De una nevada sin precedentes en más de cien años a una excepcional ola de frío; de tormentas típicas de primavera o verano a una amplitud térmica de más de 50 grados… Este invierno en España ha transcurrido de rareza en rareza, de asombro en asombro. Durante la estación, que a efectos meteorológicos comenzó el 1 de diciembre y acabó el 28 de febrero, se ha producido todo el catálogo de fenómenos posibles, “muchos extremos, algunos muy adversos y varios completamente inusuales”, resume Rubén del Campo, portavoz de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet).
De ellos, Del Campo destaca un temporal a finales de diciembre, que resultó clave para todo lo que sucedería después. Sus intensos vientos del norte trajeron a la Península una masa de aire ártico, que se quedó estancada y siguió enfriándose. La interacción entre esta masa y el flujo de aire de la borrasca Filomena, muy húmedo y relativamente cálido, causaron la “histórica” nevada, que fue la más intensa y extensa en lo que va de siglo y, en Madrid, desconocida desde 1904.
Tras Filomena, llegó la segunda ola de frío, en la que se batieron cinco récords de temperatura mínima más baja. No solo las mínimas fueron gélidas, sino que el termómetro apenas subió de día, por lo que también cayeron dos récords de máximas más bajas. Y, después, bandazo de extremo a extremo en apenas 10 días, con un episodio de temperaturas inusualmente altas en el que se tumbaron 20 récords de calor. El 29 de enero, se llegaron a rozar los 30º en Alicante, la temperatura más alta jamás registrada en enero en la red de Aemet. Entre los -25,2º de Molina y los 29,8º de Alicante hay 55 grados de bestial amplitud térmica nunca antes vistos en España.
A continuación, la borrasca Hortense dejó una anómala noche de tormentas en el interior. “En la zona centro puede haber una tormenta en enero cada 10 o 15 años”, detalla el experto, para subrayar que incluso se produjo una línea de turbonada o tormentas organizadas, “un toque inusual en lo ya inusual”. Lo más alucinante es que se repitió el 5 de febrero. “Si ya es raro que haya una en invierno, dos es una auténtica rareza”, describe Del Campo, agotando los calificativos. Y, como redoble final, dos intrusiones de polvo en suspensión muy intensas en febrero, algo “bastante inusual”. La primera causó una lluvia de barro que llegó hasta los Pirineos, donde hacía 30 años que no se veía la nieve de un color tan ocre.
¿Se ha vuelto loco el tiempo este invierno? “Ha sido una temporada de extremos, casi nada de lo ocurrido es habitual. No sé si este invierno se ha vuelto loco, pero más que otros sí”, responde el portavoz de Aemet. Más que loco, para el veterano meteorólogo Ángel Rivera el calificativo sería “energético”. A su juicio, lo sucedido no es más que “la expresión de una atmósfera con más energía”, producto de la “intervención de aire relativamente cálido y muy húmedo proveniente de zonas tropicales”, lo que “debería investigarse con la mayor prioridad, dado que se está manifestando cada vez con más frecuencia y dadas sus consecuencias para España”. Pero, ¿de dónde proviene la energía extra? “De los océanos, el gran almacén donde se acumula el 90% del calor retenido por los gases de efecto invernadero. Son ellos, sobre todo en las zonas tropicales y subtropicales, los que lo ceden a la atmósfera, calentando el aire y aportando el agua que se evapora y se añade como vapor, lo que genera aún más energía al ascender y condensarse”, detalla Rivera.
José Miguel Viñas, de Meteored, apunta que las “locuras del tiempo invernal no son algo extraordinario”, admite que este año han estado “por encima de lo habitual”. Viñas lo atribuye a “una corriente en chorro ―una especie de autopista aérea que circula de oeste a este, con intensos vientos y que separa las masas de aire frío del norte de las cálidas del sur― con mayor ondulación”. Estas ondulaciones interaccionan con las masas de aire más cálidas provinientes de latitudes más al sur, lo que da lugar a “trenes de borrascas” que generan una sucesión de fenómenos adversos.
¿Hay un nexo de unión? “En los últimos años se están sucediendo una gran cantidad de fenómenos adversos en España, con el doble de olas de calor que la década anterior y unas lluvias torrenciales cada vez más intensas. Todo esto encaja con los escenarios de cambio climático, en los que sube la temperatura media y aumenta la varianza, es decir, el clima se hace más extremo, con periodos de sequía y de lluvia más habituales y prolongados”, explica Del Campo, que recuerda, al igual que Rivera, que es necesario analizar cada fenómeno para confirmar esta tesis.
Que aumente la frecuencia de las olas de calor “ni mucho menos quiere decir que las de frío vayan a desaparecer”. Para la salud humana, el frío no es menos peligroso. El investigador Julio Díaz Jiménez, del Instituto de Salud Carlos III, recuerda que en España murieron de media al año 1.300 personas al agravarse sus patologías por el calor entre 2001 y 2010, mientras que de frío fueron 1.100, con una media diaria más alta, “y no hay planes estatales de prevención ni alertas de Sanidad específicas, como sí los hay de calor”.
