El tejo guarda unos cuantos secretos. Escaso y frondoso, su linaje se remonta a tiempos antiguos, cuando el clima en España era más húmedo y tropical. Su madera, muy elástica, era la predilecta en la fabricación de arcos, y de su interior se extraía un potente veneno. El tejo es también el árbol sagrado de los celtas, el árbol de la muerte que crecía en casi todas las iglesias del norte peninsular.
Junto a los tejos crecen peonías, minúsculos alcornoques, encinas -que llevan a rajatabla la economía del agua-, enebros, arces de Montpellier, retamas que lo aguantan todo. Son algunos de los ejemplares que se cultivan en un pequeño vivero de Tres Cantos (Madrid), una de las muchas ramificaciones provinciales de ARBA, una asociación ecologista con tres décadas de historia. Desde hace 23 años, vecinos de toda edad y condición velan por la naturaleza que lleva siglos creciendo en los terrenos del municipio madrileño. Escrito en una pizarra, su canto de guerra resume su misión: ¡Semillar! ¡Plantar! ¡Regar! ¡Au, au, au! Lo mismo sucede con cada tribu comarcal de ARBA, protectores de las especies autóctonas de los distintos paisajes de la península Ibérica y divulgadores de la importancia de las plantas, unos organismos fascinantes de los que depende toda la cadena trófica.
Manuel Molina, biólogo de 30 años y presidente de la sección de Tres Cantos, es un entusiasta que va lanzando curiosidades sobre las especies con las que se topa. Creció cerca del Parque de los Alcornoques, su patio de recreo de niño, un lugar asalvajado e idóneo para las aventuras. Su empeño por salvaguardar parajes tan singulares le llevó a pasar a la acción y enrolarse en ARBA. “España goza de la mayor biodiversidad de Europa y eso hay que darlo a conocer”, afirma. “Cada planta tiene una historia maravillosa que puede enganchar a cualquier niño”. Por ejemplo, un simple matorral, considerado un estorbo por muchos, es un sumidero de carbono que, en terrenos montañosos, fija el suelo, previene la erosión y puede evitar riadas. “Las plantas se han percibido como parte del escenario. Tenemos la tarea ímproba de que no se vean como broza, sino como seres que cumplen una función ecosistémica”, amplía.
La ambición de Molina y sus compañeros es cambiar este relato vegetal. No se contentan con que los ciudadanos paseen inconscientes entre la naturaleza de Tres Cantos: quieren que la aprecien y conozcan tanto como lo hacen ellos y, si se convencen, que también actúen. “Vivimos en un enclave muy rico, pero no tiene tanta publicidad como otros lugares de España. Hay que ser conscientes de ello”, interviene Isidoro García, ingeniero naval jubilado de 75 años, que tan pronto muestra una peonia, “un poco mustia ya”, como exhibe con orgullo los arces de Montpellier que crecen en un pulcro cobertizo interior.
Una de las actividades que ARBA organiza recurrentemente son los biomaratones, excursiones junto a colegios y vecinos por zonas de extraordinaria riqueza como el corredor verde del arroyo Valdecarrizo-Bodonal o los cercanos montes de Viñuelas y el Pardo. En ellas se habla de las funciones de la encina, del clima mediterráneo, de la excepcionalidad de la margarita hispánica o del desastre que supondría la desaparición de las plantas silvestres y, en consecuencia, de la función polinizadora. “Si uno va al Museo del Prado a ver cuadros seguramente le gusten desde el punto de vista estético”, prosigue Molina. “Pero si a uno le dan el contexto social y las motivaciones del autor, por ejemplo, se entiende de otra manera. Con las plantas sucede lo mismo. Enseñar esto marca la diferencia entre darse cuenta o no del entorno”.
