Personalmente creo que, cuando Ricchi e Poveri crearon el tema Será porque te amo, no pensaban en ninguna signorina de la época, sino que más bien el “È un’emozione, che cresce piano piano” iba dedicado a alguna de las muchísimas preparaciones deliciosas con las que cuenta el recetario italiano. Qué bien han sabido venderse los del país de la bota: su recetario -si no tenéis La cuchara de plata estáis tardando- es una fusión de mil y una culturas y, sin duda, podemos afirmar que el más viajero y conocido del mundo.
Pizza, pasta, risotto, ¿de verdad existirá en el planeta algún remoto pueblo que no tenga una pequeña trattoria más o menos fiable? Claro que esto no es siempre bueno pues, como pasa con todas las cocinas mundialmente replicadas, muchísimas veces la comida se prostituye hasta límites insospechados perdiendo el sabor original. La receta de hoy es exactamente el caso opuesto; un plato que se creó en suelo romano, pero que alcanzó su mayor popularidad fuera de él: la pasta Alfredo.
Corría el año 1907 y Alfredo di Lelio camina sonriente por Via della Scrofa: ha tomado la decisión -muy relevante en un futuro- de transformar su pequeña bodega en un auténtico restaurante italiano. Apasionado de la cocina desde muy joven, tuvo claro que era el momento de encender los fogones y dar un pasito hacia delante en la creciente revolución gastronómica italiana. Alfredo, una mañana de 1914; preocupado por su mujer Inés que estaba embarazada y sin apetito, apostó por elaborarle un plato a base únicamente de mantequilla y queso (en aquellos años se creía que la mantequilla o burro mejoraba la salud intestinal).
Con sus propias manos preparó la pasta -no sin antes rezarle a Santa Ana, protectora de las embarazadas- y la salsa; tal y como dijo años después. “Se pone a hervir el agua, con sal moderada, y se añade la pasta. Una vez que la pasta está cocinada, se escurre y se vierte en un plato caliente, en el que previamente se ha puesto mantequilla. Se cubre con el parmesano y se mezcla con cuidado”. ¿El resultado? Inés quedó tan sorprendida que obligó a Alfredo a incluir el plato entre las recetas del menú. Así nació esta receta fácil, compuesta únicamente de tres ingredientes: pasta al dente, mantequilla fresca y queso parmesano (sencilla pero espectacular cuando los ingredientes son de calidad). Y es ahí, después de idear un sencillo plato para una embarazada cuando encontró a América.
El encuentro entre América y Roma sucede en el año 1920, cuando dos artistas de Hollywood -Douglas Fairbanks y Mary Pickford- deciden pasar su luna de miel en Europa. De paso por Roma, prueban los fettuccini Alfredo y quedan tan extasiados con el suculento plato que, al regresar a América, comentan sus bondades a los amigos. Como agradecimiento envían a Alfredo un par de cubiertos de oro con la dedicatoria: “To Alfredo, the King of the noodles” (Para Alfredo, el rey de los fideos). La popularidad fue tal que pasado un tiempo, Alfredo Di Lelio expandió su cocina a Estados Unidos con el restaurante Alfredo’s en el Rockefeller Center de Nueva York -aún abierto- donde cada 7 de febrero celebran el día de los fettuccine Alfredo.
Como todo gran plato, este ha sido versionado muchísimas veces: con nata fresca, con roux o bechamel, añadiendo pollo o huevo… las opciones son infinitas, pero donde esté una receta centenaria, sencilla y deliciosa, que se quite el resto. ¿Alguna modificación? En lugar de pasta fresca larga (fettuccine) se pueden usar secos de marcas fiables como Cipriani o Sandro Desii, y el parmesano puede ceder su lugar a quesos nacionales manchegos o, por ejemplo, el Colono de Quesos y Besos que funciona de maravilla. Un toque de pimienta negra también está permitido y cuanto mejor sea la mantequilla, mejor el resultado (preguntad en vuestra quesería).
Dificultad
No hay dificultad. Ninguna.
Ingredientes
Para 4 personas
- 400 g de fettuccine frescos o pasta al huevo similar
- 120 g de mantequilla en pomada
- 160 g de queso parmesano o manchego seco
- Sal
- Pimienta negra
Preparación
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Rallar el queso muy fino. Poner a cocer la pasta en agua con sal hirviendo el tiempo indicado para que quede al dente.
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Preparar una fuente y disponer la mitad de la mantequilla en ella.
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Sacar la pasta de la olla directamente a la fuente y añadir la mitad del queso rallado, remover muy bien con cuidado para que todo se mezcle y se haga la salsa.
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Añadir el resto de la mantequilla y del queso y también un poco de agua de cocción de la propia pasta, mezclando bien. Añadir el agua suficiente para que todo quede cremoso.
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Incorporar sal si hiciera falta -normalmente el queso sala lo suficiente-, terminar con pimienta negra recién molida y servir inmediatamente.
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