A un tiro de piedra de la catedral de Sevilla, el mayor templo gótico de la cristiandad, y construida cuando la llamada “montaña hueca” estaba aún en obras, el banquero y comerciante genovés Francisco Pinelo mandó levantar un palacio sobre varias casas medievales que se convirtió en uno de los primeros exponentes del Renacimiento en la ciudad andaluza. Sin embargo, la Casa de los Pinelo (calle de los Abades, 12 y 14), en pleno casco histórico, muy cerca del triángulo declarado patrimonio mundial que forman el Real Alcázar, la catedral y el Archivo de Indias, es una desconocida incluso para muchos sevillanos.
Este palacio de unos 2.500 metros cuadrados es como un catálogo en el que seguir la historia de la arquitectura del siglo XVI, desde el gótico mudéjar hasta el plateresco, asegura Pedro Barrero, doctor en Arquitectura que ha dedicado su tesis al edificio, monumento nacional desde 1954. Y, lo que muchos no saben, tiene sus puertas abiertas tanto para visitas individuales como para los recorridos guiados que organiza, en sábados alternos, Engranajes Culturales (info@engranajesculturales.com; entrada: 12 euros).
Tras una larga lista de moradores, desde la famosa familia genovesa, íntima de Colón, hasta las academias de Bellas Artes y Buenas Letras que la ocupan desde 1981, la casa ha tenido un sinfín de usos. Uno de los hijos de Francisco Pinelo, Jerónimo, que además de canónigo fue maestrescuela y contribuyó a la creación de la Universidad de Sevilla en 1505, la vendió a la Fábrica de la Catedral en 1523 y permaneció en manos de la Iglesia hasta que se desamortizó en 1855. A partir de entonces fue imprenta, colegio, fundición y hasta hospedería entre 1885 y 1964, cuando Don Marcos la convirtió en una pensión con 75 habitaciones; comenzó siendo un establecimiento de tanta categoría que apareció hasta en las postales que Purger & Co. hizo en la ciudad hacia 1905.
A pesar de los vaivenes sufridos en sus cinco siglos de vida, el edificio ha llegado hasta el XXI en muy buenas condiciones, sobre todo sus espléndidos techos. Barrero y el doctor arquitecto y profesor de la Escuela de Arquitectura de Sevilla Antonio Gámiz los han estudiado gracias a un documento que se conserva en el archivo de la catedral, Apeo y deslinde de 1542, en el que un alarife (maestro de obras) describe pormenorizadamente toda la casa —su estudio sobre las techumbres solo ha sido publicado antes en la revista especializada online Ge-Conservación—. De forma que ahora se conoce con certeza cuáles son las techumbres originales de principios del siglo XVI.
Tras una sobria fachada de piedra, el visitante encuentra el patio del apeadero, por el que se entraba a caballo o en carruaje, y accede a la parte más noble: el patio de honor. “Un excelente ejemplo del plateresco con columnas de mármol genovés con el que Pinelo quería mostrar su poderío en relación con los grandes espacios de recepción que tenía la Sevilla de entonces, como los del palacio del Rey Don Pedro, en el Real Alcázar; la Casa de Pilatos y el palacio de las Dueñas”, asegura Barrero, quien conoce el edificio a la perfección, ya que su padre fue conserje de los Pinelo y desde que el Ayuntamiento se lo cedió a las academias, en 1981, hasta 2008 su familia vivió en la casa. “Después de los Pinelo, el siguiente eslabón en la arquitectura sevillana es el palacio de Mañara, un edificio tardorrenacentista de principios del XVII que se decora cuando ya se había construido El Escorial, que tiene una enorme influencia en todo lo que se hace después. Como escribió Fernando Chueca Goitia [arquitecto y humanista], ‘El Escorial cierra la primavera del plateresco en España”, explica Barrero.
Una torre para contemplar
El torreón-mirador, inspirado en las villas italianas y con elementos góticos, fue el primero que se construyó en Sevilla sin una finalidad defensiva, para un uso meramente contemplativo. Fue uno de los principales elementos del palacio con los que los Pinelo mostraron su poderío. Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre si fue el padre, Francisco, en el último tercio del siglo XV, o su hijo Jerónimo, a principios del XVI, quien inició el proyecto.
La planta baja conserva prácticamente todos sus techos originales, con ejemplos tan bellos como el de la biblioteca de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras (954 22 51 74), un entramado de vigas de madera pintadas que conserva la decoración hexagonal renacentista con los escudos de Pinelo (tres piñas) y su esposa, María de la Torre (tres medias lunas), y que protege unos 20.000 volúmenes, algunos del siglo XVI, como las Obras de san Isidoro de Sevilla. Destaca también, en un pequeño pasillo que conduce al jardín, su bóveda con yeserías octogonales inspiradas en el tratado de arquitectura de Sebastiano Serlio (1537).
La entrada al patio de honor, como en la arquitectura islámica, se hace en esquina, y junto a una bella columna trenzada aparece la majestuosa escalera que lleva a la planta alta, donde se aloja la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría (abierta martes y jueves, de 11.00 a 13.00; 954 22 11 98). En su entreplanta se encuentra el salón de plenos con la techumbre “más espectacular del palacio”, afirman los arquitectos. Es un gran artesonado mudéjar decorado con piñas alusivas al escudo familiar.
Bellas Artes, heredera de la Academia del Arte de la Pintura que fundaron Murillo y Valdés Leal junto a otros artistas en 1660, muestra en una de sus salas valiosos documentos del momento de la fundación y varios manuscritos del pintor de las Inmaculadas. Aunque la colección, desplegada en los salones de la planta alta, reúne pintura y escultura de los siglos XVIII al XXI, hay obras anteriores como dos cuadros de Giuseppe Cesari, El Caballero de Arpino (1568-1640), manierista italiano en cuyo taller se formó Caravaggio y que trabajó a las órdenes de dos papas.
La pequeña capilla, una de las joyas del monumento sevillano, conserva su artesonado pintado original y sus azulejos del XVI, y eso a pesar de que este espacio se convirtió en baño durante la etapa en la que el palacio fue la pensión Don Marcos.
Los fondos de Bellas Artes han ido creciendo con donaciones de los académicos y con los retratos que se hacían entre ellos, especialmente en el XIX. Así aparece José Domínguez Bécquer pintado por su hijo Valeriano, hermano del poeta, o José Jiménez Aranda visto por los pinceles de Eduardo Cano. Además, junto a los cuadros de Cabral Bejarano o Alfonso Grosso se exhibe un capote de paseo de El Bala con una cabeza de toro pintada y firmada por Picasso, después de que el matador le brindara la faena en una plaza de Francia, en 1964. Del genio malagueño puede verse también un óleo cubista de 1907.
El palacio alberga además una colección de más de un centenar de piezas de arte oriental del XVII al XX donada por el jesuita Fernando García Gutiérrez. Obras de China y Japón que también han encontrado un sitio en esta caja de sorpresas renacentista.
Encuentra inspiración para tus próximos viajes en nuestro Facebook y Twitter e Instragram o suscríbete aquí a la Newsletter de El Viajero.