Luis López Carrasco (Murcia, 39 años) se acaba de mudar a un piso cerca de Atocha, en Madrid, pero no es su único cambio. Después de años sin trabajo fijo, ha empezado a ejercer de profesor en la Universidad de Castilla-La Mancha, por lo que viaja a Cuenca todas las semanas. Y todo coincide en mitad de un momento muy importante en su vida, que incluso parece empequeñecer lo demás: no deja de crecer la ola de reconocimiento por su documental El año del descubrimiento, nominado a los Goya y premiado en varios festivales españoles y europeos desde que se estrenó en otoño de 2020. “Estoy en una vorágine, pero no me quejo. Todo es bueno”, sonríe. Tanto cambio no parece alterarle. De conversación reposada y lúcida, López Carrasco ha despuntado como uno de los últimos talentos del cine español, gracias a un filme que supone un puñetazo a la conciencia social y política de la España de los ochenta y los primeros noventa con resonancias en nuestros días. “Quería hacer la cara B de los fastos de 1992 para rastrear qué contradicciones arrastramos desde entonces”, explica.
Antes vivía en Carabanchel, donde le gustaba tener esas “conversaciones de los amigos del colegio en el bar”. Conversaciones que ahora busca en un bar de la esquina de su nueva calle, donde se sienta a charlar para esta entrevista, y que siempre le remiten a su adolescencia en La Fama, uno de los barrios más proletarios de Murcia. Fue allí donde nació y donde tomó la decisión de ser director de cine. Mucho influyeron en su decisión todas esas noches en las que veía películas con su padre, pero fue una la que le marcó: Blade Runner. Cuando la vio de niño le gustó, pero cuando la recuperó de adolescente se convirtió en “una obsesión”. “Me transportó a un mundo que tenía olvidado. La veía todas las tardes y luego me daba paseos por Murcia como para sintonizar con mi cerebro”, cuenta. Aquella “experiencia tan fuerte” le hizo sintonizar consigo mismo a través del cine. En octavo de EGB rodó su primer corto y en BUP creó un fanzine, “rollo El Jueves”, que casi le cuesta la expulsión del colegio. “El lío fue tan gordo que nos querían acusar de enaltecimiento del terrorismo. Una locura por la que desde entonces les cogí recelo a las instituciones”, dice. Pero nada comparado a la decepción de cursar Comunicación Audiovisual en la Universidad Complutense de Madrid: “No sentí que hubiera formación. La gente además se sacaba la carrera copiando y me parecía todo muy infantil. Acabé deprimido y la abandoné a los dos años”.
No le fue mejor dentro de la industria del cine. Cursó en la Escuela de Cinematografía y del Audiovisual de la Comunidad de Madrid (ECAM) y trabajó de ayudante de dirección en una película. “Con todo mi respeto a este oficio, no me gustó nada. Me sentía como un capataz de obra”, dice. Para compensar, fundó la revista cinematográfica Los Olvidados y se puso a escribir guiones. “No sabía qué hacer con ellos y los amontonaba. Entonces decidí empezar a escribir relatos de ficción desde esas ideas”, recuerda. Esta maniobra sació su sed de ficción, llegando a publicar un libro en 2011, y le permitió interesarse en cuestiones cinematográficas por el documental, hasta el punto de rodar uno como su proyecto final de carrera en 2003. “Nadie los hacía”, recuerda.
El cine documental y experimental es la seña de identidad de este cineasta que reconoce que en sus primeros pasos se sintió muy marcado por autores como Cassavetes y Frederick Wiseman. Junto a amigos fundó en 2008 el colectivo Los Hijos, una plataforma de cine experimental de vocación subversiva e independiente. “Lo creamos para hacer el cine que queríamos ver y que no veíamos en ningún lado”, apunta. “La idea inicial era tener una relación lúdico-plástica con la herencia del cine español”. De ahí salieron cortometrajes como El sol en el sol del membrillo, “una especie de segunda parte de la película de Víctor Erice”, o documentales como Los materiales.
