Las familias tienen en este espacio una excusa perfecta para disfrutar de un circuito que educa sobre las aficiones de este pequeño mamífero y aporta, al mismo tiempo, conocimientos incalculables sobre la flora y fauna de esta zona al norte de Palencia. Y todo al aire libre. El paseo arranca en un parque preparado a conciencia y prosigue por todo el pueblo con distintas paradas y pruebas, a través de un mapa que permite buscar la siguiente etapa relacionada con la incansable labor de Pérez. Mientras, basta con alzar la mirada para encontrarse con una cordillera magnífica y nevada, ver las ovejas de los pastores pasar a escasos metros, y percibir el olor de la lumbre que despierta el hambre y el espíritu para elegir Velilla y su entorno como escenario de una próxima y completa escapada (Castilla y León mantendrá su cierre perimetral hasta el próximo mes de mayo).
Más allá del roedor infantil, aquí quien se aburre es porque quiere. Velilla, puerta de entrada al parque natural de la Montaña Palentina, sirve de casilla de salida. Los madrugadores tienen en el hostal Stop un lugar confortable y económico para alojarse y coger energías antes de partir. Un pincho de su estupenda tortilla y las recomendaciones de los locales empujan a aprovechar la mañana. Lo primero de todo, elegir el formato. Ya sea caminando, en bicicleta, en moto o en coche, la Montaña ofrece un abanico de alternativas. Partiendo de Velilla, la ruta de los pueblos abandonados, de unos 17 kilómetros, discurre, en pleno parque natural, entre las localidades de Valcobero, Valsurvio y Camporredondo de Alba, y se extiende después hasta Cardaño de Arriba, Cardaño de Abajo y Alba de los Cardaños. Se puede recorrer en coche, pedaleando o caminando, en función del tute que quiera darse cada uno. El visitante descubre un mundo alejado de casas de piedra, enclaves sin cobertura telefónica y, ante todo, de paz absoluta en contraposición al bullicio urbano. El principal tráfico de esta carretera son las vacas que pacen tranquilamente en prados inmensos y que, educadamente, se apartan ante el viajero. Y si llega el hambre, el restaurante Miralba, en Alba de los Cardaños, deleita con su carta y sus vistas al embalse de Camporredondo.
Inaugurado por Alfonso XIII en 1930, forma parte de la llamada ruta de los pantanos, que brinda unos 50 kilómetros muy asequibles hasta para los ciclistas aficionados; sin demasiado desnivel, regala panorámicas de agua, nieve, montañas, bosques e incluso piraguas y, cuando el clima acompaña en meses más cálidos, hasta invita a darse un chapuzón. Para los más atrevidos, los cercanos picos de Curavacas (2.520 metros) y Espigüete (2.450 metros), en el macizo de Fuentes Carrionas, son dos retos de categoría que requieren, eso sí, de nociones básicas de montañismo. Los menos expertos pueden conformarse con surcar los mares de árboles, puertos menos escarpados y sendas que discurren por la falda de la cordillera. O acercarse a la cascada de Mazobre, cuya estampa idílica resulta perfectamente accesible con niños.
Entre estrellas y leyendas
El noroeste palentino permite bajar pulsaciones y aprender sobre un territorio y una cultura habitualmente alejados de los focos. Sin olvidarse de comer bien, claro. El parador de Cervera de Pisuerga representa la comodidad y la pausa por su ubicación entre arboledas y su orientación hacia el embalse de Ruesga. En su restaurante, cuya despensa se nutre de carnes de ternera y caza locales, se satisface el paladar antes de acercarse a descubrir qué pintan unos bisontes polacos en el pequeño pueblo de San Cebrián de Mudá. Allí se encuentra Bison Bonasus, una reserva y centro de interpretación del bisonte europeo que se puede visitar acompañados por caballos przewalski, de origen mongol.
Para los más nocturnos, un antiguo y rehabilitado cargadero de carbón en el cercano Puente de San Miguel acoge desde 2006 un observatorio astronómico que ofrece visitas diurnas y nocturnas a su planetario para la contemplación, con telescopio, de astros y estrellas en una zona sin apenas contaminación lumínica.
La comarca cuenta con leyendas como la de la fuente de Plinio el Viejo, en la propia Velilla —se dice que quien nunca la ha visto y la encuentra seca hallará al poco la muerte—, aunque para aguas, mejor las del spa municipal de Guardo, a pocos kilómetros; por un precio muy razonable, propone un recorrido de sauna, jacuzzi y duchas relajantes antes de, por ejemplo, dar cuenta de unos castizos huevos fritos con patatas y jijas en Los Faroles, junto a la plaza Mayor de Velilla, o comprar un queso curado en carbón para recordar los tiempos de esplendor de Velilla del Río Carrión, que se pretenden recuperar ahora gracias a la magia de un ratón.
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