A su juicio, preocupa menos porque sus efectos quedan diluidos, al producirse las muertes de siete a 14 días después. “Cuanto más nos adaptamos al calor, más nos desadaptamos al frío”, advierte. De hecho, la mortandad por cada grado de más aumentaba el 14% entre 1983 y 2003 y ahora apenas lo hace un 2%, mientras que por cada grado de menos se mantiene constante en un 5%. El biólogo Francisco Heras, de la Oficina de Información sobre Cambio Climático del Ministerio de Medio Ambiente, asegura que Sanidad trabaja en un plan contra el frío y que lo estudia también para inundaciones y tempestades. “El peligro puede ser cada vez más importante, pero el impacto puede limitarse y reducirse”, sostiene.
¿Y qué consecuencias tiene para el medio ambiente? Manuel Morales Prieto, profesor de Ecología de la Autónoma, explica que cualquier especie en equilibrio es bastante resiliente a eventos extremos aislados. Incluso, pueden ser beneficiosos en términos evolutivos. Sin embargo, hay muy poco equilibrio al estar la mayoría de los hábitats modificados por el hombre, por lo que lo previsible es que haya provocado “una mortandad directa enorme y una fuerte caída de la reproducción”. En las aves, teme graves consecuencias en las que invernan aquí y en especies no migratorias, mientras que para las plantas “fueron peores las heladas que las nevadas al romper el frío los tejidos”. El efecto es “realmente nefasto en poblaciones pequeñas, ya que puede disparar su declive”. Si, tal y como se prevé, los eventos extremos se repetirán con frecuencia, “se produciría un devastador efecto acumulativo en especies en peligro y puede dar al traste con poblaciones a gran escala”.
Cuando 30º en enero no se ven como una amenaza
La profesora de la Universidad madrileña Carlos III Mercedes Pardo Buendía, especializada en Sociología del Medio Ambiente y del Cambio Climático, apunta a que esta gran nevada, al igual que la covid, nos ha dado “una idea clara de cómo puede ser una catástrofe”. “Hay que aprovechar lo sucedido para hacer más pedagogía, hay que ahondar en la concienciación y en que empresas y administraciones tomen medidas preventivas, desde el urbanismo bioclimático a mejoras en el transporte público y en el sistema sanitario y sistemas de alerta con la información adecuada, al tiempo que se incide en la educación”, reclama.
Sin embargo, “no es fácil que se produzca una respuesta”, lamenta Verónica Sevillano, profesora de Psicología Social de la Universidad Autónoma de Madrid y secretaria de la Asociación de Psicología Ambiental, porque el problema que se percibe “como algo abstracto, que no nos influye directamente y muy a largo plazo”. En su opinión, hay dos importantes barreras psicológicas que bloquean la acción: “Que no se establece una relación entre estos fenómenos y el cambio climático y que no se piensa que las consecuencias vayan a ser relevantes para mí”. Según Sevillano, que haga 30º en enero “no hace que aumente la percepción de riesgo porque no se percibe como amenazante, al revés, aumenta nuestra felicidad y nuestro estado afectivo es más positivo”.
Los fenómenos de la temporada, uno a uno
– La primera anomalía llegó rozando el invierno. Fue la borrasca ‘Clement’, monitorizada por el Centro Nacional de Huracanes de EE UU por sus tintes subtropicales.
– Se suceden dos borrascas profundas en apenas cuatro días, el día 3 ‘Dora’ y, el 7, ‘Ernest’, ambas con avisos rojos por mala mar. Estos no son tan inusuales como los de nieve, se decretan de media tres por invierno, pero esta temporada se han disparado.
– Primera ola de frío en dos inviernos. Aunque al principio no se decretó, el análisis de los datos ha revelado que entre los días 5 y 8 ya hubo una ola de frío pre-‘Filomena’, con -17º en Reinosa (Cantabria).
– El día 5 se nombra a ‘Filomena’, que los días 8 y 9 dejó una nevada histórica al acumularse hasta 50 centímetros de nieve en ciudades como Madrid, Toledo, Guadalajara y Teruel y 20 centímetros en Zaragoza.
– Del 11 al 18 de enero, la segunda ola de frío, excepcionalmente intensa y duradera, con -27° en Torremocha del Jiloca (Teruel) y -25,2º de Molina de Aragón (Guadalajara).
– Carrusel de borrascas del 19 al 26, tres de ellas con nombre, ‘Gaetan’, ‘Hortense’ e ‘Ignacio’. En enero hubo en total cinco borrascas con nombre, un récord en la corta historia de los nombramientos del grupo del suroeste. Portugal, Francia, Bélgica y España bautizan a las borrascas con gran impacto, las que generan avisos naranjas por viento, desde 2017.
– Episodio de altas temperaturas del 27 al 29. En menos de 10 días, las temperaturas pasaron de estar hasta 15º por debajo de lo normal a estar 15° por encima. El mes quedó partido por la mitad, con la primera quincena como la más fría desde 1985, con 4,2º por debajo de lo normal, y la segunda con 3º por encima.
– El 15 de febrero se produjo una entrada de polvo en suspensión muy intensa, que afectó a la vertiente mediterránea. En zonas del Levante, hubo una deposición seca, es decir, llovió polvo.
– Nuevo episodio de calima. El 25 de febrero se superaron los niveles de riesgo en Ceuta, Melilla y gran parte del centro y sur peninsular.
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