La ventaja fue incontestable. A medida que baja la marea de la campaña electoral, los analistas señalan cuatro principales razones por las que Luis Arce, el candidato del Movimiento al Socialismo (MAS), sorprendió a Bolivia y al mundo al ganar los comicios con una diferencia de 26 puntos porcentuales sobre su principal adversario, el expresidente de centroderecha Carlos Mesa. De acuerdo con el recuento oficial, Arce obtuvo el 55% de los votos y Mesa el 28%.
El primero factor fue el desacierto de las encuestas, que en el mejor de los casos daban a Arce nueve puntos porcentuales por encima de Mesa y, en el peor, anticipaban un empate entre ambos. El diario que publicó este último sondeo, Página Siete, pidió disculpas a sus lectores y explicó que “la medición errónea del resultado electoral pudo generarse por el uso de encuestas telefónicas —inevitable por la pandemia—. Aunque se sospechaba que ello podía generar un sesgo, se asumió equivocadamente que el impacto iba a ser mínimo, por la alta penetración de la telefonía celular. Nunca antes se habían contrastado encuestas telefónicas con resultados electorales reales y como dice el dicho, la letra entra con sangre”.
El especialista en opinión pública Julio Córdova dijo a EL PAÍS que quienes se equivocaron fueron los que leyeron los sondeos de forma convencional, es decir, distribuyendo los “indecisos” que aparecían en ellos entre todos los partidos, cuando la verdad era que todos terminarían votando por el MAS. El historiador Pablo Stefanoni había advertido de la importancia del “voto oculto” por el MAS en un contexto político muy adverso y peligroso para este partido, a causa de la actitud beligerante de las autoridades gubernamentales y las otras fuerzas políticas.
Un segundo factor que explica la sorpresa que dio Arce fue que este consiguiera más votos que los logrados en 2019 por el líder histórico de su partido, Evo Morales, lo que de antemano parecía imposible. Morales tuvo 2,9 millones de electores; Arce, en cambio, un poco menos de 3,4 millones. Dos son las causas probables de ello: el desgaste que ya sufría el presidente indígena tras 14 años de Gobierno continuo y la esperanza que logró despertar Arce, gracias a sus antecedentes como exitoso ministro de Economía, de que sacaría al país de la grave crisis económica causada por la pandemia. “Fue un tema central y decisivo en la contienda”, dijo a este periódico el politólogo Diego Von Vacano, asesor de la campaña presidencial de Arce. “La gente empezó a darse cuenta de que, en una época de coronavirus, cuando la crisis económica se puso más aguda, sería mejor tener un economista con la mente clara para poder enfrentar esto”, explicó.
El tremendo impacto negativo que la gestión de la presidenta interina Jeanine Áñez tuvo en los sectores indígenas y populares de la población fue un tercer factor. Esta se estrenó con la represión de las protestas de Sacaba y Senkata, que causó más de 30 muertos y cientos de heridos. Continuó con su rechazo al principal juicio por racismo que se había realizado en el periodo de Morales para sancionar a unos universitarios que vejaron a campesinos durante un conflicto social. Además, Añez llamó “salvajes” a los seguidores del MAS, lo que provocó rechazo interno y externo. Y se adhirió a la “república” en oposición disimulada al “Estado Plurinacional de Bolivia” creado por la Constitución de 2009, el cual le da una identidad indígena al país. Algunos analistas suponen que esta actitud del Gobierno traslució el racismo secular de las élites bolivianas blancas. Otros, que por mala suerte el Gobierno interino le correspondió a Áñez, una senadora que era conocida por la dureza y radicalidad de sus criterios políticos.
El ministro de Gobierno (Interior) de Áñez, Arturo Murillo, es el blanco de las críticas más duras. Se le reclama un manejo tan arbitrario de la seguridad del Estado que hizo olvidar a la gente el autoritarismo del Gobierno anterior. “Tras años de promesas de las fuerzas democráticas en sentido de que después del Gobierno de Morales vendría una etapa de reconciliación, eficiencia y democracia, resulta que ocurrió lo contrario. La retórica agresiva (‘narcotirano’, ‘terroristas’, ‘sediciosos’, ‘castro-chavistas’, ‘los cazaremos como animales’), la corrupción, la ineficiencia, la rotación increíble de altos cargos, la persecución judicial, en fin, la ineptitud completa para gobernar, dieron un mensaje muy claro a esos votantes desilusionados del MAS”, escribió en la prensa local el periodista Raúl Peñaranda.
El cuarto y último factor, coinciden muchos analistas bolivianos, fue la incapacidad de la campaña de Carlos Mesa de dirigirse a las clases bajas urbanas, las que finalmente definieron la elección. En lugar de esto, Mesa apostó a ser el “voto útil” de las clases medias en contra del MAS, lo que lo llevó a entrar en un juego político que se derrumbó cuando el líder de las protestas del año pasado contra Morales, Luis Fernando Camacho, decidió no “bajarse” y montar una candidatura diferente sobre el regionalismo de Santa Cruz, la región más próspera y con menos indígenas del país, tradicionalmente antagónica a los líderes provenientes de La Paz.
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