Uno de los momentos de gran felicidad cuando el verano me pillaba en Barcelona era, de paseo por el centro en una tarde tórrida, hacer parada técnica en una horchatería artesana. Echo de menos la horchata con fartons de Valencia ahora que vivo en Francia porque las propuestas que me ofrece el mercado francés para apagar la sed en verano no me convencen para nada. No me parecen ni tan sanas, ni tan naturales, ni tan refrescantes. Así que me he decidido a fabricarme yo misma la bebida. Si cocino mi comida ¿por qué no cocino también mi bebida? Por desgracia no podré tomarme una horchata valenciana versión gala, puesto que no encuentro por aquí chufas, pero sí puedo fabricar otro tipo de leche vegetal.
Desde que vi el documental The milk system, del que hablamos en el artículo De ordeñar vacas a exprimirlas como limones, tomé conciencia de la importancia para mí de abandonar el consumo de leche animal. He estado probando varias leches vegetales industriales y me resultan prácticas, pero creo que la mejor opción, si uno puede, es la leche vegetal DIY (do it yourself o hazlo tú mismo), como uno mismo se hace el zumo de frutas o el té de la tarde.
Más pasa el tiempo y más me convenzo de que como sociedad hemos hecho dejación de funciones en demasiados ámbitos y eso ha sido un craso error. De la educación, por ejemplo, se encarga por defecto la Administración pública; y de la alimentación, la industria alimentaria. En el texto Cuando la leche no es leche, pero así la llamamos explicaba cómo no podemos confiar ciegamente en los dictámenes de la Unión Europea, supuestos garantes de la seguridad alimentaria, ni confiar en los consejos de la agroindustria porque en cuestiones de alimentación no siempre es el criterio del interés nutricional ni el de la verdad el que se impone.
¿Por qué aceptar sin rechistar la limitación que nos impone nuestro supermercado?
¿Por qué no empoderarnos, ni que sea un algo, para retomar el control y el poder sobre nuestras vidas? En lo que a la alimentación respecta nos va en ello la salud. Y en estos tiempos revueltos que corren tener una buena salud es la mejor de las defensas posibles. Para poder producir mis leches de manera sencilla y eficaz me compré un aparato de fabricación española, el Vegan Milker, que me recomendó mi amiga mexicana Amalia. Ella me cuenta que en México a las leches vegetales se les llama en general “horchata”. Qué lejos llegó el invento de los árabes instalados en Valencia hace unos cuantos siglos atrás.
Con el Vegan Milker te llega a casa un recetario muy práctico. Además de las recetas, me llamó la atención la introducción, puesto que aborda la historia de la leche vegetal. Para quien le interese profundizar en el tema, recomiendo leer este artículo. Yo solo señalaré que ya en el siglo IV de nuestra era un autor romano habla en su obra gastronómica de este tipo de bebida, tal cual. El concepto se encuentra en múltiples culturas desde la noche de los tiempos así como su uso para beber, para cocinar e incluso como remedio medicinal. Me digo que esta información es de gran interés para los eurodiputados que meditan sobre la conveniencia de permitir el término leche vegetal, una supuesta novedad en el mercado que, a la postre, resulta ser algo tan viejo como el ir a pie. Europa es el único continente que prohíbe su uso en el etiquetaje para vergüenza nuestra.
Encuentro muchas ventajas a fabricarse uno mismo las bebidas. He mencionado ya el empoderamiento en el ámbito de la alimentación, una necesidad casi urgente, diría. Pero hay muchos otros aspectos positivos: el descubrimiento de una novedad gustativa ante la rutina del menú semanal que se repite cansinamente, el atrevimiento de mezclar sabores y de degustarlos y la posibilidad de educarnos no solo a nosotros mismos en el (buen) gusto sino también a nuestros hijos. La semana pasada hice leche de anacardos con mis dos pequeños. No les fascinó el resultado final, pero me ayudaron a hacerla y luego estuvieron dispuestos a probarla. ¿Por qué aceptar sin rechistar la limitación que nos impone nuestro supermercado cuando tenemos, si queremos, la libertad y la posibilidad de mezclar productos, aromas y sabores a nuestro criterio y antojo?
Me veo venir de frente las objeciones. Todo esto es muy bonito sobre el papel, pero requiere tiempo, dinero, esfuerzo, paciencia… Está claro que es mucho más sencillo abrir una lata o un brick, sin siquiera comprobar los ingredientes, y posiblemente es mucho más barato, pero ¿es mejor para nuestra salud? ¿Es mejor para el planeta? ¿Es mejor para nuestra vida? Esta semana voy a fabricarme leche de almendras o, mejor dicho, llet d’ametlles, en catalán. Ahí tengo anclado otro recuerdo memorable de mis veranos: los almendros mallorquines convertidos en helado delicioso para merendar en el mítico Can Joan de s’Aigo en Palma. A falta de viajes, bienvenida sea la cocina.
Concluyo el artículo con las razones que esgrime el blog lechevegetal.com para fabricarse uno mismo su leche:
- Tardas menos en hacerte una leche vegetal natural en casa que yendo a un supermercado a comprar la versión industrial.
- Es significativamente más nutritiva la leche recién hecha.
- Es mucho más barata.
- Controlas qué comes porque lo haces tú con las semillas que quieres.
- No generas basura, envases, y consumes menos energía.
- No colaboras con las grandes multinacionales que están arrasando el planeta.
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