asume y se da cuenta de ello.

Príncipes adolescentes

La princesa Ana de Inglaterra, en 'The Crown'.
La princesa Ana de Inglaterra, en ‘The Crown’.

En la tercera temporada de la serie, Carlos y Ana ya son jóvenes en la adolescencia y la primera juventud. Y por tanto, como cualquier muchacho de su condición, se rebelan contra sus padres y su destino y dejan ver como nadie, nunca, está conforme con lo que tiene. Así, Carlos aborrece su papel de heredero a la sombra de su madre y sus tareas como heredero, mientras que Ana querría tener un mayor protagonismo y se enfrenta a sus padres o incluso a la prensa, mientras busca su hueco en el Londres más sesentero (es uno de los personajes en los que mejor queda reflejada la moda del momento). Una relación que recuerda a la que tuvieron de niñas Isabel y Margarita, cuyo soterrado enfrentamiento también se traslada durante toda la temporada.

El documental maldito

En los sesenta, el Reino Unido trataba de reflotar su situación económica y que la familia real, poco popular por sus grandes gastos, les ayudara a ello. De ahí que los Windsor se animaran a rodar un documental que vio con gran expectación todo el país. Las imágenes de la familia charlando o haciendo una barbacoa en los jardines de sus castillos generaron expectación. Pero una vez emitido por la BBC, la soberana decidió retirarlo e incluso destruir sus copias. En 2011 se exhibieron algunas imágenes en una exposición pero nunca volvió a verse en su totalidad. La tercera temporada de The Crown ahora trae aquella realidad a la ficción.

La siempre difícil Margarita

Antony Armstrong-Jones y Margarita de Inglaterra, en el segundo temporada de la tercera temporada de 'The Crown'.
Antony Armstrong-Jones y Margarita de Inglaterra, en el segundo temporada de la tercera temporada de ‘The Crown’.

Helena Bonham Carter cumple con su esperada princesa Margarita, pero es cierto que, aparte de un capítulo y alguna trama puntual, dan ganas de verla más. Al contrario que su hermana, su momento personal no es tan brillante. La segunda mitad de los sesenta no es una buena época para ella: su matrimonio se viene abajo, no tiene un trabajo que la satisfaga y empieza a hartarse de la vida nocturna, donde ya no brilla como en su época de juventud. Ambas han llegado a su madurez pero los perennes tiras y aflojas con su hermana, que no deja de ser su soberana, jamás cesarán.  

La eterna lucha de Isabel y Carlos

El príncipe Carlos es un heredero de los años sesenta, un hombre joven con aspiraciones de reinar de un modo distinto al de su madre. Pero ella ya ha superado su juventud y se ha vuelto inmovilista. Esta temporada de la serie refleja algo que se ha comentado durante décadas: que Isabel II no fue una madre para sus hijos —sobre todo para los mayores—, sino que fue su reina. Y que Carlos de Inglaterra ha querido y quiere imponer un estilo propio, que va más allá de caprichos juveniles. “Yo tengo una voz”, le dice él a su madre. “Nadie quiere oírla”, le suelta ella, fría. Nadie, ni su país ni su familia, según su madre (o según su soberana). Y Carlos lleva 70 años tratando de aprender a vivir con ello.

Carlos de Inglaterra, durante su investidura como príncipe de Gales en el castillo de Caernarvon, en 'The Crown'.ampliar foto
Carlos de Inglaterra, durante su investidura como príncipe de Gales en el castillo de Caernarvon, en ‘The Crown’.

Entre el reinado y las pasiones

Al príncipe Carlos le gusta el teatro. “Es su forma de expresión”, como dicen sus padres. Da clases en Cambridge, donde empieza a tener amigos. Pero tiene que apartarlo para irse a estudiar galés en la universidad de Aberystwyth. Por no hablar de Camilla (entonces apellidada Shand), su primer amor, y de la oposición frontal que encontrará en su familia. A Isabel II le gustan el campo, especialmente los caballos, su crianza, mejorarlos. No le duele hacer kilómetros ni gastar miles de libras por ellos. Pero sus tareas como soberana, mal que le pesen, priman sobre ellos. Felipe de Edimburgo querría hacer deporte, pero tiene que ir a misa. Y, por oposición, a la princesa Margarita, eterna reina de las fiestas, le gustaría tener un papel de más peso en el entramado familiar.

De The Crown se disfrutan las intimidades, las contradicciones entre ser reina y ser una mujer con pensamientos y sentimientos, entre ser príncipe y ser un marido, entre ser heredero y ser un joven enamorado. A menudo se roza la línea de la ficción. Nunca se sabrá que ha salido de la mente de Peter Morgan, su creador, y que está basado en investigación, curiosidades y chivatazos. Pero siempre será más divertido pensar que todo, o casi todo, es la pura verdad. 


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