Si el trabajo de ARBA te ha hecho pensar y quieres conocerlo en profundidad
ACTÚA
Dos o tres veces al año, ahora algo menos a causa de la pandemia, ARBA ejecuta pequeñas reforestaciones con participación vecinal, plantaciones grupales de los árboles que siempre estuvieron ahí. Las semillas salen del vivero de Tres Cantos, una antigua casa de campo con cierto halo de misterio, el cuartel general de estos siete protectores de las plantas. “Regamos, trasplantamos y limpiamos las malas hierbas. Nos organizamos de manera algo anárquica, pero funcionamos y nos divertimos”, interviene Miguel Paunero. “Nos da vida. La cervecita tras de una jornada de trabajo bien hecho es una maravilla”, ríe Isidoro García. En función de la especie, las plantas se cultivan durante un máximo de tres años. Después, se seleccionan los ejemplares que mejor se adecuen al terreno elegido. “Los alumnos plantan y al año siguiente vienen y preguntan por sus árboles. Es la mejor manera de vincular a la gente con sus tierras”, tercia Molina.
El vivero está ubicado en el Parque de los Alcornoques, un paraje que estuvo a punto de ser urbanizado a finales de los años ochenta. Lo impidieron las primeras asociaciones vecinales de Tres Cantos, entonces un municipio incipiente, entre las que se contaban varios miembros de ARBA. Con el tiempo el terreno pasó de escombrera a parque asilvestrado, repleto de vegetación autóctona, sin parterres o caminos asfaltados, un pulmón para los tricantinos. “Es un sitio muy forestal que gusta mucho. Hay culebras de escaleras y orquídeas, cosas difíciles de ver”, tercia Isidoro García, que estuvo en esas dos noches de sentada que detuvieron la obra. Manuel Molina añade: “La accesibilidad al medioambiente tiene que ser un derecho al margen de la renta. No es justo que gente con menos recursos viva en un barrio menos verde y más contaminado”.
Igualar plantas y animales
¿Por qué cuesta más querer a una planta que a un animal? ¿Por qué hay menos implicación en su cuidado? La explicación es evolutiva, según Molina. “Empatizamos con los animales porque las caras se parecen más a las nuestras. Los ojos de los linces, por ejemplo, nos recuerdan a los de un bebé”. Pero las plantas no son seres inertes. Tienen vidas fascinantes y útiles. “Son puras especialistas. Se asientan en un hábitat y exprimen al máximo las condiciones que les ofrece”, continúa el biólogo, que pone un ejemplo sorprendente: “Mira este metro cuadrado de tierra. Aquí puede decenas de especies y nadie se da cuenta”.
Para Simón Cortés, presidente de ARBA Madrid, la sección pionera de la asociación, la conciencia ecológica sí se ha expandido hacia las plantas, pero todavía no lo suficiente. “Cuando empezamos en 1987 todos los grupos ecologistas estaban centrados en lo animal: lince, águila, oso”, explica. “Del tema vegetal aún no se tiene conciencia plena del papel que desempeña: es la base de toda la cadena trófica”.
Cuando comenzaron con ARBA, indica Cortés, quisieron cambiarlo todo. “Somos una unión de tribus. Las dinámicas las establecen los asociados de cada zona, que son los que conocen al dedillo su entorno”. Siempre que se cumplan unos principios mínimos, cualquiera puede ser una rama más de este árbol. Manuel Molina conoció a sus compañeros cuando era un chaval del instituto. Uno de ellos es Isidoro García, su amigo con 45 años de diferencia, unidos por los encantos del mundo vegetal. “Son éticos y estéticos: la belleza mostrada y el beneficio que supone para el medioambiente”, termina García.
El rey de los humedales
Si no fuera por el empeño del activista y ornitólogo Jordi Sargatal, muchos humedales españoles correrían peligro. Entre ellos el de Aiguamolls de l’Empordà (Girona), un paraje singular, casa de millones de aves y plantas únicas, que estuvo cerca de ser destruido para construir una urbanización para 60.000 personas. Enamorado de los pájaros, Sargatal ha visto todas las especies de cigüeñas existentes y asesoró a Dalí en la conservación de la naturaleza de la Costa Brava. A cargo hoy de la Asociación de Amigos de los Aiguamolls, el ornitólogo sigue difundiendo su mensaje naturalista: “Que las nuevas generaciones queden seducidas por el medio y tengan el espíritu de lucha que tuvimos nosotros”.
Su historia forma parte de Pienso, Luego Actúo, la plataforma social de Yoigo que da voz a personas que están cambiando el mundo a mejor y que ha colaborado en la divulgación de su tarea.
CRÉDITOS
- Guion y redacción: Jaime Ripa
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