A La Vera se va para no quedarse quieto, una forma también de descansar. Esta frondosa comarca del norte de Cáceres cuenta con 45 gargantas naturales, 19 pueblos, un monasterio y un parador. La abundancia de agua se manifiesta de forma obvia a través de las charcas aptas para el baño y, de manera sutil, en los manantiales que convierten esta lengua a los pies de la sierra de Gredos en una zona fértil, verde y fresca. Las calles y las casas veratas de entramados de madera de Garganta la Olla y Villaverde de la Vera, por seleccionar dos municipios hermosos, acogen al visitante cuando no está en una ruta por el monte o refrescándose en las aguas del deshielo. El monasterio de Yuste, retiro final del emperador Carlos V —uno de los dueños del mundo— recibe a lugareños convertidos en peregrinos y a turistas atraídos por el qué y por el dónde. Y en medio de todo se erige el parador de Jarandilla de la Vera, un castillo-palacio medieval que, a partir de su luminoso patio de armas, brinda fuerzas para empezar y descanso para terminar.
El parador y su comarca
Este alojamiento de cuatro estrellas atrae a visitantes movidos por la naturaleza, la cultura y la gastronomía con la consiguiente repercusión económica para la zona. Un efecto visible que no es el único. Su directora, Natalia Martínez, ha emprendido una renovación pausada pero sostenible desde que tomó el mando hace 10 años. El hotel se ha convertido en un gran expositor de la comarca. Esta leonesa de 41 años ha organizado mercados renacentistas para recordar la estancia del ilustre huésped mientras se construía el monasterio de Yuste; lo ha transformado en una feria de productos ecológicos a sabiendas de que lo que está por venir puede ofrecer tantos réditos como lo que ya fue pero siempre queda; y ha incluido proveedores locales —aquí, más que de kilómetro cero son de kilómetro 30, la distancia hasta los pueblos limítrofes de la comarca— en la carta y en una vitrina en la recepción. Productores de miel, de verduras, de mermeladas, de frutos rojos, de aceite, de higos; y ceramistas y herreros. “El sector primario es muy potente y en esta zona la gente es muy artista”, resume la directora desde el patio de su casa. Martínez vive dentro del parador con su perra. “Claro, somos pet-friendly”, añade. “Muchos clientes vienen a pasear y a visitar los pueblos y traen a su mascota”, cuenta en una silla de forja, al lado de la fuente de piedra que ordena el patio.
A diferencia de los paradores que se ubican en capitales de provincia, el influjo de este establecimiento se extiende por toda la comarca. Si bien los jarandillanos reconocen el parador como un lugar especial e importante en el desarrollo de la zona, su asistencia se ha reservado a contadas celebraciones. “Siempre fue tradición ir a desayunar el día de Navidad o en año nuevo”, recuerda un lugareño en la terraza de un bar cercano, en la carretera general del pueblo, la que hacia el este conduce a Losar de la Vera y hacia el oeste, a Cuacos de Yuste. Natalia Martínez se ha afanado en abrir el parador más al pueblo mediante la organización de conciertos, representaciones teatrales, proyecciones de películas y la presentación de proyectos. “Los jarandillanos lo consideran un referente, pero también lo han percibido como algo un poco elitista”, reconoce. “Programamos actividades para devolvérselo, para que tengan el sentimiento de que es suyo”, añade.
DENTRO DEL PARADOR Y FUERA, EN LAS GARGANTAS
Garganta de Cuartos
Un caso paradigmático es el de Lourdes Prado y José Ramón López, una pareja que vive en la zona. Prado, pacense, fue la que propuso tener la primera cita con López, nacido en el vecino pueblo de Losar de la Vera, en el parador. “Yo he llevado a muchos amigos y a mi familia”, afirma Prado, médica en el centro de salud. “A los del pueblo nos cuesta más”, reconoce López, técnico en el mismo ambulatorio. “Es lo que más glamur le da a La Vera, pero en ocasiones lo hemos considerado inaccesible”, revela López en una terraza de la garganta de Cuartos, una poza esplendorosa. “Se trata de un prejuicio que tienen los de aquí, aunque yo voy muchísimo”, tercia Prado.
¡Pumba!
Los chavales, aún imprudentes, se lanzan desde los cinco metros de altura del puente medieval de Cuartos. A medida que los días se tornan más cálidos, la afluencia de bañistas aumenta. Las charcas, como se conocen popularmente, suponen el lugar de recreo preferido para familias, adolescentes y adultos; para parroquianos y forasteros. El plan no dista mucho de una jornada típica en la playa: estar y disfrutar.
