La violencia que aún sufren las mujeres a manos de los hombres es un terrible fracaso de la educación, la convivencia y el respeto que deben primar en cualquier sociedad. En ocasiones, esta inaceptable injusticia se convierte en clamor, en grito de socorro ante un entorno hostil que no solo es aún incapaz de evitarlo, sino que además sigue responsabilizando a las víctimas de su propia seguridad. Las libertades de las mujeres son más complicadas de ejercer que las de los hombres si ellas no se protegen, según el mensaje que sigue circulando en pleno siglo XXI y como demuestra demasiadas veces la realidad.
Es lo que ha ocurrido con el secuestro y asesinato de Sarah Everard, una mujer de 33 años que el 3 de marzo salió a las nueve de la noche de casa de unos amigos en el sur de Londres para caminar hasta la suya y que, tras hablar con su novio por teléfono y quedar con él para el día siguiente, desapareció. Al no dar más señales de vida, este lo denunció, y la policía emprendió una búsqueda que desembocó en el hallazgo de sus restos en una bolsa una semana después y la detención de un agente como sospechoso. Los restos se pudieron reconocer gracias a los registros dentales.
Este crimen atroz generó una movilización importante entre numerosas mujeres de Londres, pero lo que ha elevado la temperatura es la actitud de la policía, que fue por las casas pidiendo a las mujeres que no salieran —según los testimonios recabados por la prensa británica en la zona—, y, sobre todo, por la represión de la vigilia celebrada el sábado en honor de Sarah Everard y a la que asistió, por ejemplo, la propia Kate Middleton. Los policías usaron la fuerza contra las concentradas y detuvieron a varias en cumplimiento de las restricciones contra la covid, lo que desató aún más indignación. Los sucesos han coincidido con el debate en el Parlamento de una ley que da más poderes a los policías para controlar las concentraciones y evidencian la creciente dificultad en todos los países para hacer posible el derecho a la manifestación en estados de emergencia como los que ha provocado la pandemia. El propio Boris Johnson se declaró afectado por las imágenes de la represión policial, que deberán ser objeto de serio escrutinio.
Más allá de esto, la hipervigilancia que se pidió a las mujeres para garantizar su propia seguridad mientras los hombres pueden seguir circulando sin miedo por las calles es un recurso demasiado pobre. Hay que avanzar urgentemente hacia sociedades en las que la seguridad de las mujeres no deba sentarse en protocolos de autoprotección. Se trata de una tarea sistémica, que empieza por educar a los niños de manera tal que ya no sea necesario educar a las niñas a elaborar praxis de seguridad —que no pueden evitar inaceptables miedos y agresiones—.
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