Desde la investigación audiovisual en Los Hijos y mientras hacía algo de dinero rodando videoclips musicales a colegas, Carrasco dirigió El futuro en 2013. “La idea me vino tras regresar de Berlín en mayo de 2010 en plena crisis económica. Llegué a España con la sensación muy fuerte de que el mundo que había conocido se había terminado y ya no tenía herramientas para vivir en este país”, cuenta. Inspirada en una fiesta a la que asistió en la capital alemana, donde “todo el mundo iba disfrazado de alguna tribu urbana, pinchaba vinilos y parecía fuera del tiempo”, El futuro es un relato ficcionado en 1982 —cuando Felipe González gana las elecciones— que retrata la espumosa juventud de la movida. “Habla del hundimiento generacional de los ochenta a partir del ambiente depresivo de ver a tantos jóvenes marcharse de España con la crisis de 2010”, explica su autor, quien indica que todo el trabajo de documentación para rodar este filme le llevó a introducirse de lleno en la tradición del documental político de la Transición.
El año del descubrimiento enlaza con el legado de grandes documentalistas como Basilio Martín Patino, Pere Portabella, Jaime Chávarri o Joaquim Jordà. Con la idea de que “la política no debería ser un panfleto”, su último documental vuelve a hablar de la misma época de El futuro, pero “sin fortalecer el relato dominante y buscando una mirada periférica”. “La cultura de la Transición se ha terminado convirtiendo en algo muy futbolero, tendencioso y demagógico. Considero que, como artista, tengo que dar cuenta de la complejidad del mundo, no simplificarlo. No podemos reducir los procesos históricos y sociales a según qué etiquetas”, explica. López Carrasco dice que la obra tiene “un ánimo crítico para replantear y desestabilizar algunos consensos”.
El documental empieza el 3 de febrero de 1992, el día en que se incendió el Parlamento regional de Murcia, en Cartagena. Un hecho arrinconado en nuestra historia reciente y una imagen televisiva que al cineasta le llegó como “un flas” de su niñez al revisar protestas de la época. Bajo el contexto de los disturbios que escalaron en la ciudad con la desindustrialización que acometió el Gobierno socialista a petición de la futura Unión Europea, el filme recupera la memoria social de un territorio, visibiliza a colectivos olvidados como los sindicatos y pone sobre la mesa “la tensión por la pérdida del empleo”. Un tema que nunca se ha ido del todo. “Quería que una época iluminase a la otra. Por eso buscaba reanimar las emociones casi desde el punto de vista espiritista”.
El espiritismo se consigue dentro de La Tana, el bar donde transcurre la mayor parte del documental. Con una escenografía y vestuario cuidados al detalle, creando una atmósfera rodada con una textura doméstica y donde pasado y presente parecen confundirse, en su barra y sus mesas charlan sobre sus vidas, como en La Colmena, de Cela, más de 40 personas de Murcia, entre las que vivieron los disturbios por el cierre de Bazán (la empresa naval pública de Cartagena) y las que en la actualidad no están mucho mejor que aquellas que lucharon en las calles por sus puestos de trabajo el mismo año de los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Expo de Sevilla. “Las experiencias del precariado actual nos podían permitir revivir el pasado”, reflexiona el autor.
Con personajes sacados de asociaciones vecinales, sindicatos, curiosos y “cualquiera que tuviera una buena historia que contar”, las charlas de bar adquieren un profundo carácter social sobre el mercado laboral, las clases sociales, la política, la inmigración y las posibilidades de desarrollo vital, dialogando con la actualidad en un territorio donde Vox entró en el Parlamento regional en 2018. “El objetivo es poner relatos e ideas en circulación para mirar al futuro”, defiende López Carrasco. “Formular las preguntas adecuadas para saber cómo tiene que ser el sindicalismo de aquí en adelante, pero también muchas otras alianzas del futuro”.
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