El curso del agua —calificada como helada para los que prefieren el Mediterráneo, simplemente adecuada para los defensores del Cantábrico— se represa en algunos tramos para aumentar la profundidad y facilitar el nado. Las piedras que delimitan el cauce sirven como apoyo para la toalla o la nevera. Las más concurridas —las más bonitas y grandes y accesibles— gozan de establecimientos donde tomar caldereta de cabrito, migas extremeñas y patatas revolconas. Uno de ellos es el restaurante Puente de Cuartos, regentado por Ángel Frías. “Por supuesto que ofrecemos los platos típicos pero aquí hay que tener de todo”, explica. De todo es carne a la piedra y paellas para el que prefiere sentarse a la mesa el domingo, y bocadillos y latas de bebidas para los que entienden un día en la charca de otra manera.
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La Casa de las Muñecas
Como complemento al plan de las piscinas naturales, La Vera cuenta con varios pueblos en los que pasar el día. El municipio de Garganta la Olla, ubicado en un valle, supone una excelente muestra de la arquitectura local. A siete kilómetros del monasterio de Yuste, era el lugar al que acudían los servidores de Carlos V para beber y mezclarse. Llama la atención al pasear por el pueblo una vivienda de color añil contigua a la plaza del Diez de Mayo. Se trata de la Casa de las Muñecas, un lupanar de la época. Cinco siglos después se ha convertido en una tienda de comestibles de nombre Tu Rincón. Mario Fagúndez, cuya familia es propietaria de la casa, ejerce de tendero y de guía turístico. A veces coloca en el mostrador un mapa antes que un queso de cabra. Este hombre locuaz de 30 años, que estudió Magisterio en Cáceres, resume lo que sucede en la Vera: “Aquí está todo conectado. El parador, el monasterio, Garganta la Olla, Valverde de la Vera”. Toma aire y continúa: “El pimentón, la cereza, el queso…”. Y remata en referencia ya a España: “Tenemos luz, agua y materia prima. Somos la despensa de Europa”.
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Garganta la Olla, conjunto histórico-artístico, conserva en muy buen estado su trazado arquitectónico de los siglos XV y XVI. Una pareja de turistas neerlandeses, Annelunc Best y Bart de Haan, acuden a visitar las casas típicas veratas del barrio de la Huerta, construidas en piedra en su planta baja y rematadas con madera y adobe en los niveles superiores. Estos jóvenes de 30 años partieron de Utrecht en un todoterreno para realizar una vuelta al mundo que terminará en Japón y les llevará un año y medio. Hospedados en un camping, un alojamiento típico, se acercaron a tomar un café al patio del parador. La pareja, con ropa de verano en primavera, recorre el pueblo tras haber pasado el día anterior en el charco del Trabuquete. Una ruta que comienza en Guijo de Santa Bárbara y que concluye con un baño en un lugar más elevado de la sierra. Fagúndez, el tendero, permanece atento en la puerta de su negocio; ya cuando era un niño salía a la calle e invitaba a los turistas a conocer la Casa de Muñecas, su casa, por dentro.
Paisaje y paisanaje de La Vera
Fijar y atraer población
El turismo rural como generador de riqueza se complementa con nuevas empresas agroalimentarias que saben de la fertilidad de estas tierras. El plan de Los Confites, una finca que produce frutas, verduras y hortalizas ecológicas, trasciende el cada vez más popular “de la huerta al plato o tu casa”. Son tantas las variedades de cultivos que han convertido la finca en un jardín botánico de las especies que se dan en la Vera, que es todo en realidad, porque a los autóctonos cerezos, higueras, tomates o pimientos hay que sumar aguacateros, limoneros y viñedos. “Un showroom”, describe Pablo Prieto, el ingeniero agrónomo que trabaja en el día a día junto con los hortelanos. Este madrileño de 36 años, con familia en la zona, traspasó la tienda ecológica que regentaba en Aravaca (Madrid) a finales de 2019 para asentarse en La Vera.
Mientras terminan la rehabilitación de un antiguo secadero de tabaco para convertirlo en restaurante y tienda, Los Confites han organizado un concurso para que los vecinos aporten semillas de tomate autóctonas y de pimientos en un gesto por incorporar emocional y técnicamente a las gentes de La Vera. Prieto se va a encargar de que esas matas crezcan y den frutos para luego celebrar una cata con expertos en busca de los más sabrosos y los más picantes. Los carteles de Se buscan semillas están repartidos por la comarca. El parador lo exhibe a la entrada para que los extremeños participen y para que los visitantes sepan qué es lo que les espera.
EXTREMADURA, EN 7 PARADORES
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Créditos
Redacción y guion: Mariano Ahijado
Fotografía: Andy Solé
Coordinación editorial: Francis Pachá
Coordinador de diseño: Adolfo Doménech
Diseño y maquetación: Juan Sánchez y Rodolfo Mata
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