Un intenso humo de color morado se ha extendido este martes por Parliament Square, en Londres, mientras los diputados debatían en la Cámara de los Comunes una nueva Ley de Seguridad que, entre otras cosas, pretende dar a la policía más poderes para restringir las manifestaciones callejeras. Cada tarde, desde que el pasado sábado un grupo de agentes cargó contra algunas de las mujeres que asistían a la vigilia en honor de Sarah Everard, centenares de personas se manifiestan frente al Parlamento para reclamar el fin de la violencia machista en las calles de Londres. Este martes celebraban que las bengalas llenaran la plaza del color que simboliza el feminismo.
La ejecutiva de 33 años fue secuestrada y asesinada hace dos semanas por Wayne Couzens, un oficial de policía de 48 años actualmente detenido. “Había hecho todo lo correcto. Llamó a su pareja antes de regresar a casa y buscó la zona más iluminada del trayecto. No puede ser que vivamos constantemente con esta inseguridad que los hombres no tienen”, explica Abi, de 27 años, que esperaba a que fueran llegando el resto de manifestantes sentada en el bordillo de la plaza. No le preocupa que el número de personas que acuden a protestar se haya reducido desde que el pasado domingo miles de mujeres y hombres salieron a las calles.
Aquel día la irritación general por el modo en que la Policía Metropolitana había golpeado y detenido a varias de las asistentes al homenaje a Everard —un homenaje al que llegó a acudir Kate Middleton, la duquesa de Cambridge— se hizo notar en las calles de Londres. Era un domingo, sin embargo, y la entrada de la semana, junto a la catarata de promesas del Gobierno de Boris Johnson para intentar apaciguar los ánimos, han logrado rebajar la tensión. “Pero no importa que ya no seamos tantas en las calles. Lo significativo es que el nivel de conversación entre las mujeres, sobre todo a través de las redes sociales, ha subido varios decibelios. Y nos ha servido para saber qué hombres son nuestros aliados y cuáles no”, dice Emma (30 años) junto a una amiga en una esquina de la plaza.
Los policías que, de tres en tres, patrullan por los alrededores, se mantienen convenientemente alejados de las manifestantes y se limitan a vigilar discretamente. La justificación del pasado sábado para dispersar la vigilia fue precisamente la necesidad de mantener las medidas de distanciamiento social que siguen vigentes en todo el Reino Unido para intentar frenar la pandemia.
Las personas concentradas este martes —algunas con mascarilla, otras no— han incumplido claramente la norma, pero la orden superior que prevalece después de muchas horas de tensión es la de mantener la calma y mirar para otro lado. “Están utilizando la excusa del coronavirus para suprimir nuestro derecho de protesta. ¿Qué parte no entienden de que el propósito último de toda protesta es precisamente ser disruptiva?”, proclama con un megáfono una de las representantes de Sisters United, la organización feminista que se esfuerza en mantener la llama que encendió la chispa del asesinato de Everard.
“¡Qué mas da si estamos solas bebiendo! ¡Qué mas da si estamos a oscuras!”, grita a los centenares de personas que han formado un círculo en torno a ella y repiten en alto cada una de las proclamas. Unos metros más allá, bajo la estatua de la sufragista Millicent Garret Fawcell (“La valentía llama a la valentía en todas partes”, dice el cartel que sostiene la figura de bronce), otras manifestantes desprecian las propuestas del Gobierno de Johnson para reforzar la seguridad de las mujeres. Especialmente, además de más agentes de policía y más cámaras de seguridad, la sugerencia de introducir agentes de paisano de vigilancia en los clubes nocturnos. “No han entendido nada. En vez de proteger a la gente, lo que quieren es acabar espiándonos a todos”, dice Ksenia, de 26 años y llegada a Londres desde Rusia hace siete. “Es la segunda vez en mi vida que he sentido la necesidad de manifestarme. La primera vez fue contra el Brexit”, explica con una sonrisa.
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